| ||||||||||||||||||||||
A mi provecta edad me muevo muy poco por las grandes superficies y los supermercados. Durante mi infancia y mi juventud fui un cliente habitual que hacía “mandados” en aquellas tiendas de comestibles que tenían en la puerta una barrica de arencas, dispensaban los medios litros de aceite con una especie de surtidor de gasolina en miniatura y envolvían las compras en un papel de estraza.
Van a cumplirse veinte años desde que tuve la oportunidad de hacer un viaje que marcó para siempre mi vida. Una de las excursiones que realizamos en aquel viaje a Tierra Santa en el año 2006, nos permitió subir al monte Tabor, lugar donde se transfiguró Jesús según se recoge en el Evangelio de San Lucas. Este texto se proclama este domingo en todas las Eucaristías.
Cada día veo más necesaria la puesta en práctica de la moraleja que se desprende de esta fábula.Sabemos que las fábulas son dichos cortos que pretenden transmitir una enseñanza moral, basándose en actos y actitudes de los animales fácilmente asimilables a los seres humanos. En este caso el fabulista escenificaba las vicisitudes de dos burros que se encontraban atados entre sí.
Las gentes de la posguerra, entre los que me encuentro, teníamos un pobre conocimiento del sentir andaluz. Vivíamos en medio de la exaltación de España especialmente como “una”. A lo largo de los años, este concepto ha ido cambiando progresivamente. Pronto empezamos a descubrir cómo otras regiones comenzaban a sacar la cabeza y a considerarse superiores a los demás. Una tendencia geográficamente dirigida de norte a sur. Los andaluces también teníamos derecho.
Durante una temporada estuve realizando un programa de radio con este título. En el mismo pretendíamos acercar al gran público la labor del Teléfono de la Esperanza de Málaga. Una institución que se puso en marcha en el año 1976 y a la que tuve el honor y la suerte de servir desde su fundación.
“Sigo sin saber nada, pero por lo menos lo disimulo mejor”. Me he encontrado esta frase en boca de Cortés, un antiguo carnicero y aprendiz de historiador. Uno de los personajes secundarios de una novela de Javier Cercas, que he releído en estos días de vacaciones.
Ahondando en el pasado de la humanidad, podemos comprobar cómo, desde siempre, las distintas civilizaciones han vivido en la esperanza de otra vida después de la muerte. Por ello han procurado ofrecer a sus difuntos un habitad confortable, al que han rodeado de ese “ajuar” consistente en armas, alimentos, animales de compañía, joyas, ropajes, etc., que les hiciera más llevadero el paso por la “otra vida”.
En estos días, copan los noticiarios de todas las cadenas y las páginas de los periódicos, los avatares de los políticos, que, entre otras decisiones, pasan de un ómnibus a un microbús sin solución de continuidad; o se ceban en la desgracia de una familia investigada por un posible maltrato de un bebé. Personalmente he renunciado a todo tipo de comentarios sobre estos temas.
Pertenezco a una generación, perdida en el tiempo, que considerábamos el domingo como un día especial.Posteriormente, a lo largo de los años el calendario lúdico se fue ampliando afortunadamente. Aun recuerdo la lucha por el fin de semana para todos, aquella semana inglesa que obligaba al cierre de los comercios el sábado por la tarde. Finalmente se consiguió.
En la primavera del 2006, tuve la oportunidad de viajar a Tierra Santa. En una de las múltiples visitas que realizamos a lo largo de aquella semana, pudimos recordar nuestra boda en el templo sito en Kafar Kanna (así se llama ahora esta población), que se encuentra en el lugar donde se produjo el primer milagro de la vida pública de Jesús.
Escribo esta reflexión en medio de una situación de agobio personal e intransferible. A cualquiera de los lectores le puede parecer una nimiedad, producto del capricho de una mente senil. Se trata de que me tengo que someter a cuatro exámenes finales en el plazo de diez días. Ya han pasado los dos primeros. Esta próxima semana tendré los otros dos.
En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.
Perdonen por la historia de un “abuelo cebolleta”, pero de lo que abunda en el corazón “escribe el ordenador”. Aquella mañana del día de Navidad del 2000 se puso en marcha la procesión de inicio del Jubileo, que partía de la Parroquia de Santiago y culminaba con la apertura de la Puerta Santa de la Catedral de Málaga.
A lo largo de los dos últimos años estoy inmerso en una nueva experiencia, lo que me está permitiendo conocer mejor el mundo de los jóvenes de hoy. Se trata de mi cuarta experiencia en las aulas. La primera la realicé en los años sesenta, la segunda en los setenta, la tercera en los dos mil y la actual, desde el 2023.
Estamos acostumbrados a ver en los medios cómo cada uno de los días del año se considera como “el día de”. Se celebran las colectividades y celebraciones más insospechadas. Se supone que a “alguien” le parece que hay que reivindicarlas. No soy muy amante de realizar algunas celebraciones a plazo fijo. Me parece que cualquier día es bueno para alegrarse. Aunque nos parezca difícil, siempre podemos encontrar un resquicio en nuestra vida para sentirnos felices.
Los españoles gozamos de una gran devoción por la Inmaculada Concepción, reconocida como tal por el dogma de 1854, que fue proclamado por el papa Pío IX. Asimismo fue declarada patrona de España desde el siglo XVII. En mi familia se trata de un día muy especial.
No se preocupen. No voy a elucubrar sobre el emérito ni el vigente. Se trata de un muchacho que presenta la característica más esencial para representar el papel del Rey Baltasar en la Cabalgata de Reyes malagueña. Llevamos varios años en los que se ha conseguido encontrar aspirantes a dicho puesto con el color adecuado de piel.
La historia se repite. El ser humano vuelve a tropezar en la misma piedra una vez tras otra. A principios del siglo XVI Maquiavelo nos anticipaba (sin pretenderlo) las consecuencias de la DANA. Tengo la suerte de asistir a clase de Historia Universal de la Edad Moderna en la Universidad de Málaga. Días atrás, mientras debatíamos sobre la historia de la Europa del siglo XVI, nuestra profesora proyectó en la pantalla un fragmento de la obra de Maquiavelo “el Príncipe”.
Pertenezco a una generación que ha vivido sin excesivos problemas a lo largo de su vida. Cierto es que nacimos y nos criamos en la posguerra, tiempos difíciles, pero que han ido cambiando paulatinamente a mejor a lo largo de los años. Por eso no teníamos ni idea de lo que pasaría cuando pintaran bastos.
Está claro que estos días pintan bastos. No por culpa de la economía, de la política o de la meteorología. Se trata de cómo podemos comprobar que la humanidad está con ganas de gresca por todo y por nada. Los nervios están de punta. Para colmo los americanos afilan sus garras “trampeando”.
|