Introducción. Qué me llevó a leer “Razonar y actuar en defensa de los animales”
Acabo, como quien dice, de aterrizar de leer “Todos los animales somos hermanos”, de Jorge Riechmann, libro del que hice una reseña y que el lector puede buscar en la red con el título “«Todos los animales somos hermanos» (de Jorge Riechmann), un intento de reapuntalamiento del antropocentrismo fingiendo que se transita por la defensa animal. Quería descansar un tiempo del mareo (y el cabreo, eso sobre todo) que me dejó leer a Riechmann, quien como resumo de la reseña que hice de su libro, pretende contentar a todo el mundo (ganaderos y animalistas, ja, menuda pretensión, cómo se nota que no conoce los territorios de cada cuáles), haciendo como que defiende a los animales, los cuales por desgracia no pueden replicar sus desagradables diatribas sobre ellos, a quienes en su libro de falsa defensa sólo busca apuntalar en 'sus puestos' y en su apartheid de especie, o sea por debajo del humano, para el humano seguir usándolos. Y no porque como creen muchos como Riechmann que los animales no poseen sus idiomas y comunicaciones complejas (mucho más que las nuestras), sino porque sencillamente no saben —en este caso— castellano. Pero yo sí. Y por eso contesté a tal libro públicamente, en una crítica que no entiendo cómo no se ha realizado hasta ahora cuando ya han pasado dos décadas desde que se publicó tan insultante y deplorable libro, para los animales y para quienes los defienden.

Decía: terminé esa reseña nombrada y una amiga me indicó que el señor Jorge Riechmann también aparecía en otro libro que habla de los animales como para bien (lo de como para bien es algo que uno encuentra siempre en estos libros de “pensamiento” para la defensa animal, que siempre defraudan). Yo ya sé que Riechmann ha escrito otros libros de este tipo —aunque no sospechaba que fuesen tan insultantes para la defensa animal, la verdad; creía serían flojos, eso sí, pero no supremacistas humanos, con tanto descaro—, pero de este que me habló mi amiga, donde hablan varias voces supuestamente en defensa de los animales, me sonaba el título, y sí, lo tenía en mi amplia biblioteca, en la parte que en la mudanza aún me queda de algunos libros en cajas en el almacén, su título “Razonar y actuar en defensa de los animales”. Ordené y metí en la casa los libros de más uso y mejores y dejé en unas pocas cajas en el almacén que en la mudanza consideré prescindibles, o para introducirlos en la biblioteca con cuidado más adelante, en un primer vistazo. Este fue uno de ellos y por estar en el almacén por donde en ocasiones se pasea alguna rata porque vivimos rodeados de campo, cuestión que me fascina y me alegra el día, pero que por casualidad éstas habían mordido la caja donde se encontraba este de “Razonar y actuar...” y el libro en cuestión estaba mordisqueado un tanto en la mitad de su tapa pero no había quedado dañado el texto interno. Pensé que si las ratas lo habían mordido sería por algo, no me engañaba.
Y de nuevo me hallaba embarcado, en suma, en la lectura de un libro mareante, aliado de los fabricantes de paracetamol, de los hospitales y de los psicoterapeutas y coach; un libro de filósofos y pensadores que juegan a hablar de y por los animales. Virgen de la Cabeza!, pensé, ¿recién que me acaban de dar el alta del psiquiátrico donde fui conducido por mi familia con la mentira de que me conducían a la casa museo de Antonio Machado y, viendo todavía, aunque atenuados, supremacistas humanos sobrevolando las calles con las tablas de moisés-Descartes, ahora me voy a meter en otra obra parecida, y además con más autores? ¿Qué será eso? ¿Qué encontraré? ¿Por qué esta aparente obstinación mía lautreamontiana y joyceana en sumergirme en fango oscuro cada tanto? Como dije en la reseña del libro de Riechmann, yo soy un descreído de los libros de “filosofía” moral que abordan la situación animal entre nosotros; ya me la pegó Singer, que fui de los primeros que compré su estupendo libro que al residuarlo y ver las concesiones que da nuestro Peter al verdugo de los animales uno piensa que tal libro parecía avanzar a ser una obra histórica y útil de todo grado para la liberación animal pero se quedó a medio gas, porque no es radical. Entonces se autotraicionó. Una pena. También Mosterín y otros me molestaron mucho el karma. Autores que tienen el espíritu, que se les ve, o eso parece, la palabra animalista, pero avanzas en sus narrativas y razonamientos y acaban traicionando de una forma u otra a los animales. Es como si uno cogiese en una biblioteca o librería un libro recomendado que habla de los derechos de los niños y llegando a la mitad de la obra leída, donde ya se ha abordado la historia de los derechos de la infancia en el devenir humano y contextos sociales de países y épocas, la legislación, cómo evolucionó, etc., el autor comienza a realizar concesiones ante razonamientos de problemáticas del presente relacionadas con los niños, expresando su opinión particular como si fuera certeza devenida de un razonamiento empírico, en suma ideas que más que defender a los niños les retiran otra vez, como desandar un siglo, la protección por la que tanto se ha luchado y merecen. Un libro de defensa de la infancia que, por ejemplo, acabe diciendo que la pedofilia y la pederastia son cosas horribles, pero que si se realizasen por los pedófilos bajo la mirada vigilante de “hombres buenos” controlando que los niños no sufriesen “demasiado”, sólo acaso cada agresor podría ejecutar su vicio los lunes, o que ciertos niños sí podrían ser violentados pero sin sufrimiento, bajo el certificado europeo de “abuso con bienestar infantil”, por ejemplo los niños de la India y los peques afroamericanos que no estén censados (la metáfora es ligera y no la pienso demasiado, sólo la expongo porque pienso que es buena comparativa; y porque siempre que alguien me expone dudas de si tratar mejor o peor a un animal le contrapongo una metáfora de si ese animal fuera un niño, o un hombre, o una mujer o un anciano, muchos dirían: ¡pero no compares, unos son animales y los otros humanos! Quienes de entre los lectores que hayan caído aquí piensen que no se pueden comparar animales y humanos porque los segundos son superiores y merecen más derechos, les pido que dejen de leer, porque en esta tierra toda criatura con vida, haya tenido la “suerte”, dadas las circunstancias, de nacer animal humano, o la desgracia de nacer animal 'a secas', tienen igual derecho a vivir sus vidas en paz y sin injerencias de la mano agresora humana; quien dude de esto, insisto, nos despedimos aquí como amigos y le deseo felices pascuas), etc.
