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Por más que iluminamos el mundo con artificios mundanos, la desesperación no cesa, empujando a millones de personas a abandonar sus hogares, en busca de seguridad o simplemente de oportunidades. El bienestar y la concordia no se alcanzan sólo con el final de las contiendas, sino con el inicio de un nuevo sueño: la práctica del corazón.
Tenemos meridianamente clara la profundidad de la caverna, la describió Platón con todo su simbolismo. A lo largo de los siglos hemos experimentado su realidad. Las entendederas de los más inteligentes no han logrado hallar la salida de la cueva pese a sus abundantes alardes y proclamas. Hablar es sencillo, decir algo con fundamento ya requiere mayor consistencia.
Llevamos demasiado tiempo bombardeados por la presencia de guerras, desencuentros y una constante lucha a muerte política, animada por los medios de difusión que se manifiestan excesivamente sectarios. De vez en cuando, es necesario desengrasarse asistiendo a actos que te animan a pertenecer a ese grupo de personas que disfrutan de un espíritu libre y de una forma de actuar, que les permite ser felices y hacer felices a los demás.
El calentamiento del planeta Tierra con todas las consecuencias medioambientales que le acompañan, no solo es motivo de preocupación de los científicos que estudian sus consecuencias, también lo es para los cristianos. Tanto es así que el 1 de septiembre los líderes de las diversas confesiones religiosas de todo el mundo se reunirán.
De improviso tenemos que cambiar la sombrilla de playa por el paraguas y la toalla por el chubasquero.
“… Me gusta el olor que tiene la mañana/me gusta el primer trago de café/sentir como el sol se asoma en mi ventana/ y me llena la mirada de un hermoso amanecer…sé que el tiempo lleva prisa pa borrarme de la lista/ pero yo le digo que…/Ay que bonita es esta vida…”
La esperanza es una virtud esencial y tiene una connotación positiva. De hecho, la esperanza está basada en las promesas del corazón. El amor, no solamente es una fuente de esperanza, sino que es la esperanza en su plenitud. La expectativa de nuestro comportamiento cambia cuando no se cree en el amor, que es lo más grande.
No paramos de recibir noticias estremecedoras, que se van solapando las unas con otras, lo que, a veces, nos impide valorar en su medida la trascendencia de las mismas. Se nos olvida con facilidad el terrible accidente en el que, en un control de carreteras, han fallecido seis personas; la desesperada búsqueda de los náufragos de una patera frente a las costas de Motril, etc. Últimamente reclama nuestra atención la terrible matanza producida en un teatro moscovita.
La historia de la vida humana es como un tapiz tejido con hilos de experiencias, desafíos y momentos de profunda reflexión. En este vasto lienzo, cada uno de nosotros forma parte de algo más grande que nosotros mismos, una tela cósmica tejida con los designios de un plan divino que a menudo escapa a nuestra comprensión.
La juventud es fuerza inquebrantable del presente y tenaz esperanza del porvenir. En la actualidad, nos encontramos con una mayoría de corazones rodeados del insigne regalo de juventud; la cual es una gloriosa etapa en nuestra vida. Estos años fugaces de existencia son considerablemente coloridos en vigor y valor.
La serenidad nos llama a la puerta del corazón. Tenemos que aprender a no malgastar la energía, que nos hace renacer cada día. Este instante, quizá sea el intervalo justo, para desenredar todos los nudos que nos ahogan. El gozo no radica tanto en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha meditado como un acto de rescate y de liberación personal. En efecto, más allá de la vida presente, está el entusiasmo por rehacerse y hacer camino, por enternecernos y ser poesía.
Tenemos este cuerpo pero no somos este cuerpo. El “cuerpo objeto” es pobre, y la “corporalidad animada” es lo que somos, con una libertad interior, que se mueve ahora en el espacio, que es cuerpo de luz, esencializado… y eso es lo que los moribundos ven, que las percepciones de espacio-tiempo cambian, que hay algo invisible a nuestros ojos y que ellos ya ven.
La fe nos abre a una confianza de que todo lo que pasa, también lo más terrible, tiene un sentido en una realidad más alta que la que vemos, un contexto más amplio que el que podemos abarcar con nuestra inteligencia, como un niño que no entiende que sus padres no le dejen acercarse a un peligro, o le regañan por algo que puede causarle algún mal.
Se habla mucho del dolor y del sufrimiento, pero por ignorancia se silencia la causa que lo origina. Una sociedad mayoritariamente evolucionista enseña que el ser humano es el resultado de un azaroso acontecimiento que dura millones de años a partir de una célula que no se sabe cómo apareció y que se enseña como verdad científicamente contrastada.
Un consuelo es una esperanza, como la de Sísifo, como también de Penélope, entre otras (os) que, incesantemente lucharon y lucharon hasta lograr sus objetivos. De tal suerte, la esperanza, es lo último que se debe perder, porque sino, nuestra mente podría colapsar, desembocar en una obsesión.
Cuando todo parece moverse en la perspectiva de la muerte, con todo tipo de tropelías y desapariciones forzadas, reivindico otros itinerarios de renovación personal que nos devuelvan a otros espacios menos tóxicos, para propiciar vínculos que nos fraternicen, y así rebajar las tensiones sociales, fortaleciendo un espíritu conjunto.
Confianza en que algo noble y puro, meditado con calma y sin temores, aumente el vigor de unos valores hasta hacerlos como el roqueño muro.
Todos hemos escuchado alguna vez una frase tornada en cliché que versa “la esperanza es lo último que se pierde”. Generalmente, aceptamos cordialmente el mensaje e incluso le damos nuestra aprobación, pero ¿sabemos por qué es lo último que realmente nos queda?
La huella dejada por Benedicto XVI es un tratado de coherencia viviente, un humanismo abierto a los pulsos de la mística, que nos crece internamente, a poco que nos adentremos en sus luminosos vocablos, al tiempo que nos recrea el alma de entusiasmo, cuánto más vivamos sus alentadoras enseñanzas, que nos ayudarán a levantar la mirada en rogativa permanente, en gratitud y gratuidad recibida y donada.
Antes de iniciar a escribir este tema, por mi mente recorrían muchas preguntas, pero tuve que centrarme porque no todo se puede escribir en un trozo de espacio. Lo primero que sopesé fue la belleza que nos dice Dios a través de la ¡Santa Biblia!, que tiene sus propios dones, y que yo resumo en una sola palabra: ¡Esperanza!
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