No podía haber elegido mejor día para encontrarse cara a cara con el Padre. Para Francisco también llegó la Pascua. Me lo intuí durante la bendición “Urbi et orbi”. Estaba muy malito. En diversos momentos parecía que se quedaba dormido. Los que leían el mensaje pascual en su nombre, le miraban de reojo con cara de preocupación. Él sabía que se estaba muriendo.
La suerte que tenemos los cristianos es que, aunque nos cueste asumirlo, sabemos que la muerte es el paso a la vida plena. Esto quiso transmitir el papa Francisco con sus últimos gestos. Acercamiento a los sencillos, especialmente a los enfermos y a los niños, una mirada perdida hacia el encuentro y una sonrisa permanente.
Me ha extrañado la unanimidad de sentimientos positivos que había cosechado a lo largo de su vida. Las lanzas se han tornado cañas. Los que le criticaban continuamente ahora le ensalzan. Sobre todo aquellos que, como carta de presentación, proclaman su ateísmo. Curiosamente, a raíz de su fallecimiento, la mayoría de los “expertos” en todos los temas que se atreven a pontificar sobre la figura del papa, comienzan alegando su falta de fe, pero posteriormente no se privan de argumentar lo divino y lo humano de Francisco. Por otra parte, algunos de los cristianos militantes, se rasgan las vestiduras por la búsqueda constante de la verdad y el encuentro con Dios a través del Cristo vivo propugnado por parte del Papa Francisco.
He gozado mucho con las enseñanzas de ese Papa argentino que confesaba ser pecador y que, a veces, comentaba por lo “bajini” con sus asesores: “me parece que he metido la pata”. Su enfermedad y su muerte han sido ejemplo para una humanidad falta de capacidad de sufrimiento, comprensión y de pedir perdón. Comparto al cien por cien su defensa a ultranza del ser humano, desde su concepción hasta la muerte. La aceptación de las diversas identidades sexuales, los separados, los “arrejuntados” y las nuevas situaciones familiares.
Ha sido tan “legal” que le han criticado los radicales de derechas y los de izquierdas, los progresistas y los conservadores. Sin embargo, ha sido querido y aceptado por todos aquellos que no nos sentimos poseedores de la verdad, sino que la buscamos cada día.
Con motivo de su fallecimiento están saliendo a la luz destellos de su paso por el papado. Una vivencia evangélica transmitida con palabras y con hechos. Comenzando por aquel lejano día en que la curia romana se escandalizó porque fue a una óptica a comprar unas gafas, cambió el coche lujoso por un utilitario y se fue a vivir a una residencia sencilla abandonando el palacio vaticano. Nos ha sorprendido su forma de recibir y abrazar a aquellos que le han denostado públicamente. Un gran ejemplo de saber perdonar.
Un cura de pueblo con olor a campo y a oveja. Que visitaba cárceles, ancianos, guarderías y hospitales. Que se solidarizaba con los habitantes de los barrios marginales, los inmigrantes y los guetos. Que se acercaba a lo creyentes perseguidos por causa de su fe. Que abrazaba a musulmanes, judíos y todo tipo de cristianos disidentes. Un ejemplo de cómo hay que seguir a Jesús sin pompa ni boato. Armando el lío si es necesario.
Los que me conocen y saben de mi compromiso cristiano me preguntan por él. Quizás buscando algún tipo de descalificación por mi parte. Ratifico mi respuesta. Un gran papa y un hombre de Dios. A mí no me importa manifestar mi fe. Ni mi admiración por él.
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