Uno, ante algo así como la metáfora del autor de la falsa defensa de la infancia, devolvería el libro a la biblioteca preguntando a la persona encargada que por qué tal obra no ha sido denunciada por asociaciones de defensa del menor, y por qué ese libro se ha colado entre las obras que defienden de verdad la infancia. Para consolarlo a uno el experto le entrega otro, que no defrauda, dice, que va de feminismo, historia y razonamientos; renegando comienzo los días posteriores a leer el libro y veo que el autor comienza a desvariar comprendiendo a los violadores (pongo por ejemplo), el autor dice que al fin y al cabo el hombre se ha demostrado científicamente que es superior a la mujer, que su testosterona es alta en ciertos individuos, y por tanto tiene derecho a usar la superioridad masculina en ocasiones concretas pero sin uso de la fuerza —por el bien social, porque si no, de reprimirse, socialmente tendríamos un problema mayor, etc.—, y si se usa la fuerza debería esta repercutir en la mujer con el menor impacto de sufrimiento, para nada que en esa agresión se produzcan —diría el autor, tan contento— sufrimientos innecesarios en las mujeres usadas por el bien del patriarcado. Culmina el autor de ese libro ficticio diciendo que consume en ocasiones “algo de violación” y que lo adecuado sería que hubiera mujeres libres por los campos, la vida ideal, y que hubiera controles para violadores muy regulados por el Estado, que pudieran ir a ese coto de mujeres una vez por semana pero con control policial y ejecutar su pulsión, aunque, se insiste, por favor, que esto no se salte, con bienestar femenino; dicho coto estaría rodeado de carteles que certifican controlados por la UE donde se exponga con letras grandes y claras: “mujeres de monta sanas, úsense bajo las normas europeas de tolerancia Cero al sufrimiento innecesario”. ¿Suena fuerte? ¡Pues un alud de cosas así proponen quienes escriben libros para “regular” la situación de los animales entre nosotros, como para mejorar sus vidas, o sea sus esclavitudes, cuando lo que buscan es quedar como bienintencionados inmersos en la segunda ilustración que llaman tan contentos, hombres de bien, prohombres que escriben tratados admirables de pensamiento complejo. Y ¿qué dicen esos tratados de tales prominentes mentes? ¿Cómo desarrollan sus intereses ideológicos con palabras? ¿Cómo se lo montan?
Eso me propuse yo responder con este leer de vez en cuando estos libros “fronterizos” que se nos han colado en el animalismo y que de animalismo no tienen nada. Son libros que entran como pedro por su casa, dígase que porque el animalismo es por ahora un movimiento muy monjil y no opone objeción a casi nada, y que como los tontos, si los tiras contra la pared se quedan pegados. Ojo con ellos. Aguantan más flotando que el barco Pyrenees, cuyo protagonista en el cuento “La semilla de McCoy”, escrito por Jack London (y que recomiendo), consigue que después de mil peripecias a cual más variopinta, peligrosa y extenuante, el barco en llamas cada vez más deteriorado, lograr milagrosamente llevarlo a puerto con toda la tripulación ilesa.
Hay libros que por su apariencia, incluso a veces por parte de su interior, parecen hablar por el bien de los animales pero no lo hacen. Son escritos por supremacistas humanos con sibilinos títulos y sinopsis engañosas, aunque si uno se afina en detectar la piel y la intención secreta y explícita de esos libros, pronto los capta nada más los tiene ante los ojos. Uno de esos libros que cuando pueda leeré, y que me suena a trampa también como el de Riechmann, es “La hamburguesa que se comió el mundo”.
Yo prosigo esta serie de reseñas de este tipo de libros porque veo que desde aquel de Riechmann (creo que de alguna manera marcó el inicio de libros de este calado, y por eso los amigos de Riechmann no me perdonaron mi crítica al libro, ni el autor tampoco; querría estar una década más tranquilo, con su libro rodando y flotando —sin hundirse con su propia llama especista—, un silencio en la sala y en las plazas; pues ese tiempo ya no existe, muchachos: el animalismo se está levantando nuevamente de sus cenizas, pero para ver por dónde avanzar y cómo debemos salir del barro y barrer la casa) han abierto una línea de libros tramposos que llevan el concepto eco (que siempre es tramposo porque es proganadero y pro vivisección y pro uso en todos los niveles de los animales, que al parecer no nacen en ese eco sino que caen de las nubes), y el concepto defensa animales” y sólo son utilitaristas para la supremacía humana especista. Nuestro deber es señalar cuáles son y que no acaben en tenderetes junto a otros libros, estos sí, de verbo animalista, en encuentros y protestas. Ningún movimiento que se precie acepta intrusos con la lengua del enemigo en sus filas. Pitorreos aquí los justos, que ya la tenemos bien liada al menos en este país con los fachas sacando pecho más que nunca para que vengan a ponernos más muros en nuestro avance gentes burguesas y supremacistas que dicen ser de los nuestros pero sólo “razonan” para el hombre. (Los parafraseo con lo de “el hombre” porque estos tipos suelen ser incluso machistas, suelen seguir usando aquello genérico de “el hombre” para nombrar a todas/os; pero ¿qué esperábamos cuando se trampea con los animales? Lo demás viene de la mano.).
