Las palabras de su Majestad me parecieron sencillas, claras y contundentes. El público aplaudía con fervor. No era para menos. Habló de los sentimientos de unión y de solidaridad que anidan en todos aquellos a los que yo denomino gente corriente. Estos ciudadanos cuya misión no consiste en envenenarse y envenenar a los demás cuando sus ideas no coinciden. Esas personas que lo único que desean es vivir en paz y dejar vivir como quieran a todos los demás.
El siguiente telediario nos hacía volver a la realidad. A los insultos, denuncias, juicios, descalificaciones, odios y rencillas que nos transmiten a bombo y platillo los medios de comunicación. Aun recuerdo a un compañero de tertulia radiofónica que un día me confesaba como cada mañana escuchaba atentamente como una emisora, que pensaba lo contrario que él, lanzaba sus proclamas. En ese momento se sentía motivado para estar de mala leche el resto del día. Y obrar en consecuencia.
Un servidor, que ya pertenece a ese sector apacible de la gente corriente, de vez en cuando se siente recompensado en sus deseos por el bien hacer de muchos que queda empañado por el “mal hacer” de unos pocos.
Ayer mismo tuve que visitar la Agencia Tributaria de Málaga. Con cierto resquemor. Tenía que renovar la firma electrónica. Después de obtener la cita correspondiente, me recibieron diez minutos antes de la hora acordada. Me resolvieron el tema sin problemas en un pis-pas. Pero sobre todo me admiró el trabajo del guarda jurado que controla la entrada. El funcionario más amable con el que me he encontrado en mucho tiempo. Con paciencia infinita nos indicaba el procedimiento a seguir. Ayudaba a los que no entendían la máquina de tickes (incluso hablando un aceptable inglés) y no se molestaba por la insistencia de algunos usuarios.
Llevaba razón el rey Melchor. La gente es mejor de lo que se publica. Hasta en Hacienda te tratan bien. Pero eso no es noticia para la mayoría de los medios. Este reconocimiento hacia el trabajo bien hecho no vende. Pero es verdad. Hay muchas cosas que funcionan bien. Especialmente las que están en manos de la gente corriente. Definitivamente, el Rey Melchor llevaba razón.
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