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La democracia y sus valores

Decía Voltaire que la civilización no acaba con la barbarie, sino que la perfecciona. ¿Ha cambiado algo?
Luis Méndez Viñolas
jueves, 27 de marzo de 2025, 09:42 h (CET)

Decía Voltaire que la civilización no acaba con la barbarie, sino que la perfecciona. ¿Ha cambiado algo?


Estos días, un prestigioso diario nacional decía que durante décadas EEUU había sido una potencia cultural y que sus valores habían marcado el rumbo del mundo (¿nostalgia del anterior gobierno, reproche al actual?). El tono era similar al de un paraíso perdido irrecuperable.


¿Palabras injustificadas? Recordemos a Jimmy Carter en 2018: en 242 años de Historia, EEUU sólo había tenido 16 de paz, 5 si se incluían derrocamientos de gobiernos molestos. Luego los comprometedores telegramas de Hilary Clinton añadieron color al frío dato estadístico. Al final todos esos valores se simplificaron hasta la simpleza, limitándose a establecer sin más una línea divisoria entre buenos y malos. Buenos quienes no rechistaban; malos quienes dudaban o se mostraban neutrales. Pura democracia. Ahora está pasando algo similar con la UE.


Es decir, que el sofisma que Voltaire denunciaba, pervive. Qué didáctico nuestro León Felipe (“Sé todos los cuentos”), al contrario del anglófilo Borges, quien, aparte de decir que escribía en español porque respetaba demasiado al idioma inglés, afirmaba que la hispanidad no había dado nada, salvo, quizás, a Cervantes, pasando a continuación a enumerar entusiasmado todas las excelencias anglosajonas. Otra prueba del sofisma del orbe encanallado, que decía el a su vez sofista Kipling. El asunto es que Borges (y su esotérico Aleph) es admirado y alabado en el mundo hispánico mientras que León Felipe es un desconocido.


Parecerá esta una divagación que no viene a cuento, pero es necesario subrayar que hay una lucha cultural que va vaciando progresivamente el acervo de cada nación para sustituirlo por una goma de mascar incolora e insabora que quita singularidad a los pueblos.


Otro sofisma sorprendente es el que permite calificar de doble forma, según conveniencia, a las mismas cosas, tal como ocurre con yihadistas, sionistas o neonazis. Es concebible que se hiciera en uno u otro sentido, pero no una doble calificación sobre un único sujeto. Ayer, Al-Golani era un terrorista perseguido bajo recompensa; hoy, olvidando sus actuales asesinatos, la UE le dona 2.500 millones de euros. El propio Albares (que donará 10 millones) prometió laborar para que se levanten las sanciones a Siria (sanciones que en realidad eran contra Assad, quién protegía a las distintas confesiones religiosas del país, incluida la cristiana, cosa que ya no ocurre).


¿Un problema cultural y moral? No, un problema democrático, y grave. Veremos en qué queda esa alarma por la cual los ciudadanos han de acopiar agua y víveres. Menos dramático, The Telegraph recogía la siguiente noticia proveniente de fuentes militares: “El plan de mantenimiento de paz de Starmer en Ucrania es descartado como "teatro político”. ¿Será un sofisma más aquello de que la guerra es demasiado seria como para dejársela a los militares? Porque, ¿no las han provocado principalmente los civiles? ¿No son los militares los que ahora están enfriando las calenturas de quienes no saben ni siquiera qué es una trinchera?


No debemos olvidar estas cosas para medir la talla de estos “líderes europeos” que se han quedado en tres por autonombramiento: el de Inglaterra (¿mandando en la UE desde fuera?), el de Francia y un híbrido germánico. Los bálticos, por su parte, encargados del ruido amenazador.


Por cierto, ¿ese “Rearme” de cuya dirección se ha excluido expresamente a España (de un grupo superior al de los tres precitados), contiene alguna cláusula no lírica sobre la solidaridad militar europea en caso de conflicto con Marruecos?


Voltaire también decía que para iniciar una discusión era preciso ponerse de acuerdo en los términos. Es indiscutible que los tres jerarcas de la UE (que pugnan entre sí para ver quién coge el garrote más recio) carecen de un lenguaje común. Menos de una única voluntad. Menos aún de buenas intenciones. Más claro, no tienen ni idea de cómo debe ser Europa que van desfigurando poco a poco. Todas las decisiones que toman la debilitan. Y a duras penas logran ocultar sus intereses nacionalistas, aunque luego llenen de reprochen a los otros nacionalistas.


La cuestión es que la UE da palos a ciegas. No sabemos si esta falta de claridad es por incapacidad o porque nos están reservando un destino inconfesable (¿en 2030?) en perjuicio de los países y ciudadanos más débiles. Ambas posibilidades denotan deshonestidad intelectual. Si no se sabe se dimite. Si quieren llevarnos a donde no querríamos ir, están delinquiendo.