“Razonar y actuar en defensa de los animales”
¿Recomendaría la lectura de este libro a alguien?
La respuesta es no. En absoluto.
Este ensayo vuelve a ser un compendio (ahora, al menos, hablan en este libro varias voces —al contrario que en el de Riechmann que sólo habla él, aunque se empache trayendo como José Luis Moreno a sus muñecos él, con frases celebérrimas, a escritores y filósofos que en la historia hubo y hay, para que confirmen sus ideas—) de voces que en lugar de pedir la abolición de la esclavitud animal, lo único que piden, y tímidamente, es un trato sin crueldad a los animales, que visto lo visto y desde hace años, eso no sirve de nada ni es nada. Se dirá rectamente: o pides que dejen en paz en todo contexto a los animales o no hablas de ellos porque todo lo que no sea radical como pedir su liberación absoluta los perjudica. Es muy sencillo. Y de tan sencillo que es lo quieren liar, mira. Es que... tienen mucho que ganar liando la madeja. Luego veremos por qué.
Como hice con el libro “Todos los animales somos hermanos” de JR, con “Razonar y actuar en defensa de los animales”, haré lo mismo, expondré fragmentos para que el lector extraiga su propia conclusión, y por supuesto, expondré la mía (que es simple, obedece mi voz a los intereses de todos los animales que en el mundo hay; y no me creo portavoz ligero de los animales, sino que creo que su petición es clara, como dije: dejadnos en paz), e iremos avanzando el libro, de inicio a fin. Prometo —aunque no sé si cumpliré esta promesa, este libro nuevo es muy travieso— que esta reseña no la haré tan larga como la que hice del libro de Riechmann. La de JR fue tan larga porque me sirve para apuntalar la idea abolicionista frente a la neoantropocentrista de JR (en este tipo de libros), idea que también gravita en este volumen que ahora abordo y que, como digo, es decisión de muchos inundar las librerías con compendios ideológicos de este tipo para contentar a un público que hay en mitad de los que los animales les importan una mierda (hablando en plata) y los que sí les importan y desean realizar algo contundente para ayudarles a ser liberados; ese público intermedio entre los dos bloques mencionados son quienes creen que deberían hacer algo pero lo posponen, y en estos libros que traen una narrativa “de religión”, porque apacigua a los que no desean comprometerse, un núcleo grande de población encontrará lo que sin saberlo anhelaba: que se le indique que hace bien comiendo “pocos animales”, consumiendo animales a poder ser “bien tratados” en sus encierros y bien tratados incluso cuando los matan. Estos libros traen la buena nueva de la vieja y nueva religión calmaespíritus del bienestarismo (falsa premisa de que tratando “bien” a los animales que se usa, el humano tiene derecho a seguir usándolos, sin sentirse mal), lo traen con nueva fuerza, en una suerte de neobienestarismo, y ojo, peor aún, traen en sus narrativas de “ni pa ti ni pa mí” (pero no es ni un ni pa ti ni pa mí, es un: pa nosotros los humanos) un reapuntalamiento deliberado y orquestado ampliamente por varias cabezas —ya sea planeado punto por punto o inconscientemente (tanto da)— de la idea repelente y ya muy casposa de la supremacía humana, de un “ahora viene para quedarse, dejemos el mensaje de “el hombre primero bien claro, claro por repetido mucho, visto para cliché (como si no tuviéramos bastante en cliché la idea de que el humano es superior a todos los demás seres), pero como avanza la idea que proyecta la moral animalista de que los animales no son inferiores, además, incluso de que por cómo tratan y están en el planeta, son 'superiores' (en tanto más merecedores, con creces, de habitar esta Tierra que nosotros); entonces ellos, los usadores compulsivos de animales, redoblan esfuerzos supremacistas. Como cuando los fachas ven que las calles se llenan, para ellos, de demasiados “perroflautas” y las mujeres hablan “demasiado” en espacios públicos e incluso en el parlamento, ellos sacan a pasear el autobús de Hazte Oír, y lanzan a la televisión nuevos monstruos naftalínicos varios.

