En esta vida tenemos ciertos valores que se van conformando a medida que vamos evolucionando en los años y sobre todo debido a la educación recibida, al entorno y, lo que es más importante, a la familia en la cual crecemos. Durante la infancia formaremos nuestra personalidad que será determinante para el carácter que tengamos en el futuro. Cuando somos niños, nos educan y enseñan todo aquello que creen que será necesario para poder desenvolvernos el día de mañana.
Nos convertiremos en adultos plenos cada uno con su forma de ser, sus creencias y sus reflexiones en torno a lo que queremos, buscamos y somos capaces de hacer. Tendremos ideas preconcebidas acerca de muchas de las cosas que nos rodean calificándolo como bueno o malo, es decir, categorizaremos lo que vemos y también, lo que no vemos pero nos cuentan. Juzgaremos según nuestra experiencia siendo, en la mayoría de las ocasiones, bastante crueles sin tener en cuenta más que una pequeña información de la situación.
Y el tiempo pasará y nuestras creencias, la mayoría de ellas innatas podrán modificarse debido a la existencia de las diferentes personas que pasarán por nuestro lado. Cosas que teníamos muy claras, de la noche a la mañana, podrán devaluarse completamente y dejar de ser tan evidentes dando paso a un cuestionamiento y hasta a cierto bloqueo, porque pueden chocar con nuestros ideales.
Esto se ve en cosas tan sencillas como tener la idea preconcebida de que los compañeros de trabajo tan sólo serán eso, personas con las que nos relacionamos de forma obligada y con los que no compartiremos tiempo fuera del horario laboral pero que debido a permanecer más de ocho horas con ellos y día tras día, poco a poco se convertirán en nuestros confesores, en nuestros amigos para finalmente, en alguien de nuestra confianza. Esto se vuelve a ver de una forma bastante clara en pensar que uno jamás se enamorará y cederá como otros hacen porque consideramos que eso es dejar parte de uno para conocer, de repente, a alguien que trastoque los esquemas de nuestra concepción del amor y sentir esa necesidad de querer estar siempre con la otra persona.
Podremos verlo también, en la creencia de que no haremos algo y con el tiempo hacerlo. Pueden ser pequeñas situaciones: hacerse un tatuaje, teñirse el pelo o pillarse una borrachera y, en mayor medida, tomar la decisión de divorciarse aun habiendo prometido amor eterno, dejar un trabajo porque no aguantamos más o viajar solos sin sentir la angustia de no sentirnos acompañados. Todos estos casos y otros muchos reflejan como podemos hablar mucho acerca de lo que esperamos de nosotros mismos, pero lo cierto es que las ideas, valores y creencias pueden ir modificándose para fluir hacia otros caminos. Y no quiere decir que sean mejores o peores, sino que son completamente diferentes.
Por lo que de nada vale prometer y repetir que algo jamás lo haremos, porque la vida puede dar muchas vueltas y aquello que dijimos que no haríamos, podrá suceder, que lo acabemos haciendo por las circunstancias, porque algo nos motiva o porque simplemente, nos hemos cansado. No es que estemos cambiando de forma completa, sino que seguimos construyéndonos acorde a lo que la vida nos pone por delante. A veces, no nos quedará más remedio que cambiar las creencias porque otros nos lo pueden imponer como en el caso del trabajo o en cuestiones relacionadas con el divorcio. Pero otras tantas, dependerán tan sólo de uno mismo y de cómo van fluyendo las situaciones.
Así pues, hay que aprender a evitar decir “yo nunca haría eso” y cuando les suceden las cosas a los otros, pensar interiormente eso de “nunca digas nunca”. Y es que la vida es demasiado caprichosa y lo que les toca a otros puede o no tocarnos en un futuro, pero eso no quiere decir que no nos vaya a tocar nunca. Por eso hay que aprender a no juzgar tan a la ligera y a, por lo menos, pensar que en otro momento, nos puede tocar a nosotros porque nadie está exento de nada en este juego tan complicado que es el de la vida donde todos, por mucho que no queramos hablarlo, llegamos al mismo destino.
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