Cuentan de los animales que se reunieron en asamblea y comenzaron a quejarse de que los humanos no hacían-. más que quitarles cosas. «Se llevan mi leche», dijo la vaca. «Se llevan mis huevos», dijo la gallina. «Se llevan mi carne y mi tocino», dijo el cerdo. «Me persiguen para llevarse mi grasa», dijo la ballena. Y así sucesivamente. Por fin habló el caracol: «Yo tengo algo que les gustaría tener más que cualquier otra cosa. Algo que ciertamente me arrebatarían si pudieran: Tiempo».
El cambio de la hora del reloj que estos días hacemos, me ha hecho pensar en el tesoro del tiempo, más importante que cualquier tesoro material (y si no que se lo digan a Steve Jobs, que con sus miles de millones de dólares no pudo hacer nada para detener el cáncer que le mató).
¿Qué es el tiempo? Algo tan sencillo como “lo que marca el reloj”, pero también es un sentido psicológico, pues algunos ven que pasa rápido, demasiado rápido, y otros se quejarán de que pasa lento si en algún momento están aburridos. Cada año que pasa, nos parece que el tiempo pasa más rápido y quisiéramos ralentizarlo...
"Nuestro tiempo es entretiempo, sendero abierto, maroma tendida entre las dos manos de Dios”, decía Juan Bautista Torelló. Pero ¿el tiempo es solo hacia delante? Agustín de Hipona ya trató de ese fugaz tiempo, en el capítulo XI de sus confesiones (s. IV), y dice que el pasado y el futuro no existen más que como recuerdos o expectativas que estimamos desde la única realidad: el presente.
Estamos siempre en el presente, porque el pasado es pasado y, por lo tanto, no es, mientras que el futuro todavía tiene que llegar y, por lo tanto, tampoco es. ¿Cómo podemos ser conscientes de la duración, ponderarla, estando siempre únicamente en el presente, que es por definición instantáneo? ¿Cómo nos las arreglamos para saber con tanta claridad del pasado, del tiempo, si estamos constantemente solo en el presente? Aquí y ahora no hay pasado ni futuro. ¿Dónde están? La conclusión de Agustín es que están en nosotros: “Es en mi mente, pues, donde mido el tiempo. No debo permitir que mi mente insista en que el tiempo es algo objetivo. Cuando mido el tiempo, estoy midiendo algo en el presente de mi mente. O el tiempo es eso, o no sé qué es”.
Pero este presente no deja de ser un problema: “pasa de aquello que aún no es, por aquello que carece de espacio, hacia aquello que ya no es”, sigue diciendo el santo. Nos muestra aquí que el tiempo tiene que ver con el espacio. Einstein añadirá que depende también de la velocidad (si estoy quieto el tiempo pasa más lento, y si algo se mueve muy rápido, el tiempo va más lento). Desde el “tempus fugit” (pasa el tiempo como huyendo), y el “carpe diem” (¡aprovéchalo en el instante de ahora!) hasta las complicadas fórmulas de la física actual, sigue siendo un gran tema en el que reflexionar.
Lo que hacemos influye en el futuro, por ejemplo crear un mundo mejor, no sólo en lo de fuera, sino de muchas otras formas. Así, si mejoramos como personas hacemos que nuestros genes mejoren, de modo que las personas que engendremos serán mejores personas, aportando eso que nosotros hemos mejorado.
