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Quime, Macondo y Comala en Bolivia

Realizamos un histórico viaje a sitios históricos del país para reconciliar las crónicas de una guerra injusta que distanció a dos pueblos hermanos
Luis Agüero Wagner
martes, 25 de marzo de 2025, 10:19 h (CET)

Desafiando a los males de la altura, los sinuosos, estrechos y escarpados senderos de las serranías y montañas bolivianas, con un audaz grupo de paraguayos decidimos desafiar la naturaleza adversa y realizar un histórico viaje a sitios históricos de Bolivia, para reconciliar las crónicas de una guerra injusta que distanció a dos pueblos hermanos.


La Bolivia desconocida se presentó así ante nuestros ojos, en una ciudad lejana y casi inaccesible llamada Quime, donde el realismo mágico supera a la ficticia Macondo de García Marquez, incluso a la Comala de Juan Rulfo.


La inmensa mayoría de los paraguayos ni siquiera la ubica en el mapa, pero esta ciudad boliviana, habitada por unos pocos miles de personas que casi ignoran al mundo exterior, es un lugar donde los paraguayos son recordados como héroes que salvaron la ciudad, y la hicieron accesible reparando sus caminos.


El periódico La razón publicaba en el año 1933 que Las aguas turbulentas del río 3 cruces se llevó el puente principal de Quime y 2 puentes situados al sur de la población, ocasionando además serios derrumbes en la carretera que pasa cerca de la ciudad. Otro puente del camino QUIME a Pongo fue arrastrado por las aguas.


A raìz de todo esto, quedaron interrumpidas las comunicaciones con los pueblos vecinos. El camino de herradura de Quime inclusive se halla totalmente dañado por derrumbe, y para mayor infortunio, la creciente de río destruyó el dique de contención de las aguas potables de la ciudad. Las líneas telegráficas fueron interrumpidas debido a que las corrientes de las aguas, que inutilizaron postes a lo largo de cinco kilómetros.


Esta historia me recordó una frase de Miguel Angel Asturias, que describía una ciudad centroamericana afirmando que lo más vivo en ella eran los muertos. Como la Comala de Rulfo, uno camina por Quime y parece escuchar la voz de los muertos en la guerra del Chaco, o el infortunio de los fusilados en Macondo.


Un boliviano de noventa años que me pidió mi libro, me relató que nació en 1935 y nunca conoció a su padre, que murió el año anterior en la guerra del Chaco. Fue uno de los tantos amerindios bolivianos llevado al frente como carne de cañón, para disputar a tiro caliente un pedazo de mapa en nombre de oligarquías y cotizaciones escritas en lejanas pizarras.


Mientras niños bolivianos vivaban al Paraguay, y paraguayos y bolivianos departían alegres en la hermosa plazuela de Quime, rodeada de un paisaje con reminiscencias alpinas, un notable del lugar me sorprendió explicando porqué llevaba el nombre de un famoso paraguayo. Orgulloso, me explicó que llevaba el nombre de Arsenio Erico, en homenaje al célebre futbolista que supo ser el máximo goleador en la historia del fútbol argentino.


Su padre, que había caído prisionero en el Chaco, viviendo en Paraguay se hizo fanático del futbolista paraguayo, entonces una celebridad en Argentina.


Los discursos de las personalidades bolivianas solo hablaban de amor y amistad, a pesar del recuerdo compartido de crónicas heroicas legadas por una sangrienta y estúpida guerra.

Fue la visita a un lugar increíble, donde todo brillaba a pesar de la niebla de las sierras y montañas bolivianas, y de todas las dificultades del viaje.


Aquel surrealismo de Quime me recordó a la Comala de Rulfo, como una ciudad donde los habitantes están muertos y vagan como almas errantes por el pueblo, pero a diferencia de la atmósfera lúgubre descripta por el mejicano, la alegría se respira en cada rincón y en todas sus calles. LAW

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Históricamente, desde las guerras del pan, que ahora se llaman “del hambre” gracias a nuestro oráculo instalado en Bruselas, hasta nuestros días, las crisis económicas, o sea, cuando el pueblo llano pasa más hambre de lo habitual mientras las élites exhiben su cómodo nivel de vida y mueven su patrimonio de paraíso a paraíso, una suerte de revolución popular debería forzar algunos cambios.

Estamos asistiendo impávidos al despilfarro del dinero público y de nuestros impuestos en ministerios fantasmas, viajes injustificables, en acuerdos políticos inconfesables con un delincuente… ¿Alguien puede dudar de que el gran Berlanga ya habría plasmado en el cine la dramática, a la vez que cómica, película de los episodios a los que estamos asistiendo los españoles en el gran teatro de la política nacional?

 
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