A los niños de la posguerra nos asustaban con la llegada del comunismo. Entre tanto nos colaron subrepticiamente el consumismo.
A mi provecta edad me muevo muy poco por las grandes superficies y los supermercados. Durante mi infancia y mi juventud fui un cliente habitual que hacía “mandados” en aquellas tiendas de comestibles que tenían en la puerta una barrica de arencas, dispensaban los medios litros de aceite con una especie de surtidor de gasolina en miniatura y envolvían las compras en un papel de estraza. Tiempos de compras de lo estrictamente necesario: café mezclado con cebada. Manteca “flande” y mortadela “muy finita” de aceitunas. Medio kilo de garbanzos remojados y una carterilla de azafrán. Todo en unas tiendas incrustadas en el salón familiar y abiertas quince horas diarias, domingos incluidos.
Ayer estuve en el Mercadona de enfrente de mi casa con uno de mis nietos. Fui a comprar un par de tonterías y pasar el rato. En la puerta me encontré a un grupo cristiano pidiendo alimentos para su centro y, traspasadas las puertas… el paraíso del consumo.
No me explico de dónde sale tanta gente. Familias completas con carros cargados de todo tipo de alimentos. Como si se fuera a acabar el mundo. (Un “remake” de la pandemia). Una multitud recorriendo los pasillos repletos de artículos a cual más apetecible. Unas colas inmensas en las cajas recontando manjares de todo tipo y tirando de tarjeta de crédito que disimula el montante del gasto.
Mi buena noticia de hoy me la proporciona la extraordinaria subida del nivel de vida del españolito medio. Sí. Ya sé que aun queda mucho paro y mucha necesidad. Pero nos podemos sentir muy satisfechos de la extraordinaria mejora del ciudadano no excesivamente pudiente. De esa clase media llena de obreros, autónomos y pequeños empresarios que engrandecen el país.
Gracias a Dios ya no son necesarias aquellas añoradas tiendecillas de la Trinidad. Ni el carbonero ni el del petróleo. Tampoco hay tabernas ni despachos de pescado frito. Los bares y restaurantes de todo tipo, categoría y emplazamiento, no dan abasto los fines de semana para atender un público inmerso en la locura del consumo. Afortunadamente se nos ha quitado el miedo al porvenir. Nos entrampamos con los gastos de bodas, comuniones, viajes a Disney y cruceros. Se machaca el sueldo.
Carpe diem. En el futuro… Dios dirá. El comunismo no prosperó. Bienvenido el consumismo. Es más reconfortante. La verdad es que vivimos bastante bien.
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