Tal tipo de confusiones tiene efectos colaterales, como decía Solana: el vivo puede sustituir al honrado, el listo al inteligente, el inconsciente al responsable, el cínico al veraz. ¿Más desinformación normalizará lo patológico? ¿Podrán subsistir los valores europeos sin la USAID?


La cuestión es que muchos de nuestros representantes olvidan que no están ahí para representar a otros intereses que no sean los nuestros. Olvidan, además, que viven de nuestros impuestos (los cuales no respetan los principios tributarios de igualdad y progresividad). Sus decisiones dan la falsa impresión de que tienen una hucha propia que no nos incumbe. Nos preguntamos para qué sirven los miles de millones de los parlamentos. Bastaría un representante por partido con los votos correspondientes. O sin esos votos. Igual son innecesarios. Hasta se podría ir a una guerra porque lo han decidido tres dirigentes mal avenidos, que vislumbran lo que ocurrirá en 2030, pero desconocen lo que pasó ayer.


Y si el sofisma no cumple todos sus objetivos, tenemos de recambio a la intolerancia disfrazada de tolerancia sobre lo que sólo ellos quieran, so amenaza de “cancelación”. Esta ultimará cumplirá su labor uniformadora. Lo que faltaba, el caqui mental. Se ha encontrado un nuevo término que lo justifica todo: crisis… crisis en todo menos en los sueldos multimillonarios.


Lo más grave es que los demás nos hemos plegado a su voluntad (la presidenta de la Comisión Europea y su cohorte cooptada cada vez son más autoritarios). Pero no hay reacción del ciudadano. Este tipo de despreocupaciones, producto de egoísmo, ignorancia e inconsciencia, suele tener consecuencias dolorosas. La Segunda Guerra Mundial representó sesenta millones de muertos. La primera cuarenta, ¿Lo imaginaban quienes entusiasta y multitudinariamente las apoyaban?


Y no se aprendió. Pasada la segunda guerra, el Estatuto de Limitaciones (legislación que eliminaba todos los delitos nazis, excepto los de asesinato y genocidio –Frederick Forsyth, Odessa, cap. VI, subcapítulo tercero y cap. VIII subcap. séptimo) volvió a demostrar la insensatez del poder. No ajena fue la mano transatlántica, que necesitaba un banco de semillas de todo tipo. Hoy en los Países Bálticos se sigue conmemorando anualmente a las SS, cosa que no agrada (creemos) a sus aliados israelitas, quienes a su vez nada han aprendido de sus propias desgracias. Que en la Nabka el 85 por ciento de la población palestina fuera expulsado de sus hogares resulta tan irrelevante (a efectos reales, no plañideros) como el genocidio actual en Gaza. Otra prueba de falta de claridad: reunión tras reunión se distrae la creación del estado palestino prometido (¿entre los múltiples valores figura el de cumplir los contratos?)


La mejor máxima social, política, cultural acuñada ha sido la de no querer para los demás lo que no se quiere para uno mismo (un principio basado en la igualdad). Pero esto sólo es un adorno ético. Peor, para muchos una idiotez; a estos les protege una realidad (inmadurante) que aún no se ha cebado en ellos.


La revolución francesa también acuño lemas afortunados, como el de libertad, igualdad, fraternidad, el cual nosotros ordenaríamos al revés: fraternidad, igualdad, libertad.


Si no se parte de una fraternidad que signifique que todos estamos incluidos en el mismo destino ¿qué tipo de democracia es esta? Si no aceptamos que no se puede llamar al sacrificio (como hoy se hace) sin estar dispuestos a sufrir como el que más (igualdad), es que se ha construido un ordenamiento vacío y falaz. La libertad en situaciones de desigualdad hay que vigilarla estrechamente; puede ser demagógica bandera de quienes carecen de principios.


Hablar de democracia en la empresa (un tercio o más de nuestro día y la mayor parte de nuestra vida) es pura utopía. Lo que gusta son las proclamas que a nada obliguen ni comprometen. Ya advertía Fernando de los Ríos sobre las distintas democracias que había en la calle y en la fábrica.

Por supuesto, es inútil plantear estas reflexiones a quienes viven de la sofística. Pero el ciudadano medio, el comunicador, el maestro, el militante al que la realidad le ha sorprendido y sobrepasado, el académico, el panadero, el “influenciador” que sí paga impuestos, tienen la obligación y el derecho de exigir de los gestores que, como mínimo, nos informen sobre cómo están administrando nuestro negocio, es decir, nuestra democracia.


Valores


Como engrasador de todo este aparato están los valores, magma esencial que a veces confunde más que orienta. Antes se hablaba de principios, pero resultan demasiado programáticos para una mentalidad libertarista que no quiere limitaciones. El término valores permite mayor flexibilidad; incluso contienen cierta raíz telúrica que aparece y desaparece según convenga (no para fortalecer a las naciones enemigas del globalismo). Acepta más contradicciones internas que el principio, que exige cierta coherencia.


