| ||||||||||||||||||||||
Desde que tengo uso de razón he procurado leerme cuantos textos han estado a mi alcance. Consecuentemente esta afición ha ido derivando hacia la plasmación de mis propios pensamientos en unos textos más o menos acertados. Aún recuerdo aquél momento en el que una profesora de periodismo, Bella Palomo, nos recomendó que comenzáramos a escribir inmediatamente.
Otra vez frente al teclado y no decido sobre qué escribir. Busco en lo que hice durante la semana para ver si hay algún tema que pueda tratar en estas líneas, pero termino por no elegir alguno, porque me parece que debo abordar con profundidad y novedad cualquiera de los asuntos que tengo entre mis pendientes.
Tengo un amigo, bastante culto, que se sorprende de mi capacidad para hilvanar un par de columnas de opinión a lo largo de cada semana. No sé si lo hago bien o mal. Lo llevo haciendo desde hace dieciocho años. Esta inveterada costumbre me la inculcó una profesora de la facultad de comunicación (Bella Palomo) que me incitó a involucrarme en la aventura de poner en marcha un blog (periodista a los sesenta) en el que he ido volcando más de 1.400 entradas a lo largo de todos estos años.
Poco a poco se va alejando, pero sigo escuchando su corazón latir. Todavía domina mi cuerpo.
Como escritor estoy claro que pertenezco a una minoría, en donde si lo que escribo lo hago con arte, irónicamente su lectura solo será apreciada por una minoría para la que en primera instancia se escribe. De ahí que el esfuerzo creador cuando se escribe, se centre en ser lo más natural y sencillo posible, sin que ello caiga en lo ordinario que otorga la mediocridad.
Gracias a Dios y a los esfuerzos del honroso magisterio hispano, hemos pasado de una España alejada de las letras a una población que, en su inmensa mayoría, se defiende bastante bien con la lectura y bastante regular con la escritura. Cada día se lee menos –y bastante mal por cierto- y se escribe fatal una especie de “spanglish” macarrónico lleno de abreviaturas, de “emojis” de signos cabalísticos de todo tipo y de faltas de ortografía.
La inquietud del escritor se despertaba en mí, pero no sería para siempre. Lo juro, no me interesaba que así fuese. ¿Dejar de escribir?, sé que dejaré de hacerlo cuando parta el magnífico amigo, no deseo que se vaya pero la dama manda desde su morada llena de flores silvestres.
En El Corte Inglés buscando el nuevo bestseller policiaco de la mujer del tiempo de Antena 3, me ayuda un vendedor muy simpático que es a su vez escritor de novela histórica visigótica, que al mismo tiempo que a mí, atiende a una chica que le comenta que tiene TOC y escribe novela romántica con el alias “Sagrario”.
En estos días se habla mucho de un libro publicado por el locutor de radio Pepe Domingo Castaño en el que plasma sus vivencias a lo largo de una prolongada carrera ante los micrófonos. Aun no he tenido la oportunidad de leerlo pero parece interesante su vivencia de muchos años en el mundo de la comunicación.
Escribir cartas es ese algo que te hace replantear el tempo, la velocidad de nuestra vida, es aquello que te hace frenar, alejarte de las metas, los propósitos, las redes y la productividad… Un nuevo año ha comenzado, un nuevo año para ir a una velocidad de más disfrute, un continuar más ligero, más libre, más humano.
Y matará al escritor ocupando su lugar. Si el escritor escribió mal... ella ni lo va a intentar.
Escribir un soneto es concentrarse, escribir un soneto es decidirse, escribir un soneto es evadirse escribir un soneto es retratarse.
Adoro a mis correctoras de la revista y venero sobre todo a la correctora personal de mis obras. El problema que hay en el mundo literario, es que los escritores se creen tan sumamente perfectos e inteligentes que no se dejan aconsejar por sus correctores, por lo que la mayoría de las veces, los correctores se sienten con las manos tan atadas que no pueden hacer su trabajo como les gustaría.
Hay quien dice que a la rima el porvenir se le acaba, porque supone una traba y a la libertad lastima. Pero mucha gente estima, que quien de la rima huye, con ligereza se excluye, de gozar la melodía que, en forma de sinfonía, de una buena rima fluye.
Un libro, un poema, una canción deben ser escritos cuando se tiene algo que decir, cuando se tiene algo que contar o comunicar; si se hiciera de otra forma estaríamos desgastando el lenguaje, vulgarizándolo, llevándolo a un estado primitivo de sonidos inentendibles, banales, que no deben perdurar en una impresión.
Libros de autor
|