Durante décadas he analizado a casi todos los balotajes que se han dado en el mundo. Sin embargo, debo confesar que nunca he visto uno como el que Ecuador tuvo en el pasado Domingo de Ramos.
Se supone que en toda segunda vuelta los dos finalistas cosechan más votos de los que obtuvieron en la primera ronda, particularmente dentro de los que apuntalaron a otras opciones que quedaron descalificadas. No obstante, en el caso ecuatoriano venos por primera vez en la historia universal que el candidato proclamado ganador habría conquistado el voto de todos los otros 14 aspirantes que quedaron fuera de carrera y que el segundo puesto hubiese sacado similar porcentaje (44%) en ambas jornadas. Nunca antes dos candidatos que habían quedado virtualmente empatados en la primera vuelta acabaron con tan abrumador desempate con el triunfa cor final sacando casi 12 puntos de ventaja.
En la primera vuelta del 6 de febrero el presidente derechista Daniel Noboa obtuvo 44.17% y su rival izquierdista Luisa González 44%. En la ronda final del 11 de abril Noboa se impone con 55.6%. Muy pocos presidentes son reelectos con dicha cifra, especialmente uno que en su gobierno ha permitido que se deteriore la seguridad y la economía.
Leónidas Iza del Movimiento Pachakutik, quien quedó tercero en la primera vuelta con el 5.25%, endosó al "Revolución Ciudadana" y ahora sostiene que es imposible que Noboa haya ganado sin haber cometido fraude. La suma de las votaciones suyas de febrero con la de González anduvo entre el 49% y el 50%. Es imposible que todos los 500,000 votantes de dicho partido indigenista de izquierda y el de los otros 13 candidatos que fueron eliminados hayan sido monopolizados por el oficialismo.
Para evitar cuestionamientos, Ecuador ha quedado militarizado. Un día antes de los comicios del 13 de abril, Noboa decretó estado de excepción por dos meses en la capital (Quito) y en 7 de las 24 provincias. Se cerraron fronteras para que no llegasen observadores internacionales. Tuvimos elecciones con tanques y uniformados amenazando en las calles.
Ese modelo es el mismo que ahora el fujimorismo quiere emplear para ganar las elecciones peruanas del 2026, para lo cual ha necesitado a Dina y al cerronismo a fin de ir sacando de carrera a jueces y fiscales que pudiesen entorpecer a Keiko y también imponer autoridades y reglamentos electorales que favorezcan a la ultraderecha.
Lo único que puede parar ambos procesos son grandes movilizaciones populares.
Las derechas latinoamericanas, que tanto hablaron de los fraudes de Castillo o Evo Morales, para imponer golpes; ahora han de estar saludando la supuesta victoria "transparente" de Noboa.
|