No paramos de recibir noticias estremecedoras, que se van solapando las unas con otras, lo que, a veces, nos impide valorar en su medida la trascendencia de las mismas. Se nos olvida con facilidad el terrible accidente en el que, en un control de carreteras, han fallecido seis personas; la desesperada búsqueda de los náufragos de una patera frente a las costas de Motril, etc. Últimamente reclama nuestra atención la terrible matanza producida en un teatro moscovita, en la que han fallecido o resultado gravemente heridos más de dos centenares de ciudadanos de todas las edades que asistían tranquilamente a un concierto. Este último terrible acontecimiento casi lo hemos podido presenciar en directo. Alguno de los miles de asistentes que llenaban el local, tuvo la serenidad suficiente para grabar en su pequeña cámara las dantescas escenas que se producían en la parte inferior del recinto. ¿Estamos locos? Mi más ni menos que lo han estado las generaciones que nos han precedido en este mundo desquiciado. No aprendemos a vivir en paz. Ni a escarmentar tras las experiencias vividas a lo largo de los tiempos y especialmente en las grandes guerras del siglo pasado. Nos anuncian con frialdad que tenemos todas las papeletas para que nos toque una conflagración a gran escala en un plazo bastante inmediato. Los “gallos” de las naciones poderosas se pavonean exhibiendo sus plumas de poder atómico y su capacidad de reacción inmediata. Mientras, grupos indeterminados, de dudosa procedencia, calientan la situación con una guerra de guerrillas inacabable, fundada en el terrorismo. Un negro panorama en el que es muy difícil encontrar la buena noticia. Sin embargo aun nos queda la Esperanza. Lo último que se pierde. Esa esperanza puesta en los ojos de esos enfermos del Hospital Civil que cada año salen a sus puertas a recibir las imágenes de Jesús Cautivo y Nuestra Señora de la Trinidad. Esa esperanza que mantiene el pueblo palestino, inmerso en una guerra innecesaria y cruel, de que, de una vez por todas, les permitan vivir en paz y lejos de las ambiciones de odio y revancha en las que se encuentran inmersos. Esa esperanza de los pueblos africanos en que los países del rico occidente no les sigamos explotando, quedándonos con sus recursos naturales y cambiándoselos por dinero, armas y poder para sus dirigentes. Que les permitamos disfrutar de sus posibilidades de crecer y mantenerse dignamente por sí mismos. Aún es posible la esperanza en la capacidad del ser humano para reaccionar a tiempo. Tendremos que hacer que nuestros dirigentes, de todas las ideas y creencias, se pongan de acuerdo para mirar por la paz mundial y se olviden de sus apetencias personales. Empezando por buscar lo que les une y lo que les separa. Sí, ya lo sé. Esto es utopía. Pero la utopía es la fuerza que ha mantenido este mundo convulso y desquiciado hasta ahora. Esta semana vivimos de cerca la entrega del gran utópico por los demás. Él nos dejó escrito el procedimiento para hacer un mundo mejor. La gran buena noticia. Seguimos sin comprenderlo. Nos tenemos que plantear hacia dónde vamos. Me parece que no estamos en el sendero adecuado.
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