Si hay algo que me fascina de esto a lo que llamamos vida es, sin duda, la capacidad que tiene el destino de enredar las historias y desatar un cambio. Uno trata siempre de usar la razón, pero a menudo hay cosas que no se rigen por ese vanagloriado principio. A veces las cosas ocurren porque sí, y no hay más, y tampoco menos. No reparamos en la influencia que podemos ejercer sobre el otro, y es potentísima... Está siempre ahí. No hablo de la capacidad consciente y orientada que rozaría casi la manipulación si ese otro accede sin saberlo a nuestros pareceres, hablo de esa que nosotros ejercemos de manera inconsciente y que es capaz de generar un cambio en quien tenemos delante: una palabra, un gesto, pueden hacer que el universo de una persona se tambalee, para mal y para bien. Sólo el movimiento crea, y a veces son necesarias un par de sacudidas para ver que, en realidad, estábamos quietos. A quien mira el mundo con ojos generosos y alegres debería resultarle esto realmente interesante. Nunca sabes con quién estás hablando, la batalla que libra, el peso que arrastra, las ganas que guarda, lo que le han dado o aquello que le han arrebatado. Todos tenemos la capacidad de influir, a veces con grandes actos y otras con pequeños gestos, gestos tan pequeños pero que a veces te hacen sacar tu mejor sonrisa.
|