Todos aquellos que aprendimos ortografía a través de aquella añorada “Enciclopedia Álvarez”, recordamos el ejemplo que ofrecía para distinguir la diferencia existente entre algunas palabras homónimas.
El ejemplo en cuestión se basaba en la frase “ahí hay un niño que dice ¡ay!”. Una contundente diferencia entre el verbo, el adverbio y la exclamación. Este problema entre grafías está más acendrado entre los andaluces. Tendemos a unificar sonidos y distinguimos poco entre la “y” y la “ll”, aspiramos algunas haches y la “b” y la “v” suenan prácticamente igual.
Aquellos que nos dedicamos a plasmar nuestros pensamientos negro sobre blanco, nos enfrentamos con la lucha diaria con el corrector de teclado, que nos enmienda la plana y se empeña en poner tildes a capricho, comerse haches y confundir bes con uves.
Menos mal que tenemos familiares, amigos y “enemigos” que inmediatamente te comunican “cariñosamente” el error cometido. Después de agradecerles el “detalle”, te ciscas en todo lo que se menea (el maldito corrector me dice que el verbo ciscar no es correcto y la RAE me dice que sí).
Me encanta la correcta utilización de la ortografía. Su conocimiento se basa en leer mucho y adquirir una memoria fotográfica. Amén del conocimiento exhaustivo de la gramática española en todas sus divisiones. Morfología, sintaxis, semántica, lexicología y, sobre todo, la fonética. Si hablamos medio bien, escribiremos mejor.
Nos enfrentamos a otro peligro que nos acecha. Los dichosos mensajes cortos, los “guasas” y los apuntes estudiantiles. Acabamos volviendo a escribir como los niños de preescolar y a hablar como los indios de las películas malas del oeste.
Añoro la pluma y el bolígrafo. A regañadientes paso por utilizar el práctico ordenador portátil. Pero veo venir la posibilidad de que un artefacto escriba al dictado y que la IA entienda lo que piensas y lo traslade a un escrito. Para cortarse las venas.
Seguiré colando “gazapos” involuntariamente en mis escritos. Seguiré agradeciendo la atención del que me corrige. Pero, mientras pueda, seguiré intentando transmitir ideas y sentimientos. Aunque me coma alguna tilde.
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