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Precisamente, hoy tengo que pasar un examen de Paleografía en la UMA. Una asignatura que te enseña a “estudiar las escrituras antiguas y cuyo conocimiento te permite la lectura de documentos de distintas épocas y escrituras diversas”. En mi caso he tenido que abordar escritos realizados sobre distintos soportes y redactados en escritura romana, precarolina y carolina, entre otras.
En la casa de mis padres se hablaba poco o nada de política. Tan solo mi madre se decantaba por una actitud claramente monárquica. En mi propio hogar no se habla de política. Como somos tantos, lógicamente tenemos unos criterios dispares, que nos cuidamos muy mucho de manifestar. Personalmente, cada vez mantengo menos certezas y tan solo me centro en analizar las personas y sus hechos, en lugar de discutir sus ideas.
Creo que es la palabra que menos me gusta del diccionario. Su sola mención consigue ponerme nervioso y hacerme perder la paz. Sin embargo estimo que es necesario y que hay que convivir con él. Pero esto no quita que sea el peor mal de la humanidad y la causa de casi todos los conflictos que suceden por el mundo. Todas las guerras que hemos sufrido hasta ahora, incluidas la de religión, tienen un motivo final relacionado con el “mardito parné”.
En la antigüedad, a quienes querían confirmar la veracidad de sus actos, se les sometía a la prueba de poner las manos en el fuego. Actualmente esta frase se suele utilizar para manifestar una plena confianza en alguien y dar testimonio de su honradez.
Nos llegan peticiones de ayuda a través de las redes sociales y de los medios de comunicación cada día. La gran mayoría de ellas está perfectamente justificada y argumentada. Algunas, las menos, no. El caso es que nuestra conciencia solidaria sufre un sobresalto constante y una sensación de incapacidad para atender a tantos problemas como nos rodean.
Relatar es “volver a traer”. Relatar es redactar una construcción narrativa para dar sentido a los datos que se han producido. Es decir, complementar una noticia. Constantemente estamos utilizando el “relato” como una forma de aclarar si es necesario una noticia, a fin de hacerla más comprensible por el lector.
Con motivo de la catástrofe de la pasada semana, algunos “voceros” (no les puedo llamar informadores) más o menos documentados y bastante tendenciosos, no se han privado de realizar valoraciones y comentarios de todo tipo arrogándose unos conocimientos de los que carecen.
Lo que parecía una buena noticia –la llegada, por fin, de las lluvias- se ha convertido en unos días muy tristes para todos los españoles. Esta vez las inundaciones no se han producido en la India. Ni los tornados han asolado las praderas del lejano oeste americano. En un largo día de finales de octubre, unas cataratas de agua, procedentes de la maldita DANA, han arruinado la vida de una buena parte de nuestra España.
Desde que tengo uso de razón he procurado leerme cuantos textos han estado a mi alcance. Consecuentemente esta afición ha ido derivando hacia la plasmación de mis propios pensamientos en unos textos más o menos acertados. Aún recuerdo aquél momento en el que una profesora de periodismo, Bella Palomo, nos recomendó que comenzáramos a escribir inmediatamente.
Encuentro similitud entre las actitudes de la clase política y las relaciones que mantenían los neardentales hispanos hace más de 40.000 años. Estos, como aquellos, se pasan la vida en constantes trifulcas por el dominio sobre la “cueva nacional”. Tan solo les falta ser caníbales, aunque hay una suerte de “canibalismo mental” entre ellos.
He leído en la prensa que el pasado viernes cuatro se celebró el día de la sonrisa.Como tantos otros “días de” pasó sin pena ni gloria. Todos nos encontrábamos enfrascados en discutir sobre cual o cuales de nuestros políticos lo hacen peor. Está claro; venden mucho más las malas noticias que las buenas. Nuestras caras manifestaban algo diferente a la sonrisa.
En otros tiempos cuando realizabas una visita a los galenos te planteaban a lo largo de la misma una serie de preguntas en las que intentaban conocerte mejor o indagar sobre tus síntomas o dolencias. Todo en medio de una conversación amable en la que paulatinamente ibas sacando a flote tus pensamientos, tus ideas o tus alifafes, dolamas o padecimientos.
Desde nuestro nacimiento, somos caldo de cultivo de toda clase de padecimientos y enfermedades. Primero bastante suaves, pero a lo largo de los años, estos síntomas se van identificando y marcando el devenir de muestras vidas. Gracias a Dios la medicina preventiva y terapéutica consigue retrasar y paliar el posible deterioro de las personas y, sobre todo, ayuda a sobrellevar los procesos degenerativos del ser humano.
Los prebostes de todo el mundo se afanan en perpetuar su presencia en cualquier tipo de celebraciones propagandísticas que se produzcan en su campo de acción. No se trata de los “telesforos”: esos seres casi desconocidos, que aprovechan la toma de un plano del discurso o declaraciones del político de turno para asomar la “gaita” por donde pueden.
Las actividades deportivas, como tantas otras, son muy beneficiosas hasta que intentan superar los límites naturales. Lo que me preocupa sobremanera es la profesionalización del deporte y la creación de figuras deportivas de laboratorio.
La antigua frase que nos decían cuando éramos pequeños: “cuando seas padre… comerás huevos”, se convierte en peccata minuta cuando vives la auténtica realidad. Ser padre conlleva una gran responsabilidad. Pertenezco a una generación que aceptaba la normativa paternal sin rechistar; si no había explicación plausible, los padres recurrían al “porque lo digo yo”. Respetábamos, quizás exageradamente, la figura paternal y no discutíamos sus decisiones.
Ya hace bastantes años que dedico parte de mi tiempo libre a la realización de rompecabezas de dos a tres mil piezas, con las que voy llenado paredes de mi casa y de la de mis hijos. Durante años los he comprado o me han sido regalados por alguien interesado en que se lo armara y se lo devolviera terminado.
Rebuscando entre mis recuerdos, ha aparecido una foto que me ha retrotraído la friolera de cincuenta y siete años. Dicha instantánea está tomada en la feria de Málaga, cuando aun se celebraba en el parque. Recoge a una de aquellas viejas pandillas que aun perduran en nuestro recuerdo y que motivan el encuentro de los supervivientes los primeros viernes de cada mes.
A lo largo del verano me encuentro en ocasiones con un vecino playero. Periodista curtido en muchas redacciones. Con toda una brillante carrera que culminó como Presidente de la Asociación de la Prensa de Málaga. Se trata de Rafael Salas. Cada vez que nos encontramos nuestra conversación deriva hacia los libros, la prensa y la radio, de los que somos auténticos forofos. Acabamos transmitiéndonos nuestras inquietudes y detallando el desarrollo de nuestro segmento de plata.
Ayer tuve la oportunidad de conversar con un hombre de ciento cuatro años.Lo conocí a través de las curiosas circunstancias que se rodearon para permitirme gozar de ese par de horas en las que pude disfrutar de su compañía. La cosa surgió de improviso. Estaba en el hogar de mayores del Rincón junto a mi amigo “pies de plata”, buscando una pareja que se quisiera enfrentar a nosotros en una de nuestras “exhibiciones” con el dominó.
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