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Dejemos disfrutar a los superabuelos y las superabuelas

Deberían ser considerados como un cuerpo de élite, una especie de UME, pero en un ámbito más cercano; podría llamarse la UFE: “Unidad Familiar de Emergencias”
Juan José Jurado Soto
jueves, 13 de febrero de 2025, 08:51 h (CET)

La imagen de las personas mayores, con hijos y nietos o no, ha cambiado en los últimos años. Ya no hay un prototipo claro como antaño, con abuelo de boina y abuela con pañuelo en la cabeza, vestidos de negro, apoyados en un bastón y doblados como una alcayata; y con una salud tambaleante dando continuas señales de alarma. La imagen del abuelo o la abuela sentada en la mecedora “matando el tiempo”, esperando la hora de comer o acostarse, ha pasado a la historia. 


Hoy la realidad es muy distinta, existiendo una gran variedad de modelos, sin un perfil muy definido. Un cambio producido por diversos factores entre los que destaca una mejora de la calidad de vida (economía, relaciones sociales, cultura, desarrollo tecnológico…), un mayor cuidado de la salud y unos importantes avances de la medicina.  


Hace unas décadas, una persona que superaba los 65 años entraba en una edad en la que pronto precisaba un cuidado y una atención especial, con una gran vulnerabilidad y problemas de dependencia. Actualmente, son muchos y muchas los que superan los 70 y los 80 en muy buenas condiciones. Incluso hay personas nonagenarias que siguen viviendo solas en sus domicilios, en un aceptable ambiente y situación.  


El aumento de la esperanza de vida de las últimas décadas lleva a que, si antes era normal no conocer a algunos de los abuelos o abuelas, ahora es habitual que muchos mayores lleguen a relacionarse con sus biznietos, dándose la circunstancia frecuente de que cuatro generaciones lleguen a interactuar entre sí. 


La actitud de los abuelos y abuelas de hoy es mucho más jovial que hace años. Se mantienen activos, visten a la moda, viajan, realizan actividades deportivas, van a bailar, acuden a fiestas, hacen uso de las nuevas tecnologías (incluso se mueven en las redes sociales), estudian idiomas o en la universidad…  Ahora el límite no lo pone la edad, sino las ganas y el interés. El gran Picasso, muy adelantado a su tiempo en muchas facetas, dijo: “Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida”. 


Esas ganas de hacer, de disfrutar y de vivir, que presenta la actual generación de mayores, aprovechando una etapa en la que aún están en buenas condiciones para realizar actividades, incluso haciendo lo que antes no pudieron, a veces encuentra un freno que les impide actuar con total libertad. 


Son muchos los abuelos y abuelas mayores de 65 años que se ocupan de sus nietos y nietas y un alto porcentaje de ellos lo hace a diario, dedicándoles muchas horas cada jornada. Esto que puede ser algo ventajoso (mayor estimulación, más ejercicio y actividad, acercamiento a los nuevos tiempos…), puede convertirse en un serio problema, especialmente cuando se hace de manera forzada y por obligación. Es evidente que el llevar a cabo estas tareas, impuestas de alguna manera, les quita tiempo, les resta energía y puede crearles un grave malestar por sentirse utilizados (algo que difícilmente lleguen a reconocer abiertamente). 


A veces, los padres y madres delegan de tal manera en los abuelos y abuelas que son ellos los que se tienen que dedicar por completo a atender y educar a los pequeños. La primera vez que un alumno de corta edad me llamó abuelo, siendo yo aún joven, fui corriendo a mirarme al espejo para ver si las señales del paso de los años habían empezado a dejarme huella; pero pronto entendí que este niño, al igual que otros muchos, estaba siendo criado por los abuelos y su nombre lo tenía muy presente en su cabeza.


Hace años el uso del usted era lo normal para dirigirse a las personas mayores, ahora el tuteo es lo habitual. Este acercamiento entre generaciones, con un trato más cercano y desenfadado es algo muy positivo, siempre y cuando no se sobrepasen ciertos límites y no se pierda el respeto que siempre se les ha tenido.  


El cuidado de los nietos y nietas debería ser algo voluntario y ocasional. El problema es que esto no siempre es así. Regularmente, se convierten en cocineras, planchadoras, consejeros, banqueros, psicólogos, mediadores familiares, lavanderas, recaderos, encargados de ir a por los niños al colegio… Es más, son muchos los que tienen que contribuir con su pensión (a veces, pequeña) a mantener a varios miembros de la familia en su propia casa. Si los abuelos y abuelas de hoy decidiesen hacer una huelga para mejorar su situación de trabajo no remunerado, se pararía España. 


Cuando esta circunstancia se produce por una verdadera falta de recursos de los padres y madres, con fuertes gastos como el de pagar abusivas hipotecas, no hay más que elogiar la labor de los abuelos y abuelas y rendirles un sincero homenaje. Pero hay escenarios en los que, aunque se justifique con la razón aludida, no siempre la realidad es lo que parece. Es curioso ver como algunos hijos o hijas aseguran que su maltrecha economía no les permite vivir bien, pero si disponen de dinero para fumar a diario, comprarse el último iPhone o llenarse el cuerpo de tatuajes. 


A veces se carga a los abuelos y abuelas con tareas porque los padres trabajan. La pregunta es ¿tantas horas de trabajo son verdaderamente necesarias? ¿Se están dedicando horas, a costa de los mayores, para comprar un televisor más grande, para pagar un apartamento en la playa o para un viaje a Tailandia? 


Cierto es que los abuelos y abuelas hacen estas tareas de buen agrado, pensando que con ello están ayudando a su familia, sin un mal gesto o una muestra de cansancio o debilidad. Pero no menos cierto es que, a veces, sienten la presión de tener que estar siempre ahí para cubrir unas necesidades no siempre reales. Hablando de estos temas, en una ocasión me dijo una abuela, a la que tachaban de algo demenciada: “¿…Y tú te crees que yo no me doy cuenta? ¿Y qué hago, enfadarme?”.  


Los abuelos y abuelas deberían ser considerados como un cuerpo de élite, una especie de UME, pero en un ámbito más cercano; podría llamarse la UFE: “Unidad Familiar de Emergencias”. Por ello, hay que valorarlos y cuidarlos especialmente, facilitándoles el poder dedicarse a sus ocupaciones y aficiones para disfrutar de la vida y no proporcionándoles una carga adicional. La mejor herencia que ellos nos pueden dejar no es dinero o bienes, sino su rica experiencia de vida, con sus cosas buenas y no tan buenas, con sus éxitos y fracasos, y sobre todo, con el secreto de haber llegado a sus años, con optimismo, ganas de aprender, de vivir y de hacer frente a los problemas. 

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