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Relatar es “volver a traer”. Relatar es redactar una construcción narrativa para dar sentido a los datos que se han producido. Es decir, complementar una noticia. Constantemente estamos utilizando el “relato” como una forma de aclarar si es necesario una noticia, a fin de hacerla más comprensible por el lector.
Con motivo de la catástrofe de la pasada semana, algunos “voceros” (no les puedo llamar informadores) más o menos documentados y bastante tendenciosos, no se han privado de realizar valoraciones y comentarios de todo tipo arrogándose unos conocimientos de los que carecen.
Lo que parecía una buena noticia –la llegada, por fin, de las lluvias- se ha convertido en unos días muy tristes para todos los españoles. Esta vez las inundaciones no se han producido en la India. Ni los tornados han asolado las praderas del lejano oeste americano. En un largo día de finales de octubre, unas cataratas de agua, procedentes de la maldita DANA, han arruinado la vida de una buena parte de nuestra España.
Desde que tengo uso de razón he procurado leerme cuantos textos han estado a mi alcance. Consecuentemente esta afición ha ido derivando hacia la plasmación de mis propios pensamientos en unos textos más o menos acertados. Aún recuerdo aquél momento en el que una profesora de periodismo, Bella Palomo, nos recomendó que comenzáramos a escribir inmediatamente.
Encuentro similitud entre las actitudes de la clase política y las relaciones que mantenían los neardentales hispanos hace más de 40.000 años. Estos, como aquellos, se pasan la vida en constantes trifulcas por el dominio sobre la “cueva nacional”. Tan solo les falta ser caníbales, aunque hay una suerte de “canibalismo mental” entre ellos.
He leído en la prensa que el pasado viernes cuatro se celebró el día de la sonrisa.Como tantos otros “días de” pasó sin pena ni gloria. Todos nos encontrábamos enfrascados en discutir sobre cual o cuales de nuestros políticos lo hacen peor. Está claro; venden mucho más las malas noticias que las buenas. Nuestras caras manifestaban algo diferente a la sonrisa.
En otros tiempos cuando realizabas una visita a los galenos te planteaban a lo largo de la misma una serie de preguntas en las que intentaban conocerte mejor o indagar sobre tus síntomas o dolencias. Todo en medio de una conversación amable en la que paulatinamente ibas sacando a flote tus pensamientos, tus ideas o tus alifafes, dolamas o padecimientos.
Desde nuestro nacimiento, somos caldo de cultivo de toda clase de padecimientos y enfermedades. Primero bastante suaves, pero a lo largo de los años, estos síntomas se van identificando y marcando el devenir de muestras vidas. Gracias a Dios la medicina preventiva y terapéutica consigue retrasar y paliar el posible deterioro de las personas y, sobre todo, ayuda a sobrellevar los procesos degenerativos del ser humano.
Los prebostes de todo el mundo se afanan en perpetuar su presencia en cualquier tipo de celebraciones propagandísticas que se produzcan en su campo de acción. No se trata de los “telesforos”: esos seres casi desconocidos, que aprovechan la toma de un plano del discurso o declaraciones del político de turno para asomar la “gaita” por donde pueden.
Las actividades deportivas, como tantas otras, son muy beneficiosas hasta que intentan superar los límites naturales. Lo que me preocupa sobremanera es la profesionalización del deporte y la creación de figuras deportivas de laboratorio.
La antigua frase que nos decían cuando éramos pequeños: “cuando seas padre… comerás huevos”, se convierte en peccata minuta cuando vives la auténtica realidad. Ser padre conlleva una gran responsabilidad. Pertenezco a una generación que aceptaba la normativa paternal sin rechistar; si no había explicación plausible, los padres recurrían al “porque lo digo yo”. Respetábamos, quizás exageradamente, la figura paternal y no discutíamos sus decisiones.
Ya hace bastantes años que dedico parte de mi tiempo libre a la realización de rompecabezas de dos a tres mil piezas, con las que voy llenado paredes de mi casa y de la de mis hijos. Durante años los he comprado o me han sido regalados por alguien interesado en que se lo armara y se lo devolviera terminado.
Rebuscando entre mis recuerdos, ha aparecido una foto que me ha retrotraído la friolera de cincuenta y siete años. Dicha instantánea está tomada en la feria de Málaga, cuando aun se celebraba en el parque. Recoge a una de aquellas viejas pandillas que aun perduran en nuestro recuerdo y que motivan el encuentro de los supervivientes los primeros viernes de cada mes.
A lo largo del verano me encuentro en ocasiones con un vecino playero. Periodista curtido en muchas redacciones. Con toda una brillante carrera que culminó como Presidente de la Asociación de la Prensa de Málaga. Se trata de Rafael Salas. Cada vez que nos encontramos nuestra conversación deriva hacia los libros, la prensa y la radio, de los que somos auténticos forofos. Acabamos transmitiéndonos nuestras inquietudes y detallando el desarrollo de nuestro segmento de plata.
Ayer tuve la oportunidad de conversar con un hombre de ciento cuatro años.Lo conocí a través de las curiosas circunstancias que se rodearon para permitirme gozar de ese par de horas en las que pude disfrutar de su compañía. La cosa surgió de improviso. Estaba en el hogar de mayores del Rincón junto a mi amigo “pies de plata”, buscando una pareja que se quisiera enfrentar a nosotros en una de nuestras “exhibiciones” con el dominó.
Según dicen los investigadores el chamán nace en la prehistoria y se asienta en las sociedades de cazadores-recolectores, como depositario de la sabiduría. Suelen ser elegidos por familias y sometidos a un riguroso entrenamiento. Se “comunican” con los espíritus a fin de corregir los errores de la comunidad a la que pertenecen.
Durante gran parte de mi vida me ha costado mucho trabajo aceptar mis errores. Se supone que es por un prurito de egolatría, o por la tendencia natural que tenemos los seres humanos de “mantenella” en vez de “enmedalla”. Gracias a Dios uno va madurando. “A la vejez viruelas”. Y cada vez me cuesta menos trabajo comprender que uno es una máquina de cometer despistes.
A la mayoría de los españolitos de a pie no les dicen nada estas siglas. Paso a explicarlo. Se corresponden con la Instrucción Premilitar Superior. Aquella forma que los estudiantes de los sesenta teníamos para cumplir el servicio militar.
El otro día escuche en la radio cómo le hacían a varios tertulianos la socorrida pregunta: ¿Qué libro se llevarían a una isla desierta? Los interrogados echaron manos de diversos tópicos y lugares comunes, que por lo manidos, ni recuerdo. Me puse a pensar serenamente y decidí que, finalmente, me llevaría el Nuevo Testamento.
Desde que tengo uso de razón he sentido una gran admiración los miembros de la judicatura. Les veía como una serie de venerables señores, que se habían pasado más de media vida preparando unas oposiciones en las que se habían dejado la vista, el pelo y la juventud.
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