La sociedad evoluciona y con ella las necesidades que se van creando en ella. La superficialidad que, a veces, nos invade hace posible también la aparición o, al menos, el resurgimiento de ciertas profesiones que nos ayudan a pensar o a alimentar nuestras propias opiniones por la simple intención de reforzar nuestras creencias y no con el ánimo de darnos otras visiones, todas respetables, de la realidad para contrastarlas con las nuestras. De ahí la proliferación de profesionales –porque eso son, al fin y al cabo, teniendo en cuenta de que viven de ello, aunque en principio fueran o sean otras sus dedicaciones– como los tertulianos, especie que hoy día se prodiga por los medios de comunicación a una velocidad de vértigo. Pensemos que actualmente todas las cadenas de televisión cuentan con programas a lo largo del día en que participan un bueno número de estos supuestos analistas de la actualidad, algunos de los cuales repiten en varios programas para mayor aumento de su sueldo.
Son los nuevos oráculos de la modernidad, en los que siempre encontramos la opinión justa, la opinión ocurrente y acertada, pero pocas veces aportan juicios que ayuden a una reflexión más profunda, sino que simplemente adoptan una postura monolítica fácilmente previsible, siempre relacionada con una línea de pensamiento o ideología determinadas.
Para entender esa proliferación del pensamiento vacío de estos personajes, podemos hacer una rápida clasificación de los mismos, teniendo en cuenta su origen o procedencia. Varias son las clases existentes de acuerdo con este criterio: jóvenes y no tan jóvenes, amamantados bajo las ubres de partidos políticos o ideologías concretas, que nunca han demostrado saber hacer algo en la vida o emplear su tiempo en dedicación alguna; expolíticos más o menos fracasados, otros jubilados, algunos de ellos rozando comportamientos poco éticos; exsindicalistas, algunos fuera ya de contexto; politólogos treintañeros, que aún no se han estudiado la historia de España; periodistas mamporreros, adscritos a una línea editorial, siempre inamovible y demagógica, etc. Para ser justos, diremos también que existen analistas serios de la realidad del momento, curtidos a lo largo de tiempos pasados, que aportan cierto grado de sensatez a las ideas que transmiten.
Es de admirar en este espécimen dedicado a la información la capacidad que tiene para hablar de cualquier tema que la actualidad impone. Tras el amanecer de cada día y dependiendo de la recientes noticias con que nos levantamos, por poner algunos ejemplos, son avezados meteorólogos, si las inclemencias del tiempo así lo mandan; son inteligentes economistas, si las novedades del mundo empresarial así lo requieren; son hábiles estrategas militares, si los acontecimientos bélicos por el mundo así lo precisan; son expertos deportistas en cualquier disciplina si así se lo piden; y, por supuesto, son experimentadores observadores y críticos políticos, algo que se da por descontado. En fin, son chicas y chicos, alguna de tierna edad todavía, que dominan todos los aspectos de la vida que les eches a la cara.
Ante tal e irremisible evidencia, y con el objetivo de aceptar y adaptarnos a los tiempos que corren, cabría proponerse la implantación de unos estudios reglados –ya se vería de qué categoría o rango académico– que enseñaran a esta clase de actores que aparecen en esta variante de la farándula televisiva y radiofónica los contenidos de la materia que imparten con tanta osadía y a hacerlo con la seriedad y la objetividad que los receptores de sus argumentos nos merecemos. Así, aparte de las necesarias cualidades sobre elocuencia, retórica y exposición, aprenderían un poco de cada uno de los temas de los que hablan y dejarían de ser “tertulianos liendre”, que de todo saben, pero que de nada entienden.
Otro fenómeno que, en este o parecido ámbito, se está produciendo en los últimos tiempos –al margen de la maraña de youtubers o influencers que nos invaden– es la aparición de una nueva ocupación que se ha dado en llamar “creador de contenidos”, dando así al concepto cierto toque artístico o propio de una mente teñida de cierta genialidad.
En una primera reflexión, y teniendo en cuenta que es la juventud el sector en el que predomina esta afición, no cabe otra posibilidad que la de pensar que el término asignado a dicha categoría profesional es un puro eufemismo, por no decir un arrebato de presunción, pues es como pensar que cualquier sujeto, al que no le apetece trabajar ni formarse en serio y sin capacitación alguna, se dedica a decir lo primero que se le ocurre por las redes y, encima, vive de ello, porque alguien la paga a razón de las visitas hechas a sus páginas, en las que se publicitan determinadas marcas.
Es por esta breve como improvisada reflexión que estas líneas hacemos sobre las necesidades actuales por lo que, como decíamos al principio, hay que adaptarse a las nuevas realidades, aunque no por ello debamos aceptarlas sin el debido sentido crítico.
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