En dicho spot publicitario podemos observar como un grupo se divide inmediatamente en dos facciones ante unas preguntas concretas: esto o lo otro. Comienza con la broma de las preferencias por las tortillas de patatas: “con o sin cebolla”, y plantea el deporte nacional que consiste en dividir a los ciudadanos para todo en dos grupos irreconciliables, asentados en “su verdad absoluta”. Esta actitud dualista no es nueva. Aquel principio evangélico del “que no está conmigo, está contra mí” se ha llevado a sus últimas consecuencias y se ha adoptado ante cualquier disyuntiva. Estimo que la sociedad democrática se basa en elegir lo mejor para todos y encontrar el bien común, no en el “de qué se trata, que me opongo”. Pertenezco a una generación que ha vivido su adolescencia y juventud sin opciones, ni siquiera conocimiento, de una posible alternativa. Una parte de la vida marcada por el pensamiento único, que por otra parte, no molestaba demasiado. A partir de los sesenta la cosa cambió. Suárez o González, izquierdas o derecha, progresismo o conservadurismo, del Madrid o del Barça, Israel o Hamás, tortilla con cebolla o sin, carne o pescado. ¡Cualquier tema! Todo el tiempo se nos intenta imponer alternativas antagónicas entre sí que nos hacen apartarnos de alguna manera del otro. Hemos perdido el espíritu de reconciliación que proclamaron y pusieron en práctica los candidatos a las primeras elecciones democráticas en España. Fueron un ejemplo de inteligencia y visión futura, No hay manera. Especialmente desde arriba de la pirámide, se le niega el pan y la sal a cualquier idea que no haya partido desde nuestra acera. Curiosamente hoy, he podido comprobar como ni siquiera los geógrafos, ni los profesores de Universidad, se ponen de acuerdo en como describir o estudiar la geografía mundial. Cada gobierno trae su plan de estudios bajo el brazo, con el consiguiente desconcierto de aquellos que lo tiene que aplicar. Según datos contrastados ha habido ocho leyes de educación distintas desde el 1980. Todo esto es un indicio de que pensamos poco y mal. Que no buscamos el bien común sino el bien propio. Que no tenemos arreglo. Hemos olvidado la experiencia que se cuenta en el Quijote ante el pellejo de vino que sabía a hierro y a cuero; al final encontraron en el fondo una llave con una cinta de cuero. Los dos tenían parte de razón. Por cierto, a mi me gusta la tortilla sin cebolla y la carne poco hecha.
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