En la pedrada final y el insulto que Moncho, el niño de La lengua de las mariposas, lanza desgarrado a su profesor, se encuentra gran parte de la humanidad. Como recordarán, los acontecimientos suceden al comienzo de la Guerra Civil, cuando se apresa al maestro republicano por sus ideas progresistas y su manera de enseñar, que tanto ha encandilado al muchacho. Para evitar que nadie pueda pensar que son como él, los padres de Moncho le azuzan para que lance esa piedra y le insulte, que se muestre públicamente contrario a todo lo que este significa a pesar de saber que no es así, para que no haya ninguna duda sobre su pensamiento.
El mundo es inhumano. Y efectista, muy efectista. Los mismos que ahora se muestran compungidos por las terribles escenas de acoso sufridas por Antonio, el quinceañero santanderino con parálisis cerebral del IES Torres Quevedo, que piden a gritos dimisiones, que aportan los datos personales de los agresores, incluidos los domicilios, que se juntan para apalizarlos y darles una lección, que convocan manifestaciones en la puerta del centro, que se rasgan las vestiduras digitales porque han agredido a alguien que no se puede defender, son los que lo han permitido.
El acoso continúa, y ese es el problema, que no lo ven o no lo quieren ver, que parece que solo saltan las luces de alarma cuando llega a los medios un caso tan extremo como este. Sucede cada día: en los pasillos, en la calle, en la oficina, en las redes sociales, en el patio, en… Los que ahora gritan sorprendidos son los que se siguen burlando de aquellos que son distintos porque no se ajustan al estándar establecido; o los que miran para otro lado cuando lo presencian; o los que los jalean para no tener problemas con ellos; o los que callan, sin más. Porque, no se confundan, los insultos y las actitudes vejatorias que circulaban por las aulas en nuestra adolescencia siguen en pie y con más saña últimamente, que la chulería y bravuconería de los trumpistas y asociados que gobiernan el mundo que nos han tocado vivir los avala: maricón, marimacho, gordo seboso, enano, chupapollas…, palabras como collejas que se adentran en la psique de otros que, aunque puedan moverse por sus propios medios, están igual de desprotegidos que Antonio, y los revientan de por vida.
Y ahora nadie quiere enfrentarse al espejo de la verdad, ese que, como nos enseñó Michael Ende en La historia interminable, muestra el verdadero reflejo del que se mira. Por eso, en vez de aguantar vuestra vergüenza por haber sido parte de las collejas dadas a Antonio (lo sabíais, claro que lo sabíais, igual que conocéis lo que hacen con los distintos que no son como ellos, como vosotros), preferís, al igual que Moncho, lanzar piedras y gritar para que nadie pueda poner en duda vuestro apoyo e integridad.
Lo peor de todo es que cuando pase la tormenta mediática, que pasará, no se habrá aprendido nada. De nada. Maldito mundo. Malditas piedras. Maldito espejo. Maldito todo.
|