División del libro
El libro se divide en ocho capítulos más una introducción. Lo “chuli” de la introducción es que está escrita por cuatro personas. Ya me dirán cómo lo han hecho. Cosa complicada pero, como escritor, sé que es posible. Aunque en este terreno del pensar sobre los animales, bueno, es despachar un asunto de manera bastante ligera, porque estoy seguro que de lo que puso una aquí o allá a la otra no le gustó demasiado pero transigió por no discutir nada o demasiado, y lo que pidió corregir el otro a la otra no le pareció adecuado pero quizá calló o dijo bueno, pon esto, pero no lo que dijiste, que no se ajusta a lo que yo pienso. De hecho —concluyo— en la introducción aparecen Marta I. González, Jorge Riechmann, Jimena Rodríguez Carreño y Marta Tafalla, y en ella [en la introducción] se ve que es más cañera que lo que nos suele dar Riechmann, con lo que ya observamos que Riechmann ha hecho concesión o para no quedar mal con su estricto neoantropocentrismo o para que la cosa saliera para adelante y aparecer en otro libro más (al fin y al cabo, no lo digo por todos, pero muchos de estos “pensadores” cuentan su 'gloria' por la cantidad de libros donde han aparecido, eso académicamente cuenta como puntos, oh sí. Aunque el libro que tratamos hoy y que les suma a todos sea tan desigual, contradictorio y flojo, me refiero en términos de ayuda a los animales. (En términos de reapuntalar el ruido para que la ideología de la liberación animal quede detenida como lo quedó Valencia con el barro, el libro suma mucho, por supuesto.) Inútil en suma, por todo lo dicho. Anoto que por ejemplo Marta Tafalla está absolutamente en contra de la explotación animal, incluso de la ganadería que llaman “de extensivo” pero Riechmann está a favor de la ganadería. Que me expliquen cómo dos pensamientos tan contrarios en una moral que es una visión del mundo en su raíz, han escrito un mismo texto introductorio a un libro que supuestamente habla en defensa de los animales, que promete enseñarnos a “razonar” para defenderlos.
El capítulo uno se titula “Más allá de las razones éticas”. El dos, “Modernidad, Humanos y animales. Reflexiones en torno al concepto de Holocausto”. El tres, “Animal performances: una exploración de las intersecciones entre los estudios feministas sobre la ciencia y los estudios sobre las relaciones humano/animal”. El cuatro, “Al margen de los márgenes: encuentros y desencuentros entre feminismo y defensa de los animales”. El cinco, “Términos básicos para el análisis del especismo”. El seis, “Sobre el humanismo especista de Víctor Gómez Pin”. El siete, “¿Necesitamos una asociación académica sobre ética y animales? La iniciativa de AIUDA”. El ocho, “El simio de Montecristo. Los homínidos en la legislación española”.
En fin, yo no sé al lector; a mí, a la luz de los títulos, ya me parece una tomadura de pelo. Porque suena todo muy grandilocuente y prepotente, suena todo a un “Vamos a pensar a lo grande gente grande, atentos todos, que estos pensamientos vienen de altos vuelos y por eso son enunciados en títulos larguitos.
(Pido al lector que al lado de él imagine a carneros, vacas, gallinas, sangrantes y exhaustos, esperanzados en algo que los saque de sus lugares de tortura y miedo y herida continuada, monos llenos de cables en un laboratorio de vivisección, atentos a lo que aquí se dirime, y así entenderá si aparezco en ocasiones cabreado y lo entenderá, o uso la ironía cáustica como modo de supervivencia momentánea, y nos entenderá).
El primero: “Más allá de las razones éticas”, de por sí, por lo que significa y lo que implica, a priori no me interesaría leerlo lo más mínimo. Es como si me dijeran “Más allá del bien...”, pues no lo leo, porque más allá del bien, pues no está el bien. (Oh dios, creo que he inventado una frase sencilla y contundente como hacían con facilidad los antiguos filósofos griegos, anotadla, anotadla!).
El dos es el único capítulo que me ha parecido magnífico, la única autora de todo el compendio que me ha resultado contundente, la que pega golpes en la mesa comparando el holocausto judío con el holocausto a los animales, y no divaga sino que expone que son lo mismo, los mismos holocaustos y ninguna víctima más importante que otra. Alicia Martín Melero, la autora de este artículo, lo hace como se tiene que hacer, exponiendo el tema y desarrollando claramente la opinión que se tiene sobre él, y por qué se tiene dicha opinión. Muy bueno. Sobre todo en comparación con los capítulos que le rodean, que son en general flojos y divagantes, mucho. Además, explica y estoy de acuerdo, que el holocausto animal incluso es mucho peor que aquel de los desdichados judíos —si es que hubiera que comparar dolores y sufrimientos, que es una cuestión tremenda—, el holocausto animal es más horroroso aún porque se dilata en el tiempo y no cesa. Es sin duda un infierno mayor, no en lo individual, claro, sino en lo colectivo y en tanto a cómo los humanos giran la cara y el corazón ante él durante tantos lustros.
El tres, cuando uno lee “una exploración de las intersecciones entre los estudios feministas sobre la ciencia y los estudios sobre las relaciones humano/animal”, piensa: ya estamos con paja y más paja, y además paja de la gruesa, de la que molesta y pica. El cuatro más de lo mismo. Eso de “encuentros y desencuentros entre feminismo y defensa de los animales” suena a viejo, atufa a conservador, a hablar por hablar. No obstante es un buen artículo, se comparan las historias de ambos movimientos y se apuntan ideas de unión. Cuando creo que, en suma, todas/os deberíamos ser antiespecistas y veganas, que con ello ya va todo el pack dentro (al menos en mi persona es así): ser-feminista, ser-antirracista, ser-antifascista, en suma, la lucha por los derechos humanos van en el pack de alguien que avanza a ser vegano y luchar por la liberación animal, el último escalón de la liberación de todas/os nosotras: porque en tanto en cada casa haya cadáveres en la mesa, ninguna lucha social alcanzará jamás su cenit, y aunque parezca avanzar y ganar derechos esta o aquella lucha social, si los humanos son caníbales de seres que deseaban sus vidas y para los que sus cuerpos son como para nosotros nuestros cuerpos: algo amado y valiosísimo, pero los humanos (que luchan por derechos en la sociedad) se los arrebatan sangrienta y criminalmente, entonces, digo, con cadáveres en la mesa ningún ismo positivo ganará su victoria final, en tanto en el sótano de cada casa haya secuestrados, muertos y salas de torturas.