Sobre ellos cabe preguntarse qué fue primero, si el huevo o la gallina. ¿La idea o la materia? ¿Son los valores producto de la sociedad, o es la sociedad producto de los valores? Lo que conviene decir ahora es que en este mundo de limitada honradez intelectual se utilizan a gusto. Con esto de la necesidad de un mayor gasto en defensa (la Von der Leyen exige que España duplique el suyo) hemos comenzado a oír sorprendentes afirmaciones.


Se recordará que para justificar la guerra de Irak, claramente ilegal, se habló del spanish way of life. Pues ya se apela en varios sitios a algo similar: “nuestro modo de vida”. ¿Y cuál es este? Indiscutiblemente aquel que defiende los derechos humanos. Cualquier inhumanidad que los vulnere sufrirá el castigo de sus cruzados y de su espada flamígera. Esta espada ya ha comenzado a subir los valores de las acciones de las empresas armamentísticas (un alza, de momento, entre el 13 y el 17 por ciento).


Y en un alarde de presciencia se asegura que los cañones no repercutirán negativamente en los hospitales (¿quiénes lo afirman sabrán que las listas de espera quirúrgica casi alcanzan los ochocientos cincuenta mil pacientes?). Tales tranquilizadoras afirmaciones contradicen los sacrificios a realizar anticipados por Borrell y ratificados por Rutte, quienes reconocen que pensiones y sanidad habrán de sufrir recortes.


Las pensiones contributivas, sin rearme, con una subida del 2,8 por ciento ya soportan un IPC del 3,8 por ciento (esto con un IPC de fantasía: nuestra luz –con prudente calefacción—ha pasado de 50€ a 140€). Esto, insistimos, sin que haya comenzado el baile.


Y en ese lenguaje neovalorativo (que se renueva cada lustro), se habla de guerra para conservar la paz (que pena que este ardor patrio no aflorara en el Sáhara ya no español); de defensa de las reglas (que imperan al margen del derecho internacional de las Naciones Unidas) y tan perfectamente aplicadas en Gaza, Líbano, Siria, África o resto del Medio Oriente; ¡de protección de nuestras familias! (menos los varones y féminas que tuvieran que ir al frente, claro). Este entusiasmo trae a la memoria a los belicistas del 14, que aprobaban entusiasmados (algunos contra sus propios principios) los presupuestos de guerra. Belicismo, sinónimo de responsabilidad. ¿Cuál, la de la ampliación de la OTAN? ¿La de “de entrada no”? ¿La de proponer nuclearizar el este? ¿Hay más armas de destrucción masiva? ¿Quién las vende?


¿Y qué datos a “no resolver” destacan en nuestro modo de vida? El “Informe sobre el estado de pobreza en España” no es tan optimista: “… el gasto en vivienda y comida ya daña a 6 millones de personas... El porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión social alcanza el 27 por ciento de la población y al 30,7 en el caso de hogares con niños... Se estima que los sueldos insuficientes alcanzan hasta un 16 por ciento, lo que los sitúa en riesgo de pobreza (frente a un 11 de media en la eurozona)... La tasa de paro española es la mayor de toda la UE, cercana al 12 por ciento.

Tenemos la menor tasa de empleo femenino; de empleo juvenil; una mayor tasa de desempleo entre los mayores de 55 años... La inflación en nuestro país ya va por un 3,6 por ciento (eso con uno IPC milagroso). En 2023 el 21 por ciento de la población no pudo mantener a su hogar a una temperatura adecuada (pobreza energética), y el 6,4 por ciento no pudo comer carne o pescado al menos dos días a la semana... Encarecimiento de hipotecas y alquileres de vivienda... Las prestaciones por hijos a cargo son las más bajas de toda la UE; tenemos una de las tasas de pobreza en familias monoparentales más altas de la UE... Uno de los mayores índices de jóvenes sin estudios ni empleo. Hasta el 13 por ciento de la población con estudios superiores (universitarios o de Formación Profesional superior) en riesgo de pobreza…”, etc.


Los expertos en asuntos militares (gracias a cursos de tres meses), deberían analizar esta frase de la revista de la Escuela de Guerra del Ejército de Estados Unidos: “…una guerra terrestre… similar al conflicto actual en Ucrania, podría costar a Estados Unidos una tasa sostenida de bajas de hasta 3.600 por día…”. En tres años casi 4 millones de bajas. Es evidente que los que van a la guerra siempre son más cautos que los que se quedan.


Volviendo a Voltaire, la ventaja de aquella barbarie es que era más ejemplar: los jefes iban a la cabeza de sus huestes. Bárbaros pero con vergüenza. Todavía recordamos a la señora Christine Lagarde aconsejando bajadas a salarios miserables mientras ella se subía su sueldo medio millonario y sin impuestos un 11 por ciento. Todos ellos inspiran absoluta confianza.

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