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En estos días que se buscan culpables sobre la Dana de Valencia, en lugar de arrimar el hombro en la reconstrucción y sobre todo la reparación de las pérdidas humanas en la medida que sea posible, vemos que el relato sustituye la verdad, pues se busca la buena imagen.
Vivimos en una sociedad en la que tenemos la obligación de actuar como lo hace el resto, de comer lo que prueban otros, de tener aficiones conforme al entorno al cual nos hemos desarrollado y sobre todo, a relacionarnos con personas afines a nuestros intereses y clase social
Somos muy propensos a sacar conclusiones sin el debido fundamento; incluso procedemos con empeño a defenderlas, pese a su inconsistencia. Las dificultades para adquirir el conocimiento suficiente de cuanto acontece, suelen ser abrumadoras; emerge la pregunta, nos sitúa ante qué parte logramos conocer. Un simple HECHO, aparentemente nítido y visible, está forjado por una serie de factores condicionantes y repercusiones.
Solemos decir muchas frases y damos bastantes discursos sobre situaciones que pensamos que nunca haremos. Estamos convencidos de nuestra palabra y seguros de no cambiar de opinión, a pesar de las diferentes experiencias por las que podemos pasar, pero puede suceder que llegue un día en el que todo aquello que dijimos cobre otro sentido, y aquello que prometimos no hacer, lo acabemos haciendo.
El siglo XX y lo que va del XXI están consiguiendo, pero en sentido contrario, lo que nos trajo el final del siglo XIX, la humanización del trabajo y los reconocimientos de los derechos que todos traemos al nacer. ¿Qué es, pues? ¿Qué debemos vigilar? Nos están enseñando a cambiar conceptos, como, por ejemplo política y moral o creencias personales. Peor, algunos, nos quieren obligar a cambiar.
Elegir un proveedor de energía eléctrica para el hogar no es fácil porque los consumidores solemos buscar dos conceptos fundamentales que no suelen ir de la mano: precios competitivos y un servicio de alta calidad. Por suerte, tal y como hemos podido comprobar al documentarnos para escribir estas líneas, podemos decir que Imagina Energía destaca en ambas áreas.
La democracia es un pilar fundamental en la sociedad moderna, y su esencia radica en la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones. En España, como en muchos otros países, el sistema político ha evolucionado a lo largo del tiempo, y actualmente, se enfrenta a desafíos que requieren una profunda reflexión y posiblemente una reforma constitucional.
Abundan, en la Red, y en los libros, frases y sentencias sobre la Navidad, casi todas empalagosas y manidas. Se trata de aserciones como la que reza “la Navidad es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón”, atribuida a Washington Irving. Poco que añadir en el universo del lugar común como elemento central de cualquier retórica.
El diálogo resulta básico para cualquier pretensión de vida comunitaria; para encauzar los agonismos y antagonismos es un procedimiento necesario. Cuando no se practica, los entendimientos se tornan muy problemáticos. Exige unas mínimas cualidades de franqueza, respeto, tenacidad, y naturalmente, voluntad de dialogar. Y de por sí, cuesta lo suyo reunir estas condiciones.
En dicho spot publicitario podemos observar como un grupo se divide inmediatamente en dos facciones ante unas preguntas concretas: esto o lo otro. Comienza con la broma de las preferencias por las tortillas de patatas: “con o sin cebolla”, y plantea el deporte nacional que consiste en dividir a los ciudadanos para todo en dos grupos irreconciliables, asentados en “su verdad absoluta”.
Es fascinante ese manantial interminable de ideas, acogotan a la misma medida del tiempo, no importa cual hay sido su destino, fluyen con rapidez en una dispersa emanación. El fenómeno en sí es subyugante. Provocan sensaciones dispares, relaciones congruentes e incongruentes a la vez.
Adicto soy a las tertulias televisivas o radiofónicas; sí, adicto a ciertos periodistas o intelectuales que van goteando sus opiniones, ajustándolas a los principios que cada uno de ellos ha ido madurando a lo largo de sus años de afanoso estudio de observación, quiero pensar que objetiva, pero... mi adicción acarrea una confrontación: la no posibilidad de intervenir a distancia desde la casa de cada cual.
La entrevista del señor Abascal (Vox) en Telecinco ha abierto la caja de los truenos; parece ser que, hoy, para algunos, justamente los que predican el derecho total a la libertad individual y de grupo, las opiniones de determinadas personas tienen suficiente motivo como para ser enviadas a la Inquisición del fuego eterno. ¡Qué hipocresía!
Me envuelve una extraña melancolía mientras emergen los recuerdos de viejos textos y páginas desechas en un intento de dejar un pasado que, pese a que en su momento se percibió bondadoso y bueno, ahora, se ha entrelazado con el dolor de una rumiación presente y un deseo futuro; páginas que al ser reescritas una y otra vez su esencia perdieron en la atmósfera del miedo.
Llama la atención la facilidad de palabra que tienen los “tertulianos” de los medios de comunicación, que todos los días nos hablan de los más diversos temas, simples o complicados. Deben de pertenecer a una especie “supra IA”, porque, como digo, les da lo mismo opinar “con voz de magisterio experimentado” del aborto, de la eutanasia, de la educación, del acoso escolar, de la gestación subrogada, de la ocupación intocable, de los malos y de los buenos y de Ferrovial...
No sé si Ana Obregón era consciente del terremoto informativo que ha originado, además de ensombrecer durante unos días, los graves problemas económicos, políticos o sociales que hoy nos agobian a los españoles. El aluvión de opiniones que se han vertido sobre su tardía maternidad subrogada, ha servido para dividir una vez más a los españoles.
Opinar es un asunto serio, porque supone que quien lo hace de manera responsable, le asiste la razón y es para sí mismo una verdad. Quien opina con carácter y firmeza, en principio le asiste un pensamiento y una cultura que engloba tener las razones que fundamentan la opinión misma.
Cuando hemos percibido una idea, un ideal, y los resultados de su puesta en práctica no acompañan a las previsiones, quizá porque originan un sinfín de complicaciones; no entramos en excesivas valoraciones, el ideal era engañoso, no sirve, era una falsedad rodante.
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