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Hemos terminado la Semana Santa, una semana pasada por agua en bastantes sitios desluciendo las estaciones de penitencia que tienen por costumbre salir a la calle las distintas hermandades a lo largo y ancho de nuestra geografía en una reproducción de imaginería religiosa reproduciendo escenas de la vida de Cristo de nuestra religión católica.
La noticia ha conmocionado al mundo: el Papa Francisco ha fallecido. Tras 12 años al frente de la Iglesia Católica, su partida no solo marca el fin de un pontificado singular, sino que deja una pregunta abierta y profunda: ¿qué frutos dio su misión? Porque Francisco no fue un Papa más. Fue un pastor que, con gestos simples y palabras directas, quiso poner al Evangelio en un lugar central. Un pontífice que incomodó a muchos, pero también despertó conciencias dormidas.
Hoy todos los católicos del mundo lloran porque el Papa humilde, el Papa de los pobres, el Papa sin alharacas ha fallecido. Contemplando este hecho desde el plano humano, pegados a la tierra, ciertamente es una pérdida irremediable e insustituible.
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