Los que en estos días paseamos por las playas malagueñas, hemos podido divisar montes nevados por poniente y por levante. Esta imagen ha hecho aflorar a mi memoria viejos recuerdos. Los miembros de la generación a los que califico como “segmento de plata”, nos tenemos que defender de las hordas edadistas (que consideran a los mayores como unas gentes de segunda categoría) a base de presumir de nuestras vivencias, bajo el grito de “que nos quiten lo bailao”.
Como además sucede que el presente y el futuro no se presentan demasiado halagüeños, tiro de mis recuerdos, a fin de resucitar acontecimientos de mi generación y transmitir experiencias a aquellos que aun no han podido disfrutar de momentos mágicos que tardaran mucho en volverse a producir.
Me refiero, en este “segmento” de hoy, a aquella fecha clave del 3 de febrero de 1954. Ha transcurrido la friolera de 71 años. Aquella mañana me aprestaba a asistir a clase en el viejo colegio de San Agustín. Yo era uno de aquellos niños de la 4ª que caíamos en manos de Don José, en un aula cuya ventana aun podemos observar desde la entrada a la iglesia de los Agustinos.
Ese día, al salir a la calle, descubrimos que había nevado. No era cuestión de perder el tiempo haciendo divisiones en clase con su correspondiente prueba del nueve. Nos dirigimos en plan bélico hacia los aledaños de la catedral donde topamos con los alumnos de los Maristas que habían venido Alcazabilla hacia abajo. Para colmo, entre “mariscos” y “langostinos”, que eran los epítetos con los que nos insultábamos maristas y agustinos, apareció una tercera caterva, en este caso femenina, del colegio de las Teresianas. Se produjo cierta batalla “neval”.
Todo un compendio de jóvenes sorprendidos por una libertad momentánea, mezclada con una situación meteorológica desconocida por todos. Una experiencia inolvidable. No se ha vuelto a repetir. Tan solo alguna tormenta de granizo, que apenas ha cuajado en nuestras calles y, algún invierno, una visita a las Pedrizas cercanas, para ver un pequeño manto de nieve a nuestro alrededor. En este paraíso terrenal que es nuestra Málaga, tenemos otras circunstancias meteorológicas que nos hacen únicos. Ayer, a media mañana, pude ver en las playas del Rincón a una treintena de deportistas haciendo Pilates en camiseta bajo un sol radiante. Mirabas al oeste y te encontrabas la Sierra de las Nieves cubierta de una amplia capa nevada. Al este se alzaba la maroma con su cima llena de nieve. ¿De qué nos podemos quejar?
Añoramos aquél día que nevó. Más por la edad que teníamos que por otra cosa. No es bueno vivir de los recuerdos. Lo importante es sacar jugo al presente. Pero tampoco es malo mirar de vez en cuando hacia atrás y recuperar aquellos momentos agradables.
Sigo quedándome con los inviernos soleados de nuestra costa y el clima que envidian aquellos que nos visitan. Pero una nevada de vez en cuando tampoco vendría mal. Nuestros nietos lo disfrutarían. Como hicimos nosotros aquel día de febrero hace 71 años.
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