El cinco, “Términos básicos para el análisis del especismo” es un texto que a mi juicio no aporta demasiado o nada, en él Óscar Horta hace de pater familias de la familia de la defensa animal para explicar a propios y extraños las formas de abordar léxicamente el asunto de la defensa animal. Pero lo hace de una forma enrevesada, como con trabalenguas, y el capítulo no concluye nada. El autor se justifica en que dispone de poco espacio respecto a que sólo aborda palabras, palabras que a los animales los tienen encerrados y enterrados en vida y que darles vueltas como aros hula hoop a los animales les siguen —como dirían los moteros en la serie Hijos de la anarquía— “trayendo por culo”. Falta radicalidad, falta empuje, falta rabia. Falta meterse de verdad en la piel de un martirizado y condenado a muerte cruenta, en cada animal de los millones que ahora respiran agitadamente y sus mentes padecen más miedo del que pueda soportar criatura alguna en circunstancias naturales en esta tierra, y actuar en consecuencia. Entonces avanzamos más rápido, y hablamos con mayor claridad y emotividad, como con un puño de ramas y hierba con sonido de río caudaloso. No como en una conversación del té de las cinco.
El seis suena bien porque habla el autor del capítulo de un tipo muy muy repelente y conservador y facha de los animales que publica libros para atacar a los animalistas, y el autor del artículo desmonta los razonamientos de ese tipo tan asqueroso de nombre Víctor Gómez Pin (por su nombre, parece escapado de un cómic; pero esta época trae a muchos como sacados de cómic), a quien yo no conocía de nada pero es bueno saber que anda por ahí publicando libros revisionistas de las supuestas bondades del antropocentrismo y enterarme de su ataque venenoso y ciego al animalismo. Bueno, bien, mostrar que hay un imbécil publicando libros atacando lo que los veganos y activistas para la liberación animal pretendemos, calificando nuestra lucha como cosa fútil y necia, que él lo aplastaría lo hecho si pudiera con una única bota está bien. Hay que señalar a quienes cometen delitos de odio. Resulta, por otro lado, gracioso, que esa crítica a un autor estúpido y contradictorio y desprovisto de razón porque habla desde “la razón humana”, se inscribe en un libro donde hablan voces en buena parte de esta obra con sentido especista, pretendiéndolo o no; como poco, se despliegan lenguajes bienestaristas, aquellos de la liberación animal progresiva y no para ya, aquellos del pocoapoquismo, del gradualismo, de que los animales alcancen la liberación de ser reos entre los humanos en algún momento pero, hombre, no ahora. Ya diremos cuándo. Hablar en esos términos es ser, en cierta forma todos, un poco ese Víctor Gómez Pin que se critica. Porque el veganismo y la liberación animal es una ética, y como toda ética es radical. Todo aquello que no sea radical, traiciona dicha ética y debe ser podado del árbol principal o lo matará, o como poco enfermará. Este libro sería como un jardín donde de cuándo en cuándo Víctor Gómez Pin aparece aquí o allá, asomándose entre rosaledas, bailando a lo lejos en las aguas de un río haciéndose el gracioso sin serlo o cantando una canción de burla hacia los animales desde una nube.
El siete, tiene truco, al leerlo uno piensa, bueno, nos quieren vender algo (tipo Círculo de lectores o Testigos de Jehova): “¿Necesitamos una asociación académica sobre ética y animales? La iniciativa de AIUDA.” Y efectivamente, nos quieren vender la AIUDA esa, pero yo no se la compro. Ya diré más adelante por qué.
El último capítulo, el ocho, es triste y bonito, habla del chimpancé Guillermo, encerrado durante muchos años y luego liberado y trasladado a Rainfer. Muy inteligente cerrar un libro tan desigual e inútil (más aún, lesivo) para la lucha animal como este, con este capítulo que a mí me conmovió y a quien no vaya preparado y se haya leído los anteriores capítulos pensando: bueno, pues algo es algo, hablan de hacer algo, que es mejor que no hacer nada; quizá esos lectores no prevenidos crean que el libro aporta algo. No estamos en tiempos de aportar “algo”. La sexta gran extinción retumba en los cielos y las casas como una gran sangría que en nuestras límpidas casas creemos no ver pero que acabará tocando con puñitos rojos de sangre en nuestras casas (ya lo está haciendo con grandes desastres climatológicos mundiales; pero eso es solo una pequeña antesala de horrores).
Algunas muestras de fragmentos del libro, a modo de ejemplo
Utilizo un lenguaje cercano, para no caer en el engolamiento de estos autores, que rechazo rotundamente. Los animales no necesitan gente de lenguaje paternalista y grandilocuente, sino luchadores que hablen de sus libertades con la máxima claridad posible. Porque (me viene al pelo, mira) como advierte Alicia Martín Melero en la página 41 de la obra (lo que dice valdría para todos estos libros con marchamo de eco y que dibujan animales en sus portadas y son falsos para ellos):
“En su Dialéctica de la Ilustración, Horkhaimer y Adorno denuncian cómo la ciencia, a pesar de su pretendida neutralidad, se convierte en un instrumento de dominio, encubriendo su sentido instrumental bajo una falsa ahistoricidad. […] Diversos autores consideran que el mecanicismo y la ciencia moderna han ido, desde su inicio, de la mano del incipiente capitalismo, los valores comerciales, el consumismo, la industrialización y la destrucción del medio ambiente”.
