Dice mi hija Anapi que cuento en estas páginas todo lo que me pasa. En parte lleva razón. Hace muchos años que quedó grabada en mi mente la frase del Evangelio de San Lucas que dice: “de la abundancia del corazón, habla la boca”. A lo largo del día mi mente se va llenando de ideas y de sensaciones, que se suceden de forma que, apenas has digerido una, aparece otra. De eso es de lo que escribo.
Continuamente los medios de comunicación te bombardean con noticias bastante digeridas y, a veces, manipuladas de acuerdo con el medio del que procedan. Si además, recibes una media de cinco horas diarias de clase en la Universidad, tu mente acaba mezclando conceptos y llegas a la socrática opinión de que: “solo sé que no sé nada”.
Mi método para descongestionarme y buscar un poco de mesura consiste en dedicar una buena parte del día a leer y a ver televisión “amable”. Es decir: nada de libros complicados ni de programas “agresivos de televisión”. (En los que incluyo el futbol).
De vez en cuando te encuentras con gestos y actitudes que te reconcilian con la sociedad. Últimamente, me he encontrado con dos de ellos. El primero sucedió en el primer programa de “MasterChef” de esta temporada. A lo largo del mismo los participantes aprovecharon la presentación de sus platos para contar sus vidas y milagros, sus filias y sus fobias, sus méritos y sus frustraciones. Uno de los intervinientes comentó su dificultad para sufragar los gastos de sus estudios. Inmediatamente el presentador-jefe, Pepe Rodríguez, no dudó en ofrecerse formalmente a subvencionar los estudios del participante. Gestos como este hacen que el “alma se serene”.
Por otra parte sigo con asiduidad los programas de Jesús Calleja. Son simpáticos, animados y sobre todo solidarios con las personas, los pueblos y las instituciones. En estos días se está emitiendo una serie titulada “Universo Calleja”. En el mismo le acompañan urbanitas a los que les hace descubrir sus sentimientos y sus carencias. Pero lo hace de una forma cariñosa y didáctica. Lleva a gentes que creen ser los dueños del mundo y que descubren lo “pequeño” que es el mundo que conocen y en el que viven.
Bravo por ese tipo de televisión cercana que profundiza en las personas sin agredirlas ni echarlas a pelear con sus semejantes. En estos casos, mi presencia ante las pantallas me desintoxica de la tormenta mental que me produce el presente y el conocimiento de la historia de la humanidad a lo largo de los siglos.
Esto último tampoco me viene mal. Descubrir personajes tales como Hildegarda de Binden o Pedro Valdo, te hace recapacitar que no todo se acaba con Putin o Trump. Que aún es posible que seres prodigiosos salgan de la nada y pongan un poco de orden en este mundo.
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