Dentro del género de opinión se pusieron de moda hace años en los periódicos las llamadas columnas, por su morfología compositiva en la página. Se las encargaban a gente que, se pensaba, podían dar diversos puntos de vista de la actualidad, además de poder aportar algo de su presupuesta experiencia en algún campo de la cultura u otra actividad.
Aquí estoy yo desde hace un tiempo, y sin alardear de mérito, con 200 columnas publicadas en el Diario Siglo XXI tratando de seguir redactando, y ahí están ustedes, amables y pacientes lectores, para leerme, o no.
Me gusta, de cuando en cuando, hacer esta introspección hacia la esencia de lo que estoy haciendo, para así no desviarme demasiado de mi humilde función. Dada la versatilidad de la columna, ésta pasa por lo personal de quien escribe, por su experiencia y su visión. Todo ello permite al columnista jugar con él y la literatura, además de con la actualidad, la crítica y la opinión general. Es por eso un género amplio, que necesita detrás a alguien con la valentía de mostrar sus debilidades y carencias, pues un periodista, y en el fondo el columnista lo es, no puede saber siempre de todo: pero sí puede, y debe, tener su opinión de todo lo que pasa y tiene que escribir de ello. Unos días toca política, otros cultura, y vete a saber que tocará mañana. El columnista debe de ser, pues, humilde, para no ser un engreído, pedante y un ser molesto.
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