Hay en muchas narrativas de estos autores una gelidez a la hora de hablar de los animales, en sus sufrimientos, que espanta. Pongo de ejemplo algunos extractos del capítulo “Animal performances”, escrito por Linda Birke, Mette Bryld y Nina Likke, donde se dice:
“Los científicos pueden tener relaciones específicas, intraactivas, con las ratas en el laboratorio, o pueden no tenerlas (si, por ejemplo, otra persona manipula la rata y produce en algún lugar lejano del laboratorio la parte del animal que el científico quiere). En cualquiera de los dos casos, las ratas ocupan un lugar complejo dentro de una extensa serie de prácticas semióticas y materiales, y su propia conducta juega un papel decisivo. Por ejemplo, a principios del siglo XXI se seleccionaron ciertas cepas de ratas por sus rasgos específicos, incluyendo su precocidad sexual y una docilidad que las hacía fáciles de manejar (Logan, 2001), mientras que, al mismo tiempo, una parte crucial del entrenamiento ofrecido a los humanos para trabajar en el laboratorio consiste en aprender a controlar la conducta del animal (de tal modo que el manejo humano de los protocolos de experimentación está dictado por las respuestas de las ratas: sus mordiscos y chillidos causan problemas). (Véase Lynch, 1988.). En ambos sentidos, la conducta de las ratas contribuyó de manera decisiva al desarrollo de la ciencia moderna y a la formación de los científicos”.
Este párrafo, que podría muy bien haber sido escrito por un vivisector y no por un trío de pretendidas razonadoras en favor de los animales, culmina con un extraño golpe de efecto a favor de las ratas cuando se dice: “Así, incluso aunque nuestra cultura incluya en ocasiones a los humanos en la categoría animal (y en ningún otro lado se ve esto con más claridad que en las ciencias biológicas, con su creencia en la evolución), la práctica de la ciencia perpetúa la frontera. Sobre este límite fronterizo se encuentra la rata, que puede en ocasiones negarse a representar el papel de objeto científico. Entre otras cosas, puede girarse y clavar sus dientes en el experimentador” (En efecto, como dije, una hermosa rata tuvo a bien comerse un tanto este libro que reseño en la intimidad de mi almacén. Y la entiendo).
Dicha concesión que viene a decir que “el animal se puede vengar de quien le daña”, después de relatarse qué hace “la ciencia”, qué pretende la ciencia y cómo lo hace, sin adjetivar ni opinar que esa ciencia es asesina, sin más, viene como a reparar algo la gelidez de la descripción de cómo hacen los científicos con la rata, además de que tal afirmación de que la rata o cualquier animal que cae en manos de un vivisector se puede defender, es poco menos que insultante, es falsa. Todo animal que cae en manos de los vivisectores es convenientemente atado, encadenado y paralizado de una forma u otra. Con artefactos de tortura o mediante fármacos. Tal frase sería como estar hablando del holocausto que vivieron los judíos a manos de los nazis, después de que quien lo cuenta lo relata sin adjetivar, sin opinar —que para mí significa dando la razón a lo que se cuenta, por “aceptarlo”, naturalizando esto en una narrativa descriptiva sin adjetivos, como digo—, y el autor de tal libro proclama “pero los judíos podrían (con todo el cansancio, enfermedad y espanto en que naufragaban sus metabolismos, claro que sí, guapi) girarse y darles una buena patada en el culo a dos o tres mamotretos de las SS”.
En fin.
Cuando el lenguaje empleado en términos de una ética no es radical, ocurren estas cosas. Un no pero sí. Un ahora te doy un poco de cuerda y ahora te ahogo.
Y si teníamos dudas respecto a la opinión de quienes hablan sobre el tema que tratan, en la página 72 del mismo artículo, elevan unos metros su pensamiento mágico antropocéntrico y nos hablan de los “Equus caballos” y los “cannis familiaris”, leamos este párrafo:
“En estos casos de no humanos vinculados de una manera tan estrecha con nosotros, la interrelación entre humanos y no humanos es profundamente íntima. No sólo pueden estar los comportamientos de ambos sintonizados de forma precisa, sino que casi seguro se da también lo que Haraway (2003) ha denominado “transfecciones potentes” —transferencias literales de ADN— entre ambos. Juntos, perro-y-humano (por ejemplo) o caballo-y-jinete, constituyen una entidad diferente que se encuentra profundamente entrelazada en complejas redes sociales y tecnológicas y sus prácticas (Haraway, 2003; Birke y Michael, 1997). […] Por otro lado, incluso en la aparente abstracción del laboratorio (o, más precisamente, del animalario que sirve al laboratorio), humanos y animales han de aprender a vivir en su mundo fuertemente especializado, aunque co-creado. Aun siendo menos familiar, este caso implica también una coreografía, una danza al ritmo de los protocolos de la experimentación. En ocasiones, como cuando a la rata se le inyecta una enfermedad humana, conlleva “transfecciones potentes deliberadas. Pero en lo que insistiríamos aquí es en la co-creación de rata y humanos a través de intra-acciones cotidianas, para producir las prácticas de la ciencia”.
