Tenemos meridianamente clara la profundidad de la caverna, la describió Platón con todo su simbolismo. A lo largo de los siglos hemos experimentado su realidad. Las entendederas de los más inteligentes no han logrado hallar la salida de la cueva pese a sus abundantes alardes y proclamas. Hablar es sencillo, decir algo con fundamento ya requiere mayor consistencia. En esto no son necesarios experimentos intrincados, la consecuencia de los grandes límites y obstáculos se palpa en el ambiente y pesa sobre las espaldas. No obstante, predominan las actitudes ENVALENTONADAS, caracterizadas por un endiosamiento que no quiere saber nada, ni mencionar, los evidentes enigmas y cavernas.
El talante presuntuoso va calando paulatinamente, los más lanzados contagian al resto, la euforia vanguardista deslumbra con sus manifestaciones efectistas, declaraciones rimbombantes, muestras llamativas o descaros sin ningún remilgo. El alarde de los endiosados no tolera rivales, trata de eliminarlos a base de dedicarles el desdén cruel hacia cualquier razonamiento aislado, ninguno tiene la suficiente base. Vienen a establecer un panorama centrado en la IGNORANCIA, por la renuncia a la consideración de los conceptos fundamentados; establecen una tabla rasa mediocre, plagada de inconsistencias, en medio del revoltijo general indiscutido, que tampoco aporta ninguna consistencia.
En semejante ambientillo, tan semejante al actual por otra parte, es fácil saber como se enlazarían las argumentaciones para cualquier toma de decisiones. Por un lado, se fueron ahogando los criterios surgidos desde las mentalidades particulares, no por sustituirlos con mejores ideas, sino reducidos por el ruido generado alrededor. Dejando el campo libre para los impetuosos cuyo único fundamento reside en el tumulto ocasionado. En el poblado cavernario, ajenos a los saberes absolutos, se utilizan las verdades FUNCIONALES, según convengan a cada objetivo; eso sí, diseñados estos por quienes detentan el poderío que aturde a los demás, apropiándose de todos los sectores de la actividad.
Al principio, estas directrices de funcionamiento pudieran parecer lógicas y naturales, escasean las seguridades y el vocerío aturde. A pesar de todo ello, surgen brotes verdes, que dejan entrever posibilidades con mayor sensatez a la hora de afrontar las vicisitudes diarias. Contra estas emergencias saludables se dejan ver enseguida las intolerancias sociales al respecto. Se activan con toda su crudeza los totalitarismos GREGARIOS al dictado de los vociferantes de turno. Llámense gobiernos, instituciones o caraduras, sus réplicas no van a dejar ningún resquicio libre para las iniciativas particulares. No entran en consideración las valoraciones de los razonamientos, priman los intereses de quienes imponen sus fuerzas.
Los comportamientos difieren con toda clase de estratagemas, extremosas o anodinas, según el talante y posibilidades de sus protagonistas. Los dominadores llegan a sentirse dueños del tinglado y conocedores de los fundamentos radicales. No obstante, nadie se libra de su condición cavernaria con todas sus consecuencias. Sentimos revivir aquel mito bien reflejado en los escritos de Camus, el de SÍSIFO con la roca a cuestas para subir la montaña y vuelta a empezar. La tarea se presenta como absurda, pero cada uno la especifica con su sello particular, el de sus atenciones concretas, le confiere un sentido propio. Unos bregarán por el mejor sentido en común y otros, con total desfachatez, tratarán de beneficiarse a costa de quien sea, sin miramientos.
La ingenuidad indolente de muchos aboca en una credulidad injustificada, se convierte en cómplice de los desmanes. Quienes se ven con poder manipulador recurren a estrategias multiformes y desconsideradas. En ambas vertientes, con las limitaciones e ignorancias de las cuales no se libra nadie. El entramado social configurado con la mezcla de aportaciones no se caracteriza por el agrupamiento respetuoso, se resienten las múltiples facetas de la convivencia. Como consecuencia de dichas tendencias divergentes o, como mínimo indiferentes unas de otras, se implantó la DESCONFIANZA, impedimento crucial para lograr alguna posibilidad de entendimiento. Los vínculos asociativos se rompen con facilidad y su recuperación es utópica.
Los alardes no consiguen atenuar las inquietudes. La incertidumbre recorre todos los espacios de la amplia caverna donde nos desenvolvemos. En los intentos para alcanzar los agarraderos más firmes, nos adherimos a los recursos materiales que tenemos a mano y profundizamos a través de las investigaciones científicas; se han conseguido unos logros descollantes de gran repercusión en nuestras vidas. Ante tan señalados avances, no es de extrañar la adopción de talantes presuntuosos, afincados con fuerza en las mentalidades de manera progresiva, como si eso fuera todo. Aunque no se diga, queda muy patente el TRASFONDO inexplicado, del cual podemos elucubrar, incluso emocionarnos, sin poder apropiarnos de sus contenidos.
Aunque pudiera parecerlos, no nos engañemos, las DIMENSIONES de lo que venimos denominando la verdad, superan con creces nuestro entendimiento. Es inevitable, hemos de conformarnos con ciertas verdades para el uso personal y comunitario; teniendo en cuenta que las tenemos asidas con pinzas endebles, a la menor contrariedad se desintegran. Por eso divagamos utilizando curiosas supersticiones y asumimos creencias algo más elaboradas, así como esperanzas inusitadas. Entre tantas dimensiones y enigmas, brota la deducción nítida, las presunciones suenan a hueco en el horizonte tenebroso, que apenas conseguimos iluminar con los fogonazos de las ilusiones esperanzadas.
Lanzados a la vorágine existencial sin pedirnos permiso, nos abruman las circunstancias, se muestran inclementes con un amplio muestrario de requerimientos. Hemos de contar con las posibilidades y las limitaciones tejidas en complicadas tramas naturales o artificiosas. Unas de obligado cumplimiento, ambientales o biológicas; otras, surgidas de las iniciativas particulares matizadas por sus protagonistas. Admitamos la complejidad de semejante sucesión de eventos, quizá justifique el que nos comportemos como DESENTENDIDOS de lo que en realidad somos y representamos. Topamos con ese impedimento radical de no poder confirmar las posibles respuestas, para continuar menesterosos hasta el fin.
No han variado mucho las situaciones en el devenir de los tiempos. Somos portadores de unas migajas de libertad, que nos permiten adoptar ciertas actitudes vitales, a pesar de la oscuridad ambiental. De una parte, agrupados en la categoría de los DESINTEGRADOS, cuando nos ceñimos a la materialidad de las cosas, desdeñando inquietudes y enigmas de terca presencia.
Permanece abierto el portón de las mencionadas elucubraciones esperanzadas que, si bien no modifican la perentoria necesidad de una comprensión definitiva, nos ubican en la categoría de ILUSIONADOS en ese afán aventurado de laborar para darle sentido a la presencia propia. En ambos supuestos, no pasamos de gente menesterosa, cargados de incertidumbre, con apreciaciones contrapuestas.
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