La Iglesia Católica celebró ayer el domingo de la alegría. Estamos acostumbrados a ver en los medios como cada uno de los días del año se considera como “el día de”. Se celebran las colectividades y celebraciones más insospechadas. Se supone que a “alguien” le parece que hay que reivindicarlas. No soy muy amante de realizar algunas celebraciones a plazo fijo. Me parece que cualquier día es bueno para alegrarse. Aunque nos parezca difícil, siempre podemos encontrar un resquicio en nuestra vida para sentirnos felices. En este caso, la Iglesia Católica considera adecuado el regocijarse del próximo Nacimiento de Jesús y lo celebra con este “día de la alegría”. Decía Samuel Smiles (un médico escocés con un apellido premonitorio) que “la alegría es el buen tiempo del corazón”. Bonita frase. Estamos perdiendo la alegría. Pasamos del rencor y el odio, hacia los que no sean de nuestra cuerda, a la carcajada estrepitosa alegrándonos del mal ajeno. Nuestro corazón se mueve entre negros nubarrones. Malos tiempos para el corazón. La buena noticia de hoy es que aun nos podemos encontrar con la sonrisa. Ese ademán agradable que acerca a las personas y elimina la carga de agresividad con la que cargamos la mayor parte de nuestra vida. Esa invitación a reírnos con. No a reírnos de. Esa sonrisa abierta de los niños en general y de tu madre al verte. Bienvenida sea la fiesta de la Alegría. Que no se quede en unos ornamentos, de un color extraño, y de una homilía apropiada sobre el tema. Espero que sea una llamada a la puesta en común de todos; los creyentes y los no creyentes; a tirar de esa sonrisa amable que allane baches y conduzca al entendimiento entre los seres humanos. Los franceses aluden frecuentemente a la “joie de vivre”. La alegría de vivir. ¡Cuánta razón tienen!
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