Bien. Este texto, además de que valida la vivisección como útil y “científica”, avanza aun más que esto: con un lenguaje que pretende ser muy adecuado al ámbito que se trata (donde a mí no se me olvida pero a quien habla, sí: hay seres vivos obligados secuestrados a sufrir insoportables torturas que para la medicina humana no sirven para nada, como demuestra constantemente Javier Burgos (Véase en red “La próxima vez que enfermes más te vale ir al veterinario”, El Periodic) y asume como buenas ciertas torturas y maltratos que la defensa verdadera de los animales rechaza, como son el uso de animales para la experimentación de enfermedades humanas (y aquí se habla de ello como bueno, como incluso aceptado por las cobayas, con ese término de co-creación, muy orweliano, incluso se habla de una “danza”, increíble), como es la monta de caballos, que es una más de las manifestaciones de la esclavitud animal y que aquí se observa como algo bonito “caballo-y-jinete” (dicen) “constituyen una entidad diferente”.
El lector atento sacará sus conclusiones. Sólo insisto en que un libro cuyo título sea “Razonar y actuar en defensa de los animales” y que cuando aborda, como aquí se hace, la vivisección, no la critica ni exige su abolición inmediata sino, más al contrario, la acepta y asienta aún más con neologismos presuntamente biológicos donde incluso se afirma que en estas cercanías entre torturados y torturadores se producen “transferencias literales de ADN”, no haría falta decir que no sólo no estamos ante un libro que abogue por los animales sino que los sepulta aún más en su detrito rojo debajo de la bota del humano especista.
No teníamos suficiente con lo leído, que esto dicen:
“El segundo paso, sin embargo, nos lleva más allá de la representación, al considerar con mayor detalle la participación de los actores animales y centrarse en la performatividad de los dos participantes en la relación para crear algo que trasciende a ambos, un fenómeno de orden superior”.
Sí, yo describiré ese fenómeno de orden superior que se genera al estrechar “sus lazos” torturados y usados con torturadores y abusadores”, la estupidez en el que lo observa como algo “de orden superior”. Pero esta estupidez, por desgracia, queda impune.
Aquí, de los animales, al parecer cada uno puede escribir lo que le venga en gana. Y a ver una buena peli comiendo palomitas que nada pasa. Pues mira, llegó el tiempo de señalar estas publicaciones aberrantes. No por casualidad fui amigo de los impulsores y autores que sacaban cada mes la ya extinta La Fiera Literaria, donde se analizaban las novelas de moda con un modelo de crítica infalible creada por ellos, la crítica acompasada, donde analizaban hoja por hoja cada novela que el capitalismo con sus emporios editoriales y sus grandes salas de marketing introducen en las casas como novelas y son puro entretenimiento, y del malo. Y bueno, de todas maneras siempre he sido bastante crítico con todo. Nunca he sido de conformarme con lo que hay, porque si lo que hay es malo, hay que cambiarlo. Como cuando saqué la reseña al libro de Riechmann algunos escritores amigos de este dijeron de mí que sólo era un loco y otras cosas bastante simples y que creían que me paralizarían y disuadirían de seguir en estas tareas (creían que no llevo haciéndolas toda la vida, quizá), emplearé algo que no parece humilde pero tiene función estratégica: pienso en amplio y encuentro la trampa fácilmente en todo, y en debates soy bueno, puede que no porque yo sea muy inteligente sino más al contrario, porque los demás suelen ser muy tontos. Sobre el particular, Felicísimo Valbuena, catedrático de Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid, dejó publicado sobre el debate que llevé a cabo en un monográfico de La Fiera Literaria sobre tauromaquia, donde yo defendía la vida del toro frente a García Viñó que defendía su muerte a favor del pretendido arte taurino, expresó el catedrático: “Después de haber visto y escuchado muchos debates, os manifiesto que el debate que más me ha interesado de los últimos años es el que establecieron Manuel Augusto García-Viñó y Ángel Padilla en el número de Julio-Agosto de 2009 de La Fiera Literaria […] Luego, ha venido el asunto del Parlamento de Cataluña discutiendo si suprimen los toros en esa Comunidad Autónoma. No he seguido los debates de ese Parlamento, pero creo que ninguno de los diputados llegan intelectualmente a la suela de los zapatos de Viñó y Padilla. Lo importante para mí, y creo que para vosotros, es que el número monográfico de La Fiera... es un tesoro para quienes deseen aprender a debatir.” Felicísimo usa tal debate como material lectivo en sus másteres de Comunicación (Véase artículo “Antitaurinos y taurinos: una de las cuestiones candentes en la política española”, Universo DirCom, Comunicación política, Felicísimo Valbuena).
Los libros revisionistas del holocausto judío son verdaderamente repugnantes. Los autores fascistas revisionistas niegan casi todo lo que se ha dicho del genocidio, dicen que no fueron asesinados ocho millones de judíos en los campos de concentración sino “tan sólo unos cientos”, que las muertes no fueron tales cruentas como se descubrió sino que fueron distintas (quizá les arrancaron los dientes de oro, el cabello y la grasa del cuerpo a los judíos con maneras controladas con bienestar humano otorgado a posteriori por la UE, capaces son esos de decir algo así); en fin, mienten y lo hacen deliberadamente para lograr dos cosas: revictimizar a los judíos y blanquear el nazismo.
