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Tiene dos y cuelgan bien

​¿Por qué y para qué lloran y rezan por el alma del papa Francisco aquellas personas fieles que siguen al pie de de la letra el dogma cristiano de su infalibilidad?
Armando B. Ginés
martes, 22 de abril de 2025, 10:45 h (CET)

¿Por qué y para qué lloran y rezan por el alma del papa Francisco aquellas personas fieles que siguen al pie de de la letra el dogma cristiano de su infalibilidad?


Si el papa es infalible, ya tiene ganada de suyo la gracia eterna de su jerarca divino, por tanto debiera ser motivo de alegría su muerte terrenal. El juicio final será para él un mero trámite de confirmación de su excelencia individual.


Allende las nubes, Francisco entrará en el club selecto de sus precursores “infalibles”, entre otros algunos ejemplares éticos y morales que han pasado a la historia grande como papas de conductas singulares (es eufemismo consciente): Alejandro VI, Urbano VI, Juan XII, Inocencio VIII, Bonifacio VIII, León X, Benedicto IX y Sergio III. La lista de malditos es más extensa. Para muchos cristianos de pata negra ultratodo, Francisco representaba la usurpación por el maligno satánico del papado romano.


Alejandro VI, del archifamoso y mediático clan Borgia, fue mujeriego empedernido con varios hijos naturales en su haber, asesinó y sobornó cardenales e hizo del nepotismo su forma habitual de gobierno. Urbano VI mató a su conveniencia política a diestra y siniestra Juan XII mereció el llamativo mote de papa fornicador al convertir el Vaticano en un una bacanal permanente de sexo y diversión sagrada. Inocencio VIII reconoció ocho criaturas bastardas. Y Bonifacio VIII es considerado un hombre sacro aficionado a la pederastia. Joyas papales ha habido con brillos de toda índole.


Durante estos días de luto, poco o nada se hablará de la poco edificante intrahistoria papal. Lo importante ahora es fomentar la lágrima entregada de la feligresía universal y esperar lo que da de sí la reunión del consejo de administración del catolicismo también llamado cónclave. Porque la iglesia de Roma es eso y nada más, una multinacional con inmensos negocios diversificados, algunos de dudosa ética, aunque no existe constancia fehaciente de ello. Sus dineros están en varios sectores, muchos de ellos estratégicos: propiedades inmobiliarias, enseñanza, fondos de capital, construcción, energía eléctrica, gas, agua, industria cinematográfica, juguetería... Huelga ofrecer cifras concretas porque el secretismo, el disimulo y el ocultamiento es santo y seña de la marca vaticana.


Mientras haya pobreza en el mundo, el catolicismo venderá fe a raudales adaptándose a mercados en constante cambio. A pesar del dicho, existen sólidas pruebas científicas de que la fe no mueve montañas pero puede mover miles de millones de euros para un negocio en continua alza desde hace más de 2.000 años.


Si la justicia social y la igualdad vinieran al mundo actual, el mito católico perdería su sustento vital. A las multitudes ya no les cabría esperar ninguna parusía redentora, simplemente con vivir la vida sin amenazas pecaminosas ni miedos escatológicos sería suficiente.


Se dice que el ser humano ha basado su desarrollo mental y cultural en su inusitada capacidad para crear ficciones. Al parecer, ningún otro animal tiene esta potencialidad tan sui generis. Parece hipótesis plausible. Hemos inventado países, dinero, leyes, palabras, conceptos y mitos desde la primera conversación informal de la tribu alrededor de una misteriosa e improvisada fogata. Muy probablemente allí tuvieron su nacimiento mitos de muy distinta condición. Y el mito monoteísta cristiano, refundiendo dioses y deidades de diferente procedencia, ha sido el más prolífico de siempre. Su difusión y poder para hacer prosélitos es impresionante. Su target es amplísimo: ricos para justifificar sus métodos de explotación y pobres para calmar su hambre y sed cotidianas. Es decir, el cien por cien de la humanidad.


Recoge la leyenda o la historia, vaya usted a saber con tanto misterio cristiano, que Benedicto III, allá por el siglo I de nuestra era común, fue en realidad la papisa Juana, la única mujer en lo más alto del escalafón católico, quien diera a luz una criatura en plena procesión. ¡Una fémina en el sillón de Pedro! Para evitar tamaño error humano, se dice que se instituyó el oficio de palpati, cuyo trabajo consistía, literalmente, en tocarle los huevos al nuevo papa elegido en cónclave. El pontífice debía sentarse en un trono con orificio desde el cual el susodicho palpati accedía a sus presuntas perlas testiculares. En caso afirmativo, el positivista ritual obligaba a testificar al joven diácono palpador con la fórmula “duos habet et bene pendentes”, o sea, “tiene dos y cuelgan bien”. Los alborozados y aliviados cardenales exclamaban, “deo gratias”, o sea, “gracias a dios”. Lo importante es que una mujer no se colara ni se cuele en la jefatura vaticana. La misoginia católica continúa fiel a sus principios, nunca mejor expresado, aunque ciertamente son ambivalentes o laxos siguiendo la máxima de Groucho Marx de que “oiga, yo tengo principios, si no le gustan tengo otros”.


Se especula en vano si el próximo papa será conservador o progresista, de derechas o de izquierdas, abierto o cerrado a cal y canto a reformas en la monolítica estructura vaticana. La institución católica es lo que es: un emporio simbólico para mantener el statu quo de ricos y pobres a escala universal.

Su imagen sufrirá retoques estéticos y de mercadotecnia pura para que todo siga igual. Así ha sido y así será hasta... ¿hasta cuándo? Mientras la cruz cristiana sirva al establishment de dispositivo cultural para atemperar conciencias a su credo irracional, Roma será un instrumento ideológico de primera magnitud.


El papa ha muerto pero el negocio sigue a todo trapo. Cada lágrima derramada sinceramente por millones de personas inocentes entregadas a su fe salvífica acrecienta el poderío simbólico e inversor de la multinacional vaticana. Hoy, sus acciones cotizan al alza. No hay recesión económica que pueda quebrar sus ambiciosos tentáculos mercantiles... y espirituales.

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¿Por qué y para qué lloran y rezan por el alma del papa Francisco aquellas personas fieles que siguen al pie de de la letra el dogma cristiano de su infalibilidad? Si el papa es infalible, ya tiene ganada la gracia eterna de su jerarca divino, por tanto debiera ser motivo de alegría su muerte terrenal. El juicio final será para él un mero trámite de confirmación de su excelencia individual.

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