Supongo que una gran cantidad de personas desconoce lo que en su día fue un objeto de uso cotidiano: “el jarrillo de lata”. A lo largo de mi vida me he topado con este utensilio en diversas ocasiones. La primera en mi etapa escolar. Durante un curso asistí a una escuela pública malagueña. A media mañana nos daban leche procedente, al parecer, de la ayuda americana (nada que ver con la mala leche con la que nos riega a diario el señor Trump). Durante aquellos recreos, nos acercábamos a un conserje que nos llenaba el recipiente que tuviéramos de un brebaje conseguido con la leche en polvo y agua del grifo. Ahí aparece nuestro primer “jarrillo de lata”.
Hablamos de un tiempo en el que el plástico aún no había sustituido al cristal o la cerámica. En aquella España de las ideas luminosas, surgió un procedimiento para obtener un recipiente barato. Se tomaba una lata de leche condensada vacía y con la tapa se confeccionaba un asa. El artífice era el “latero” que arreglaba ollas, sartenes y cacharros de todo tipo.
Ese jarrillo evolucionado, lo tuvimos constantemente a nuestro alcance en los pisos de estudiante, en las excursiones o viajes y a lo largo de la mili. Es decir, un artilugio apañado que nos acompañó durante una larga etapa de nuestra vida.
Hoy, cuando nos encontramos en la tercera (o cuarta) etapa de nuestra existencia, nos sentimos como “jarrillos de lata”. Cada uno dentro de nuestras posibilidades. Los mayores estamos lo mismo para un roto que para un descosido. Los abuelos, especialmente las abuelas, componemos un retén de urgencias para cuidar niños, arreglar ropas, hacer recados, prestar servicios de todo tipo, acompañamiento en general, restaurantes rápidos y económicos, reparaciones varias, préstamos de todo tipo, etc., etc.
Todo un sinfín de utilidades, semejante a la posesión de un jarrillo de lata o de una navaja suiza. Siempre estamos para ese último recurso que soluciona un pequeño o gran problema. Mientras exista la familia no faltará este maravilloso recurso.
Lo mejor de todo es que nos sentimos muy orgullosos de prestar este servicio. Lo hacemos muy a gusto y no nos quejamos en absoluto. Estimo que es una situación que nos hace sentirnos útiles. Tan útiles como fue en su día el jarrillo de lata.
|