Hemos celebrado días pasados el día del Padre. Esta fiesta se debe a una maestra de Vallecas que la ideó no hace demasiado tiempo (1948). Pensó que sería interesante felicitar a los padres tal como ya se hacía con las madres. Inmediatamente el famoso Pepín Fernández asumió la idea como motivo para elevar las ventas. Publicidad a tope y hasta hoy.

Foto de mi padre. También tiene derecho a salir en mis escritos
El día de los abuelos ha tenido menos “chance” comercial, por lo que pasa más desapercibido. Quizás sea por su celebración veraniega (26 de julio). Así que algún avispado ha decidido hacer un “totum revolutum” y en algún anuncio ha hecho un “dos por uno”, metiendo a los abuelos en el lote.
Personalmente, para mí, esta fiesta es un día importante. Estarán de acuerdo conmigo que ocho hijos y veinte nietos dan mucho de sí. Así que, desde primeras horas de la mañana no paro de recibir mensajes cariñosos, visitas, llamadas y algún que otro regalito. A todos nos gusta que nos recuerden.
Sigo insistiendo en la dificultad de vivir la carrera de padre (y la de abuelo) a lo largo de los años. Se pasa del sentirse adorado por los hijos cuando son pequeños, a ser sometido a interrogatorio cuando comienzan a ir al colegio, cuestionado en la adolescencia, denostado en los primeros años de la adultez, arrinconado ante las nuevas familias creadas y, finalmente, tratado con un cierto paternalismo regañón, no exento de una admiración tardía. El último estadio es sentirte tratado como si hubieras vuelto a la infancia.
Vivimos en un mundo excesivamente acelerado. Las circunstancias existenciales que te rodean te involucran en un mundo vertiginoso que supera tu capacidad de adaptación. Personalmente tengo que convivir con hijos y nietos que se llevan cincuenta años entre sí. Todo un torrente de circunstancias a las que tienes que responder. A cada uno de una manera.
Ante estas distintas situaciones, hay que ejercitar un montón de actitudes que, o se poseen, o hay que adquirirlas a la fuerza. Durante toda la vida procuramos hacerlo lo mejor posible. Pero como yo defiendo desde siempre, te suspenden como padre en junio y en septiembre (ahora se dice en primera y segunda convocatoria). Como abuelo lo tienes más fácil. Te escapas con un último recurso. El socorrido bizum.
Pero como digo cada año. Vale la pena ser padre. Y mucho más abuelo. Se recibe infinitamente más de lo que se da. Nos quejamos de oficio. Con la puñetera edad nos hemos convertido en unos gruñones.
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