La teología nos ha venido a decir que dentro de los planes de Dios hay una conexión del pasado con el presente. Así, Adán, el tatarabuelo, está hecho a imagen y semejanza de Jesús, el tataranieto. Es decir, que algo que no está presente en el tiempo es causa de lo que pasó antes, mucho antes. Esto nos lleva a pensar que lo que hacemos influye también en el pasado. De algún modo, intuimos este doble sentido en el devenir del tiempo, cuando nos sentimos responsables de lo que ocurre a otras personas, incluso en otros tiempos, como dijo san Pablo de que “en Adán todos pecamos, y en Cristo todos hemos resucitado”. Podemos aventurarnos en una visión profética de lo que está llamado el hombre en su evolución-iluminación, un estado supra-consciente. Es decir, algo que está llamado el hombre en el futuro y se da como presente. Como dice el poeta Saadi de Shiraz, en versos que adornan la entrada de la sede de las Naciones Unidas:
“Todos los hijos de Adán forman un solo cuerpo, son de la misma esencia. Cuando el tiempo aflige con el dolor a una parte del cuerpo las otras partes sufren. Si no sientes la pena de los demás no mereces ser llamado humano”.
Pero ¿esto son meras imágenes, o tiene alguna comprobación en la física? Leo que unos investigadores de las Universidades de Bristol, Viena e Islas Baleares han descrito un sistema cuántico que parece “viajar” en dos direcciones a través del tiempo, hacia delante y hacia atrás. Hablan de la entropía, la segunda ley de la termodinámica (los sistemas tienden a evolucionar hacia estados más probables). Así, el tiempo hace que un café se enfríe, ceda su temperatura al entorno y queda bien repartida en la sala en lugar de concentrada en la taza, es lo que se conoce como la “flecha del tiempo”.
Hablan también de la probabilidad: en el sistema cuántico, de lo pequeño, muchas cosas pueden presentarse como una función de probabilidades (superposición cuántica), y a ese nivel “pequeño” puede observarse que el tiempo va atrás-delante. Y así como vimos que el espacio no es exactamente algo rígido, no es una propiedad sino una sustancia que puede deformarse e interactuar con otros objetos, así el tiempo, que puede verse afectado por la gravedad los cuerpos y otras cosas, podría dejar de entenderse como una propiedad relacional.
He vuelto a ver Mr Nobody (en España, “Las vidas posibles de Mr. Nobody”), película de 2009, que incorpora la teoría de cuerdas (con las nueve dimensiones espaciales), la flecha del tiempo (de ida y vuelta), los multiversos y las muchas opciones, el Big Bang (muy bien explicado) y las otras seis dimensiones, pegadas. Sigue la teoría del “Big Crunch” que interpreta en una vuelta atrás en el tiempo. Se recoge allí el lo que llaman “la sala de las almas” que desde Platón se imagina con el “plan” que trae cada alma al llegar a esta existencia, con los ángeles que encargan las tareas de cada alma, para asignarlas a unos padres. Habla del niño interior y la apertura a todas las posibilidades: “Cada una de esas vidas es verdadera; cada camino es el camino verdadero. Todo podría haber sido otra cosa y habría tenido el mismo sentido”.
Las ecuaciones físicas no diferencian pasado-futuro. Suelen citar los físicos una carta de Einstein: “Para aquellos de nosotros que creemos en la física, la distinción entre pasado, presente y futuro es solo una obstinada y persistente ilusión”. Y si “la vida es sueño”, no dejamos de vivirla como presente, y sufrimos como “lo que pasa”: el dios Cronos comiéndose a sus hijos, imagen del tiempo que deja su huella en las arrugas de nuestro rostro. Y parece que todo es parte de la danza del dios oriental Shiva, el destructor. Cuando, en realidad, la rueda de la vida pasa por el tiempo y lo mejor está siempre por llegar. En otra película que habla de la fuerza de la gravedad en relación al tiempo, Interestelar, se nos dice que hay una fuerza capaz de conectar y dar sentido a todo: “el amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende las dimensiones del tiempo y del espacio”. Y es el amor lo que da sentido a lo que la poesía describe:
“Feliz y dueño de sí el hombre que para cada día de su tiempo puede decir: «Hoy he vivido; mañana, ya extienda el dios para nosotros un horizonte de oscuros nubarrones o invente una mañana límpida de luz, no cambiará nuestro pobre pasado, ni convertirá en una nada sin memoria las vicisitudes que la hora fugitiva nos haya asignado” (Odas de Horacio III, 29).
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