El “Caronia” era un trasatlántico que visitó en diversas ocasiones el puerto de Málaga a lo largo de los años 50 y 60. En aquellos días, la llegada a nuestro puerto de un buque de esas dimensiones, era todo un acontecimiento. Coches de caballos, restaurantes, tiendas, “pimpis” (guías aficionados de turismo que cobraban un porcentaje de los establecimientos a los que llevaban a los visitantes foráneos), restaurantes, bares y tiendas de souvenirs, se aprestaban a hacer el “agosto” en plena primavera.
Desgraciadamente, cada vez que el Caronia asomaba por la bocana del puerto, los cielos se llenaban de nubes y una tremenda tormenta se descargaba sobre la ciudad. Según dicen los cronistas de la época, no era necesario sacar imágenes a las calles como rogativa para que llegaran las lluvias en época de sequía. Bastaba con traer al Caronia y tema solucionado.
La buena noticia de esta semana me la proporciona la llegada de un montón de cruceros de lujo al puerto malagueño a lo largo de estas últimas semanas. (Se espera un centenar de ellos a lo largo del mes de abril). La tradición se ha cumplido. Ha llovido abundantemente. Como si no hubiera un mañana. Se han llenado los pantanos. Posiblemente este verano podremos utilizar las duchas playeras y no volver a casa como si viniéramos del Sahara.
La llegada de naves de lujo, llenas de turistas de diverso pelaje, ha hecho inundar nuestras calles de una especie de seres raros disfrazados de una forma inverosímil. Pantalón corto, calcetines, chanclas y paraguas. Una masa informe que ha tomado por asalto las calles, restaurantes, bares y museos del centro de Málaga y especialmente los aledaños del Museo Picasso en medio de una lluvia intermitente.
Uno, que está un poco placeado, tan solo ha visto una aglomeración de turistas tan grande en los canales de Venecia o en la Fontana di Trevi. En ambos lugares ya han tomado la determinación de limitar la presencia, de forma simultanea, de un excesivo número de visitantes. Hay que pensar algo similar para evitar aglomeraciones.
No nos queda más remedio que aguantarnos. Los “indígenas” debemos renunciar a un paseo plácido por los alrededores de la Catedral o a tomarnos un “pajarete” en casa del Guardia, sin sufrir el agobio de una turba desaforada que te lleva en volandas en un tour imposible. Todo sea por la industria sin chimeneas que mantiene nuestra economía. El turismo es un gran invento. Pero tiene sus inconvenientes. Bienvenidos sean los cruceros y las lluvias. Esto es lo que hay. De algo tenemos que comer.
|