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La salud de Papa Francisco, marcada en los últimos años por intervenciones quirúrgicas y visibles signos de fragilidad, ha reactivado un viejo reflejo dentro y fuera de los muros vaticanos, especular sobre el futuro del papado. Sin embargo, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la iglesia, lo que se comenta con insistencia suele alejarse bastante de lo que realmente sucede en la Capilla Sixtina cuando las puertas se cierran.
Los historiadores no dan visos de realidad a este hecho. Le consideran como una leyenda popular engordada por su aparición en la “Historia de España” de Alfonso X el Sabio. Sea verdad o no, esta epopeya se ha mantenido en el acervo popular a lo largo de los siglos.
"El trabajo hecho con especial esmero y con generosidad, siempre es una creación original y única. Bajo esta perspectiva innovadora, la humanidad tendrá que aunar esfuerzos, al menos para promover una visión auténtica de la persona humana y de la sociedad, que ha de regular también como objetivo global el valor de la naturaleza en la que se mueve".
El reciente fallecimiento del papa Francisco ha abierto un espacio de reflexión sobre su legado, marcado por un pontificado de cercanía global y un particular distanciamiento geográfico: su tierra natal. A lo largo de su papado, Francisco visitó países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Cuba, México, Estados Unidos, Colombia, Chile y Panamá. Sin embargo, Argentina, el hogar que lo vio nacer y crecer, nunca fue destino de sus viajes papales.
La luz de Francisco no se va a apagar nunca. Esto no pretende ser un aforismo, un adagio o una premonición como las del redivivo Parravicini. Por el contrario, es una triste advertencia a ciertas izquierdas que no pierden la oportunidad de acometer a contramano contra la historia, aún a costa de su propia supervivencia.
No podía haber elegido mejor día para encontrarse cara a cara con el Padre. Para Francisco también llegó la Pascua. Me lo intuí durante la bendición “Urbi et orbi”. Estaba muy malito. En diversos momentos parecía que se quedaba dormido. Los que leían el mensaje pascual en su nombre, le miraban de reojo con cara de preocupación. Él sabía que se estaba muriendo.
Hace unos días terminé la lectura de la autobiografía del Papa Francisco “Esperanza”, que como un libro abierto deja entrever todas las improntas que han rodeado su vida desde su nacimiento en Buenos Aires, el 1 de diciembre de 1936. Son numerosos los relatos, reflexiones y los avatares de tipo social, político o religioso que narra hasta llegar a ser cabeza visible de la Iglesia.
Justo, en este instante en el que nos deja un referente humano, que ha sabido custodiar todo y a todos, especialmente a los más desfavorecidos, para irse a la Casa del Padre, dejándonos una estela de vivencias y emociones imborrables, a través de sus encíclicas, exhortaciones y cartas apostólicas, se me ocurre evocar su eterna pulsación, que no ha sido otra que la entrega como guardián del análogo y aquello que nos circunda.
Francisco comenzó su Papado bajo el signo de la "Franciscomanía”, fenómeno sociológico que logró que una persona sin conocimiento previo de los entresijos del Poder Vaticano se convirtiera en icono de la juventud, insuflara vientos de cambios y devolviera la ilusión y la esperanza a unos fieles sumidos en la perplejidad y la desilusión.
Hemos terminado la Semana Santa, una semana pasada por agua en bastantes sitios desluciendo las estaciones de penitencia que tienen por costumbre salir a la calle las distintas hermandades a lo largo y ancho de nuestra geografía en una reproducción de imaginería religiosa reproduciendo escenas de la vida de Cristo de nuestra religión católica.
La noticia ha conmocionado al mundo: el Papa Francisco ha fallecido. Tras 12 años al frente de la Iglesia Católica, su partida no solo marca el fin de un pontificado singular, sino que deja una pregunta abierta y profunda: ¿qué frutos dio su misión? Porque Francisco no fue un Papa más. Fue un pastor que, con gestos simples y palabras directas, quiso poner al Evangelio en un lugar central. Un pontífice que incomodó a muchos, pero también despertó conciencias dormidas.
Hoy todos los católicos del mundo lloran porque el Papa humilde, el Papa de los pobres, el Papa sin alharacas ha fallecido. Contemplando este hecho desde el plano humano, pegados a la tierra, ciertamente es una pérdida irremediable e insustituible.
El Papa Francisco se fue rodeado de las tres personas de las que siempre fue mensajero: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Hoy, todos, miramos al cielo y la duda, que siempre acompaña al hombre, suaviza las críticas y realza las cosas buenas.
Tras confirmarse el fallecimiento del papa Francisco a las 7:35 horas de este lunes, 21 de abril de 2025, el Vaticano activó un protocolo fúnebre y de transición actualizado por el propio pontífice, quien en 2024 reformó el 'Ordo Exsequiarum Romani Pontificis' para simplificar ritos y enfatizar la humildad. Este proceso incluye desde la constatación oficial de la muerte hasta la elección de un nuevo líder de la Iglesia para los 1.400 millones de católicos del mundo.
¿Por qué y para qué lloran y rezan por el alma del papa Francisco aquellas personas fieles que siguen al pie de de la letra el dogma cristiano de su infalibilidad? Si el papa es infalible, ya tiene ganada la gracia eterna de su jerarca divino, por tanto debiera ser motivo de alegría su muerte terrenal. El juicio final será para él un mero trámite de confirmación de su excelencia individual.
Por las mismas fechas en que cinco siglos atrás se desarrollaba la Dieta de Worms, falleció en la Ciudad del Vaticano Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, hombre a quien se atribuyen ideas reformistas dentro de su Iglesia. Como Lutero, criticó duramente el afán de lucro dentro de esta institución y declaró sin inhibiciones que le dolía ver a sacerdotes o monjas con un automóvil último modelo.
Con este artículo, como militante de Unificación Comunista de España, envío nuestro más humilde y afectuoso abrazo a la comunidad católica mundial en estas horas tristes; y expreso nuestro profundo deseo que las semillas de paz y justicia, que Francisco plantó, echen profundas raíces, y den nuevos y fecundos frutos.
Parece ayer, pero el 13 de marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio, jesuita argentino, fue elegido como el primer Papa hispanoamericano, el primer jesuita y el primero en adoptar el nombre de Francisco. Desde aquel momento, el mundo católico supo que algo estaba cambiando. Su papado no fue uno de ruptura doctrinal, sino de un profundo viraje pastoral y teológico.
El escritor extremeño Javier Cercas se marchó a Roma, acompañó al papa Francisco a Mongolia y le hizo la siguiente pregunta: «¿mi madre verá a mi padre más allá de la muerte?». Fruto de toda esta peripecia es la publicación de su nuevo libro, ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ (Penguin Random House), donde relata todo lo acontecido en el viaje y bastantes cosas más. El libro -Cercas lo considera una novela-, ha tenido una acogida más que excelente.
Desde que Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa el 13 de marzo del 2013, su pontificado ha sido una lucha constante entre la renovación y la resistencia interna. Con una visión clara de lo que la Iglesia Católica debía ser en el siglo XXI, Francisco ha desafiado estructuras de poder, ha sacudido los cimientos de la curia y ha tratado de acercar a los fieles que históricamente habían sido rechazados por la institución.
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