Desde la era de Ronald Reagan hasta la presidencia de Donald Trump, la psicología colectiva en Estados Unidos ha experimentado cambios significativos. A medida que el uso de antidepresivos ha aumentado un 400 % desde 1994, es evidente que la infelicidad y la ansiedad se han convertido en problemas crecientes en la sociedad estadounidense. ¿Qué ha ocurrido en estos años para que el país que se enorgullecía de ser un símbolo de libertad y oportunidades haya pasado a estar marcado por la división, la agresividad y la desesperanza?
Durante la presidencia de Reagan, el discurso estadounidense se centraba en la idea del "sueño americano": cualquier persona que trabajara duro podía encontrar su lugar en la nación de la libertad. Sin embargo, en las últimas décadas, ese mensaje ha sido sustituido por una creciente polarización y una retórica agresiva, especialmente en el rechazo a los inmigrantes y en el tratamiento de los conflictos internacionales.
Ejemplos recientes ilustran esta tendencia: el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 fue una muestra extrema de la radicalización política y la erosión del diálogo democrático. Asimismo, el discurso de expulsión de inmigrantes y la idea de desalojar a los palestinos de Gaza contrastan con la visión inclusiva que alguna vez promovieron líderes como Reagan. En lugar de reforzar los valores de unidad y cooperación, se ha normalizado un lenguaje de confrontación y exclusión que afecta profundamente el bienestar psicológico de la sociedad.
Gretchen Rubin, autora de un informe sobre la felicidad, señala que las conexiones humanas juegan un papel clave en la satisfacción personal. "Las personas que dicen tener relaciones íntimas a largo plazo, en las que pueden confiar y sienten que pertenecen, tienden a ser más felices", explica. Sin embargo, en un contexto de creciente individualismo y división, estas conexiones son cada vez más difíciles de mantener.
Además, los estudios indican que la aceptación de uno mismo es un factor determinante en la felicidad. La psicóloga Jane Gruber apunta que "al aceptar nuestros sentimientos, es menos probable que nos juzguemos a nosotros mismos y experimentemos síntomas de ansiedad y depresión". En una sociedad donde el estrés, la incertidumbre y el miedo son utilizados como herramientas políticas y mediáticas, la capacidad de autoaceptación se ve amenazada por narrativas que promueven la desconfianza y la paranoia.
Para revertir esta tendencia, quizás sea necesario recuperar valores esenciales que promuevan una convivencia más sana: el respeto por el otro, el sentido de comunidad y la capacidad de diálogo. Pequeños actos cotidianos, como cuidar de nuestro entorno, conectarnos con las personas cercanas o encontrar placer en lo simple, pueden ayudar a contrarrestar la creciente sensación de desesperanza. Tal vez, en lugar de buscar soluciones drásticas o grandes cambios, la clave esté en recuperar la humanidad en nuestras interacciones diarias.
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