Precisamente, hoy tengo que pasar un examen de Paleografía en la UMA. Una asignatura que te enseña a “estudiar las escrituras antiguas y cuyo conocimiento te permite la lectura de documentos de distintas épocas y escrituras diversas”. En mi caso he tenido que abordar escritos realizados sobre distintos soportes y redactados en escritura romana, precarolina y carolina, entre otras. Por lo visto nos queda otro curso de visigótica y otras lindezas. Todo un ejercicio de atención y de buena vista que te permite descifrar lo que dejaron redactado nuestros ancestros. La última sesión de esta asignatura nos acercó a la tablilla, la inscripción sobre piedra, el papiro, el pergamino, el papel tela, la pluma de ave, las diversas tintas, etc. Todo un muestrario de los artilugios que han permitido plasmar las ideas y conocimientos antes de la invención de la imprenta. Se ha abierto en mi mente la “carpeta” de los recuerdos infantiles que, como miembro del “segmento de plata”, se remontan a los cincuenta del pasado siglo. Mis primeros trebejos escolares consistían en una cartera de cartón, un pizarrín y unos pequeños trozos de tiza. Con esos elementos aprendimos a juntar “la m con la a” y todo lo que le siguió. La segunda etapa, ya en los cursos siguientes, nos permitió el uso de la tinta contenida en unos tinteros, colocados en unos huecos de los pupitres, que se llenaban de agua y anilina creando una especie de tinta, la cual se desparramaba más sobre los baberos que sobre el papel. Utilizábamos plumillas de “la corona”, que también podían servir como arma-defensiva-objeto punzante. Después llegó el lápiz-tinta, que había que chupar. Dejaba la mayor parte de la tinta en la boca. Los bolígrafos, los plumieres, los lápices Alpino y las gomas Milán, llegaron después. Todo un progreso colegial. Desgraciadamente hoy casi nadie sabe escribir a mano. Los profesores se quejan de que no entienden los exámenes. Es lógico, desde pequeños todo el mundo maneja el teclado del ordenador. Ergo no practican la escritura manual. Por eso estimo que los paleógrafos del futuro se las verán negras para entender los escasos escritos a mano que encuentren. Encima redactado en una especie de “modern-espaninglish” cuyo significado cambian cada día. Así que olvidémonos de los cuadernos de caligrafía Rubio, aquellos que atormentaron nuestra infancia. Los niños de ahora tienen bastante con comunicarse digitalmente en un lenguaje desconocido. Pero como esto va a reventar por algún lado. Creo que más pronto o más tarde volveremos a los tiempos de las cavernas, estimo que alguien volverá a descubrir aquel viejo pizarrín. No quedará otro medio a nuestro alcance.
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