La noticia ha conmocionado al mundo: el Papa Francisco ha fallecido. Tras 12 años al frente de la Iglesia Católica, su partida no solo marca el fin de un pontificado singular, sino que deja una pregunta abierta y profunda: ¿qué frutos dio su misión? Porque Francisco no fue un Papa más. Fue un pastor que, con gestos simples y palabras directas, quiso poner al Evangelio en un lugar central. Un pontífice que incomodó a muchos, pero también despertó conciencias dormidas.
Un pontificado evangélico… y lleno de tensiones Francisco llegó desde los confines del sur global: el primer Papa latinoamericano, el primero jesuita, y con el nombre del "poverello" de Asís. Desde el primer momento, eligió hablar claro, caminar con los últimos y reformar no solo estructuras, sino sobre todo mentalidades. Y eso generó resistencias.
Habló de migrantes, ecología y pobreza como realidades donde se juega la fe, no como temas sociológicos. Defendió la dignidad de todos, especialmente los descartados por el mundo. Su visión de una Iglesia "hospital de campaña" tocó fibras profundas.
Sin embargo, también vivió los límites de su intento reformador. No cambió dogmas ni rompió con la tradición doctrinal, pero sí ensanchó el horizonte pastoral, haciendo lugar a la escucha y al discernimiento.
Las heridas internas no desaparecieron: sectores conservadores lo cuestionaron duramente, acusándolo incluso de herejía. El Papa, con paciencia evangélica, soportó la cruz de la incomprensión, a veces incluso dentro del mismo colegio cardenalicio.
El escándalo de abusos sexuales fue una espina clavada en la Iglesia ante la que Francisco no fue indiferente. Creó comisiones, reformó leyes, pidió perdón. Pero también aquí encontró resistencias y estructuras que se niegan a transparentar la verdad. Su dolor fue evidente, pero su acción resultó, para muchos, insuficiente. El caso McCarrick y otros similares evidenciaron que el mal aún anida en lugares de poder. Y que la conversión institucional es una tarea pendiente.
El próximo cónclave tiene la responsabilidad de decidir si seguir con esta reforma incoada que ofrece tantas dudas, o no; será un discernimiento profundo: ¿rumbo pastoral de Francisco, de no tener miedo a mancharse las manos de barro saltándose si hace falta ciertas normas?, ¿o refugiarse en seguridades doctrinales sin diálogo con el mundo?
Están los discípulos del estilo franciscano: pastores abiertos, con olor a oveja, como el cardenal Tagle o el argentino Sánchez Sorondo. Pero también hay voces que reclaman una vuelta al orden, como la del cardenal Burke, símbolo de la oposición interna.
El Espíritu Santo sopla donde quiere. Y el próximo Papa tendrá ante sí una Iglesia en tensión, necesitada de unidad pero también de valentía.
Un testigo profético más allá de los muros vaticanos
Francisco trascendió fronteras. Para los creyentes fue un guía, para muchos no creyentes fue un referente moral. Denunció un sistema económico que mata, se puso del lado de los migrantes, defendió la Casa Común y habló sin miedo ante los poderosos.
Sus gestos —lavar los pies a una mujer musulmana, visitar a presos, pedir perdón a los pueblos originarios— hablan de una fe encarnada. No fue un Papa de gestos vacíos, sino un discípulo del Jesús que se hace siervo.
Quedan muchas preguntas abiertas: ¿Sobrevivirá su clamor ecológico? ¿Se animará la Iglesia a seguir desenmascarando sombras que él apenas pudo tocar?
Francisco fue un sembrador del Reino de Dios
Francisco no fue perfecto, ni pretendió serlo. Fue un hombre de oración y acción, de lucha y ternura, de silencios elocuentes y palabras desafiantes. Su legado es incómodo porque fue profundamente evangélico.
No sabemos si su revolución sobrevivirá intacta. Pero sí sabemos que sembró en muchos corazones el deseo de una Iglesia más pobre, más fiel al Evangelio, más humana y más de Dios. Ahora, su testimonio queda en nuestras manos.
Fue un testigo. Y los testigos no mueren, resucitan en la historia cuando sus frutos empiezan a germinar.
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