Empiezas a escribir, y unas líneas después, tras uno de esos espacios blancos y silenciosos, entras como en un pequeño paseo por la imaginación, por la unión con la memoria, por el tránsito de la poesía a la novela pasando por el teatro. ¡Es como una conjunción de estrellas! A veces, al escribir se nos pueden presentar dos dramas: uno, la imposibilidad de parar el tiempo porque escribes más y más, y dos, la imposibilidad alguna vez de decir lo que realmente queremos expresar. En la obra «Madame Bovary». podemos comprobar lo anterior: «La palabra humana es como un caldero rajado con el que hacemos sonar melodías para que bailen los osos, cuando, en realidad, querríamos conmover a las estrellas». Pasado ese trance razonado, vienen las preguntas: ¿Los seres humanos somos algo sin la literatura? ¿Tienen algo que ver la literatura y la lengua con el hecho de que los hombres abandonasen las cuevas o inventaran la rueda? Si pensar sirve de algo, ¿puede existir y desarrollarse, escribiendo, el pensamiento sin conocer la lengua todo lo que debe conocer? Sin la lengua, sin el estudio de las palabras, y sin el estudio de éstas no se puede conocer la verdad, no podemos ser conscientes de lo que representan. Y permítanme acabar expresando que «con el arado de la escritura se abonan las tierras del pensamiento».
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