La salud de Papa Francisco, marcada en los últimos años por intervenciones quirúrgicas y visibles signos de fragilidad, ha reactivado un viejo reflejo dentro y fuera de los muros vaticanos, especular sobre el futuro del papado. Sin embargo, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la iglesia, lo que se comenta con insistencia suele alejarse bastante de lo que realmente sucede en la Capilla Sixtina cuando las puertas se cierran.
Francisco, que ha roto moldes desde su elección en 2013, no es solo el primer Papa jesuita y latinoamericano, sino también el primer pontífice moderno que ha planteado abiertamente la posibilidad de renunciar, como hizo Benedicto XVI, si su salud se lo impedía, pero ha seguido hasta el final de su vida.
Francisco ha creado más del 70% de los cardenales electores, es decir, aquellos menores de 80 años que tendrían voz y voto en el próximo cónclave.
Esto, en principio, permitiría suponer que el próximo Papa será alguien afín a su visión pastoral, centrada en la misericordia, la descentralización del poder eclesial y la opción preferencial por los pobres. Pero los antecedentes nos invitan a la cautela, la historia del papado está llena de elecciones inesperadas, giros sorpresivos y consensos que solo se forjan en las largas y a menudo tensas deliberaciones del cónclave. En medios eclesiales y especializados, ya se mencionan nombres como el del cardenal Matteo Zuppi, muy cercano al estilo dialogante y pastoral de Francisco. También suenan los nombres del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, actualmente en la Curia romana, y del cardenal jesuita Jean-Claude Hollerith y alguno más.
Pero todas estas quinielas, por mucho eco que tengan, podrían resultar inútiles. Primero, porque el perfil que se impone mediáticamente, no siempre es el que convence dentro del cónclave, y segundo, porque la política interna de la iglesia, con sus equilibrios entre continentes, sensibilidades teológicas y bloques lingüísticos, es mucho más compleja que una lista de nombres destacados.
Aunque muchos esperaban que tras Juan Pablo II y Benedicto XVI se optase por un pontífice más joven, Jorge Mario Bergoglio fue elegido con 76 años, y ahora tras más de una década de reformas difíciles y oposición interna, no es descabellado pensar que los cardenales busquen una figura de transición, un Papa de edad avanzada que ejerza un pontificado breve, más conciliador que transformador.
Esa posibilidad se refuerza si se tiene en cuenta que el próximo pontífice heredará no solo un modelo de Iglesia en redefinición, sino también una Curia reformada, unas relaciones internacionales sensibles, especialmente con China y el mundo musulmán, y una comunidad católica dividida entre los partidarios de la “puesta al día” y los defensores de la tradición más estricta. Pero, aunque no creo que sea posible, el nombre del cardenal Angel Fernández Artime, nacido en Luanco en 1960, primer Rector Mayor de los Salesianos, que ha sido nombrado cardenal por el Papa Francisco, lo eligió precisamente por su cercanía al carisma de Don Bosco, su trabajo con la juventud y su estilo pastoral abierto y cercano. No en vano representa esa Iglesia de rostro amable y misionero, que el Papa ha promovido con tanta insistencia. Además, su perfil encajaría en esta categoría de “sorpresas del Espiritu Santo”, tiene experiencia internacional, ha liderado una de las congregaciones más importantes del mundo, y goza de prestigio dentro de la vida religiosa. Su edad, 64 años, también lo coloca en una franja ideal, con madurez, pero aún con fuerza para afrontar un papado. Para los asturianos y que además hemos nacido en Luanco, sería emocionante ver en la cúpula de la Iglesia a alguien tan cercano, y además familia, a alguien tan sencillo y con un saber tan amplio, no solo en su historial académico, sino como persona, pero hasta él mismo en algunas entrevistas, ha dicho que entra al cónclave tranquilo, que no piensa para nada que pueda ser elegido, pero todo puede suceder, algo que los más allegados esperamos con impaciencia, pero también con los pies en el suelo, sabemos que se prefiere a un Papa de transición.
El cónclave siempre ha sido un ejercicio de política sagrada y de discernimiento espiritual a partes iguales. Las campañas discretas, las alianzas invisibles, las biografías que resisten mejor el escrutinio secreto, todo cuenta. Pero, sobre todo, cuenta lo imprevisible del Espíritu Santo que, según la fe católica, guía el proceso más allá de cálculos humanos.
Muchos vaticanistas consideran, según el refrán romano, que “el cardenal que entra como papable, sale como cardenal”. Y entre las columnas salomónicas del altar de Miguel Angel, más de un nombre que hoy parece improbable podría acabar escuchando el “Habemus Papam” a la salida del balcón central.
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