Blanquear la tortura animal de la vivisección, eso encontramos en este capítulo del libro último que estaba abordando (Animal performances), cuyo objetivo pareciera ser el de equiparar la posición de la mujer en la sociedad, para hablar de feminismo activo, comparándola con la posición de los animales entre los humanos y los distintos contextos. Uno esperaría que si esto se buscase con verdadera honestidad y respeto a los animales, no soltase por la boca tanto delirio ni mintiese tanto, ni insultase a estos atribuyéndoles que co-participan en las sádicas actividades de los vivisectores. Ya-está-bien. Esto no se soporta. Es demasiado insultante y desagradable. No entiendo cómo libros así no han encontrado crítica constante a lo largo de los años y han pasado de mano en mano y se han quedado entre otras obras (como si esta lo fuera) para la defensa de los animales. Este libro se publicó en 2008, tres años después de que Riechmann sacase su Biblia del reinado de los hombres sobre el resto de los animales con nombre “Todos los animales somos hermanos” (para el que yo pedí el subtítulo “aunque algunos somos más hermanos que otros”); diecisiete años lleva este libro por ahí y como me ocurrió con el de Riechmann, no he encontrado una mísera réplica, al menos en la red.
¿Cómo podemos entender esto, este silencio de quienes defienden a los animales y de quienes escriben libros que pretenden defenderlos y nada dicen sobre estos artículos reunidos en este compendio? Sobre todo ¿cómo es posible que libros así se cuelen y lleguen para quedarse “en la biblioteca” animalista de los libros de utilidad para defender a los animales?
Decid lo que queráis, pero yo no lo entiendo. Lo entiendo sólo a la luz de que el humano actual es indolente.
El capítulo 4 (del que antes no dije mucho), que aborda “Desencuentro entre feminismo y defensa de los animales”, después de un somero desarrollo histórico del movimiento feminista y el animalista, se concluye la idea de que el feminismo se fortalecería defendiendo a los animales, porque hay feministas que han acusado que se les etiqueta si defienden a los animales como “mujer” en negativo: como “mujer dotada de capacidades de defensa y proporción de cuidados al otro” que el hombre no posee o no suele poseer, y de eso quieren escapar. Pero se insiste que ser animalista “no perjudica a la causa feminista”. Al contrario […] puede visibilizar las raíces de la subordinación.” Conceden. O sea. Pues gracias. ¿Debemos dar las gracias a alguien que debe argumentar durante veinte páginas para llegar a la síntesis de que sí, el feminismo se vigoriza y no se lesiona convirtiéndose, además, en defensor de los animales?
De verdad, acaso la tara esté en mí (ya dudo; ironizo): y estas especies de regalos que nos dan estos autores (a los animales) en forma de promesas y de “concesiones” argumentadas, deban ser motivo de alegría. Pero no, lo que es de sentido común no requiere de veinte páginas de desarrollos “razonados”.
En el capítulo donde se analiza al antes nombrado Gómez Pin (el odiador de animalistas), en la página 125 encontramos un “cuanto menos”, pero en la página 32 también aparece otro “cuanto menos”, cuando tengo claro que no es cosa de la editora (supongo) porque en otro lugar, en otro capítulo distinto a estos, la expresión aparece escrita correctamente.
Uno diría que miro con lupa, pero cuando en varios puntos de un libro se dicen cosas que no ayudan a los animales sino lo contrario, el hecho de encontrar fórmulas erróneas del uso de la lengua, ya me molesta sobremanera, puesto que estos sesudos análisis que pretenden ser vanguardistas deberían no contener errores a la hora del uso del lenguaje, eso no tiene sentido y desinfla la acción conjunta. Porque si exponemos que estamos pensando en forma superior y usamos mal la lengua, caemos en un chiste algo malo. Lázaro Carreter estaría de acuerdo.
En el mismo capítulo el autor nos dice algo que debería hacernos reflexionar no sólo sobre lo que dice del tal Gómez Pin sino (sin pretenderlo) sobre el libro que ahora analizo:
“En fin, los animalistas encontrarán poco de interés, y nada que los ayude a refinar sus propias ideas en los escritos anti-animalistas de Víctor Gómez Pin. Sin embargo, no deben olvidar que, dada la persistencia de muchos prejuicios y lo novedoso de las propuestas animalistas, escritos como estos pueden ejercer una influencia no desdeñable si las tesis que proponen no son contestadas, y más aún cuando se trata de libros que reciben algún tipo de reconocimiento especial, como es el caso de “Entre lobos y autómatas”, que ganó el premio Espasa Ensayo 2006. Mientras la situación siga así, para los animalistas no hay más remedio que leer y responder a estos textos.
Terminamos ya con el capítulo que anuncié y que habla de AIUDA, que nos quieren vender y no logran, porque desde AIUDA citan como referentes de la comunidad científica y académica internacional, entre otros, a Jane Goodall (quien según qué experimentos se realicen en laboratorios ha dejado dicho en ciertas entrevistas no pondría objeción) y a Riechmann, quien no aboga por la defensa de los animales como dejamos demostrado sino todo lo contrario.
En fin, termino aquí la relación de las cosas de más bulto vistas en este libro tan desigual, contradictorio y por tanto fallido y no recomendable en absoluto, con el eco del párrafo último donde se critica a Gómez Pin y se sentencia que “Mientras la situación siga así, para los animalistas no hay más remedio que leer y responder a estos textos”.
Pues eso. Aquí mi respuesta a “Razonar y actuar en defensa de los animales”. Que para mí debería titularse “Retazos de formas de pensar alrededor de la defensa animal sobre dispares autores que, advertimos, no serán, en su conjunto, del gusto de los animalistas ni útiles para los fines de los animales sino lo contrario porque sólo generan ruido (y alrededor de ellos ya hay bastante, de este ruido, del ruido que tapa la voz de la verdad). Sé que será pedir mucho, pero también sugeriría, si existiera una segunda edición —diosa no lo quiera—, se pusiera en portada en letra grande “No recomendado a menores de 110 años”.
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