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Singularidad dialéctica

Sin la suma de auténticas singularidades, no hay comunidad que valga la pena
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 9 de agosto de 2024, 09:54 h (CET)

Somos muy propensos a sacar conclusiones sin el debido fundamento; incluso procedemos con empeño a defenderlas, pese a su inconsistencia. Las dificultades para adquirir el conocimiento suficiente de cuanto acontece, suelen ser abrumadoras; emerge la pregunta, nos sitúa ante qué parte logramos conocer. Un simple HECHO, aparentemente nítido y visible, está forjado por una serie de factores condicionantes y repercusiones; la verdad de su realidad tiene incrustadas múltiples facetas, y por lo tanto, las perspectivas de su valoración dependerán del conocimiento de los observadores. Aun así, el hecho en sí, está expuesto frente a la ingente presencia de formas de ver y sentir. En la práctica, la totalidad es inabarcable.


Las circunstancias acompañantes de cada evento, brujulean a su alrededor antes y después, en un incesante flujo de influencias. Es muy laborioso delimitar la importancia de cada DETALLE implicado. Unos serán irrelevantes respecto a lo sucedido, los habrá estrechamente ligados a los hechos experimentados, contando con aquellos que se relacionan de una forma menos patente. El tiempo deja su sello en dichos factores, circulan en diferentes momentos y con intensidades variables, nunca pueden considerarse como elementos rígidos. No es suficiente con su enumeración escueta, cuentan con incontables conexiones y la secuencia del mencionado flujo modifica sus verdaderas dimensiones.


Conformarse con la arrogancia de las opiniones propias y las versiones particulares que uno percibe de la realidad, nos empobrece y nos aisla. La mera actitud pasiva y contemplativa no pasa de ser un usufructo temporal degradante. Al involucrarnos en el proceso existencial aportamos versiones parciales e incompletas. Necesitamos los intercambios, la puesta en común de los pareceres; las rotundidades y las soluciones incontestables suenan a fantasías perniciosas. Se refuerza la percepción de vitalidad en torno a las PREGUNTAS para mantenernos espabilados; para no hundirnos en el abismo de los grandes enigmas y alentar pese a las carencias humanas. El mantenimiento de una dignidad coherente exige los interrogantes.


En las relaciones para intercambiar las diferentes versiones surgen innumerables ramificaciones, causales, simultáneas y residuales, que son inabarcables en la práctica por la amplitud de sus matices. Al tratar de asimilar las ideas o conceptos expuestos, sólo conseguimos aproximaciones. En el diálogo confluyen una serie de elementos incompletos y con notables diferencias; nunca se alcanza la configuración perfecta con todos los detalles involucrados. La aspiración en la dialéctica reside en la labor interpretativa de una figura nueva, ABSTRACTA, como resumen de las aportaciones: tratando de captar la complejidad que sirva de intermediaria para el entendimiento común.


Las mencionadas abstracciones valorativas ejercen como un importante baluarte contra los etiquetados improcedentes; enfrentan al ajetreo de las valoraciones a la pretendida solidez de las etiquetas. Nadie puede disponer de dicha clave definitiva; por lo tanto, las propuestas aportan bagajes diferenciados para su discusión. La percepción de las actitudes y de los hechos acontecidos mostrará la consistencia de sus contenidos. Esa SINGULARIDAD referida al cruce entre las diferentes alegaciones se plasma en la citada abstracción y sitúa a los diálogos ante un fino discernimiento irrenunciable, es su esencia. La rigidez de las posturas se resquebraja al son de las sucesivas interpretaciones, para deslindar y acoplar las percepciones diferentes.


La normalización casuística de cuanto llega a nuestras retinas y escuchamos a diario, desfigura cualquier intento de construir un perfil concienzudo basado en las razones pertinentes. Principios y finales, con sus enlaces ocasionales, se muestran en un panorama desmadejado. Se trata de un aluvión disforme, de una pluralidad agobiante, que por la desfiguración resultante nos narcotiza. Suena una incesante habladuría fogosa, ESPECTACULAR por lo estridente, pero confusa; manejando las frases con una frivolidad enervante. Se suceden intervenciones, sin entrar en el meollo de la auténtica expresión consistente. Actúan sobre la sociedad como picotazos inquietantes desprovistos de la carga argumental correspondiente.


Como no podría ser de otro modo, al desaguisado espectacular referido nos lo encontramos al chocar directamente con sus efectos, pero con la evidente multiplicación de los receptores personales, cada uno con la amplitud de sus PERSPECTIVAS. No es posible prescindir de sus peculiaridades y su enlace con las diferentes manifestaciones emitidas. La experiencia no es global, se ciñe a las vivencias personales; en todo caso, la suma ofrecerá determinadas configuraciones. Con más frecuencia de lo deseable, se aprecia el predominio de dicha globalidad, con el ninguneo de los sentires y anhelos de los particulares, en una auténtica despersonalización sin fundamento de pésimas consecuencias para la convivencia.


La heterogeneidad de ese conjunto de percepciones y realidades circundantes nos genera la incomodidad insoslayable de no contar con firmes puntos de apoyo; para poder entendernos, hemos de ser capaces de crearlos convencionalmente, a base de acuerdos al menos provisionales. Dichas VALORACIONES comunes estarán adaptadas a las vivencias del momento de las personas involucradas. Las variaciones a lo largo del tiempo y de las circunstancias, constituyen un reto nunca superado del todo; por ese motivo, se hace necesario el talante dialéctico con franqueza y rigor expositivo, para evitar los dislates. Se trata de entrar en el juego existencial con la implicación que nos corresponde.


No es suficiente con el buenismo de ignorar las dificultades, esa dejadez de dejarse arrastrar por las corrientes al uso. Los pensamientos y las actitudes requieren de una concreción minuciosa y cotidiana. Antes de las actuaciones es imprescindible la adquisición de unas expresiones eficaces, que nos permitan captar una buena porción de lo que se ventila por encima de gestos y ambigüedades. Todos lo entendemos, resulta crucial en estos términos el empleo de un LENGUAJE esmerado, atinado en cuanto a los asuntos tratados y cuidadoso de cara a la diversidad de los interlocutores. El lenguaje es el mejor instrumento, aunque no es el único, determinante para llevar a cabo un diálogo cabal.


La precariedad de las expresiones utilizadas es notoria en la crujiente historia social; en sus trayectorias detectamos el desorden y la heterogeneidad, si no como algo sagrado, sí como la cruda realidad. Eludir las contradicciones no conduce a nada bueno. Cuando sólo crecen los interrogantes, el COMPROMISO personal es más importante que nunca para superar la tensión de los ensayos existenciales.


Es muy arriesgado dejar temblando al lenguaje y minar las estructuras dialécticas de convivencia; nos encaminan al desastre continuado. La alegoría de las propias INTERPRETACIONES nos descubre sus aires comunitarios constitutivos. Con el esmerado ensayo de cada situación, descubrimos algunas afirmaciones válidas para una navegación asumible a través de un sistema enigmático.

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