“… Me gusta el olor que tiene la mañana/me gusta el primer trago de café/sentir como el sol se asoma en mi ventana/ y me llena la mirada de un hermoso amanecer…sé que el tiempo lleva prisa pa borrarme de la lista/ pero yo le digo que…/Ay que bonita es esta vida…” Estos versos entresacados de un precioso vallenato colombiano, cantados por su autor Jorge Celedón, me han inspirado para hacer esta breve reflexión sobre dos temas que hoy parecen haber desaparecido de la mentalidad contemporánea: el optimismo y la esperanza.
Cuando desde la atalaya que te ofrece la distancia “del tiempo que lleva prisa” , se observa la profunda transformación que ha sufrido y sufre la humanidad desde los albores del siglo pasado, se hace necesario en ocasiones hacer un alto en el camino para descubrir toda la belleza y fascinación que nos rodea en este mundo tan atribulado.
En la aldea que sobrevivimos es cierto que nos agobian con frecuencia los problemas sobrevenidos y los que fabricamos “motu proprio". La compleja realidad de hoy no se diferencia mucho de lo que la historia del hombre nos enseña a través de los siglos: tiranías de los poderosos, degradación moral de la sociedad, esclavitud humana e ideológica, epidemias, violencia y guerras irracionales… La exclusiva contemplación de este espeso bosque de dificultades podría conducirnos a un estado depresivo y a un peligroso pesimismo que nos arrastraría a un insondable abismo.
Pero si practicamos una mirada retrospectiva a los años y acontecimientos transcurridos a lo largo de nuestra vida, la visión negativa y un tanto lúgubre de la realidad se puede transformar en una percepción mucho más positiva, gracias a un mundo que nos ha ofrecido innumerables oportunidades de ser felices y de poder gozar de los hermosos amaneceres y anocheceres que la naturaleza nos ofrece desde su enigmática creación. La cuestión es saber si hemos puesto la esperanza solo en nuestro microcosmos o “...en este mundo camino para el otro, que es morada sin pesar” como decía Jorge Manrique en una de sus Coplas.
El problema creo que radica en que el hombre y la mujer de hoy se han inclinado por hacer del materialismo reduccionista su fin último en esta vida: “Crees en el amor como propiedad divina porque amas. Crees que Dios es sabio y bondadoso porque no conoces algo superior en tí mismo que la bondad y la inteligencia y crees que Dios existe, que es un ser porque tú mismo existes y eres un ser”. Los filósofos de la muerte de Dios (Karl Marx “et alii”) adoctrinaron a tantas generaciones, que todavía esos pensamientos están hoy muy presentes en nuestra sociedad y constituyen la causa del creciente pesimismo que inunda a nuestra sociedad arrastrándola a una triste desesperanza y a una abulia existencial.
Para que la esperanza vuelva a renacer y sea la columna vertebral sobre la que se sostenga una visión optimista de la vida, se hace necesario que la dimensión material y trascendente del hombre no se disaciocien y aprendamos de lo que ya hace más de dos mil años les decía San Pablo a los Efesios: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos y renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del nuevo hombre, creado según DIos, en la justicia y la santidad de la verdad”
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