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La tasa de analfabetismo en España en el año 1900 era del 50% de la población, el 30% EN 1930, el 15% en el 1960 y en la actualidad no llega al 2%
Manuel Montes Cleries
jueves, 15 de septiembre de 2022, 11:27 h (CET)

Gracias a Dios y a los esfuerzos del honroso magisterio hispano, hemos pasado de una España alejada de las letras a una población que, en su inmensa mayoría, se defiende bastante bien con la lectura y bastante regular con la escritura.

            

Cada día se lee menos –y bastante mal por cierto- y se escribe fatal una especie de “spanglish” macarrónico lleno de abreviaturas, de “emojis” de signos cabalísticos de todo tipo y de faltas de ortografía, de redacción, de sintaxis y, muchas veces, de sentido.

              

Por otra parte, tenemos una buena parte de la población –especialmente los pertenecientes al segmento de plata-, que disfrutamos en plasmar, negro sobre blanco, nuestras experiencias pasadas, nuestras vivencias actuales y nuestras esperanzas futuras.

              

La pandemia ha servido de acicate para ponernos a la tarea de dedicarnos –sin miedo al fracaso- a transmitir nuestros pensamientos a través de las múltiples posibilidades que tenemos actualmente para llegar a los demás a través de nuestros escritos. Hay un montón de publicaciones digitales que acogen nuestras columnas o, sencillamente, nuestras ideas ordenadas y reflejadas por escrito.

       

Entre las posibilidades actuales tenemos: YouTube, los Blogs, Whats-App, cartas al director o el uso de la casi olvidada y maravillosa costumbre de escribir cartas. ¿Desde cuando no redactamos o recibimos una carta de algún familiar o conocido? Padecemos temor a abrir el buzón. Solo encontramos publicidad, cartas comerciales, recibos o las horrorosas comunicaciones de hacienda, cargos en cuenta o de multas de todo tipo.

         

Nada que ver con aquellas esperas del cartero, de la carta diaria entre los novios a la antigua (los novios de hoy son otra cosa; pueden llevar viviendo juntos diez años); de los soldados a la familia; de los emigrantes a sus deudos; las cartas de pésame, de felicitación o de simple amistad. Aun recuerdo un escribiente callejero redactando una misiva, de una madre a un hijo, sentado en su pequeño rincón de la esquina de calle Mármoles con el Puente de la Aurora.

          

No pierdan la costumbre de escribir. Es un consejo especialmente dedicado a los miembros del “segmento de plata”. Después de mi jubilación he publicado más de 2.000 escritos y me siento muy feliz de haberlo podido hacer. Esta misma columna de opinión será publicada mañana en varios digitales junto a firmas de primera fila. Lo que me hace sentirme muy orgulloso.

         

Y destierren de sus mentes y de sus manos la tentación de escribir poco y mal a través de los desafortunados mensajes a través del telefonito dichoso. Y ¡cuiden la ortografía! Cada vez se escribe peor. Para eso están los diccionarios, el Saber y Ganar, el Pasapalabra y el Cazador. Como nos descuidemos vamos a acabar pasando del “español sudamericano” de los 70, al lenguaje de las películas turcas que amenazan con invadirnos.

       

El que avisa no es traidor. El Rey de Inglaterra se pelea públicamente con las plumas por falta de práctica.

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