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Felicidad y libertad son conceptos muy bonitos y escurridizos sobrevalorados por el común de los mortales que en boca de la demagogia política pueden movilizar a las masas hacia cualquier distopía de corte fascista o totalitario. Hablar de libertad y felicidad vende lo que sea, un proyecto, una idea, una expectativa, una ilusión, un producto, un sistema político.
Dice la doctrina capitalista que solo hay un dios, y este es el dinero. A unos les toca engrandecer el material de culto y a otros, en su calidad de fieles, cumplir con aquello de consumir, consumir y consumir. Del cumplimiento de este mandato ha sido encargada la política, en cuanto que dispone de las claves para el ejercicio del poder en el terreno real.
La sociedad occidental estaría caracterizada por el imperio del hedonismo y el nihilismo frente al espíritu crítico y la cultura del esfuerzo del siglo XX al estar formada por individuos consumo- dependientes de bienes materiales que conforman una masa homogénea, acrítica y fácil de manipular por las clases dirigentes.
Jafra, referencia en la agenda artística madrileña gracias a su personal utilización del pop art y el punk art, regresa al centro de Madrid desde su base abierta del barrio de Fuencarral -en Zapadores, Ciudad del Arte- para mostrarnos su obra más reciente y los cuadros que mejor definen su producción de las últimas tres décadas. Sus obras, bajo el grito ‘el consumismo nos consume’, podrán verse entre el 11 y el 16 de junio en la calle de Velázquez, 36 (Madrid).
Desde sus orígenes, los usuarios del poder, para reforzar su papel dominante, han acudido a la doctrina. Su efectividad ha quedado debidamente acreditada a lo largo de la historia. De tal manera que no ha habido poder duradero sin que intervenga la doctrina, aportando ese matiz legitimador que la caracteriza.
En una sociedad de consumo como la que vivimos, la capacidad de pensar no se aplica en muchas situaciones, por parte de bastantes personas. En la sociedad del espectáculo y de la imagen y la apariencia, parece que lo primordial es simplemente sentir y dejarse llevar. Lipovetsky acuñó conceptos como hipermodernidad e hiperindividualimo.
Los hogares de todos los continentes desperdiciaron más de mil millones de comidas al día en 2022, mientras que 783 millones de personas se vieron afectadas por el hambre, según se expone en un nuevo informe el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma). Del total de alimentos desperdiciados en 2022, un 60 % se produjo en los hogares, el 28 % en los servicios de alimentación y el 12 % en los comercios minoristas.
Realmente, se puede afirmar que la ejemplaridad en la vida es lo que dota a las aspiraciones humanas de un gran valor, no medible en dinero. El concepto de normal, que parece muy claro a priori, no lo es tanto, si se piensa más profundamente, ya que lo habitual, ordinario o corriente no es siempre lo mejor, ni mucho menos.
El mundo requiere de voluntades auténticas y trasparentes, unidas y reunidas contra la fiebre del espíritu corrupto, que todo lo embadurnan de inestabilidad y conflictos, poniendo continuamente en peligro el desarrollo social y económico, así como las instituciones democráticas y el Estado social y de derecho. Hay que abandonarse, despojarse de lo mundano, para empezar un camino de conciliación hacia todo aquello que nos vive de verdad.
Cuando el mundo funcionaba “como debía ser”, se consideraban épocas de rebajas a aquellos días en los que terminaban las distintas temporadas de la moda, especialmente ropa y calzados. Con la bajada de precios se permitía el dar salida a las prendas sobrantes. Hoy en día se aprovecha cualquier oportunidad para estimular a los incautos compradores.
Los oficiantes del imperialismo económico global vienen exigiendo a las gentes fidelidad al mercado, lo que en gran medida aceptan sin rechistar, mientras que, por otra parte, la hacen extensiva a que se siga la doctrina establecida por el sistema. Si lo primero supone entregarse al consumo irreflexivo por obligación, lo segundo, invita a desprenderse de la identidad personal y dejarse llevar por las consignas que se imponen a la manada.
Según Wikipedia.org, el 'soft power' o poder blando es "un término usado en relaciones internacionales para describir la capacidad de un actor político, como por ejemplo un Estado, para incidir en las acciones o intereses de otros actores valiéndose de medios culturales e ideológicos, con el complemento de medios diplomáticos frente a formas más coercitivas de ejercer presión, también llamadas poder duro o 'hard power'.
Existe un miedo visceral, una turbación que se resiste a cualquier sinonimia de la razón y que nos impulsa a intentar transcenderlo, a luchar contra él de manera ilógica y animal. Conductas como el apuro o la ansiedad parten de este profundo miedo. Aprovechar el tiempo dicen algunos; carpe diem dicen los hombres cultos; frases que contienen un sentido, una vida, pero que se malinterpretan en pos del mundo consumista.
Convendría que la ciudadanía, más allá de ilusiones electoralistas puntuales, tomara en consideración que, pese a la democracia al uso, manda la partitocracia de turno, pero si se hurga un poco en el asunto político, aparece en escena el que realmente manda. Si la cuestión de mandar, que no la de gobernar, se planteara en términos económicos, la respuesta seria en este punto tan obvia que no merecería ni un solo comentario. Bastaría decir que el dinero.
Ese producto grupal de intereses de poder que se ha llamado progresismo es una exigencia política de los nuevos tiempos, en línea con las tendencias comerciales de actualidad. Viene a ser un nombre, carente de ideología real, para diferenciar a un grupo de aspirantes a perpetuarse en el poder de esos otros que pretenden los mismo, pero abiertamente dicen que no quieren que cambie casi nada, a los que llaman conservadores.
La actual sociedad estaría caracterizada por el imperio del hedonismo y el nihilismo frente al espíritu crítico y la cultura del esfuerzo del siglo XX al estar formada por individuos consumo- dependientes de bienes materiales que conforman una masa homogénea, acrítica y fácil de manipular por las clases dirigentes.
La era de industrialización en Europa nos trae imágenes de vidas enterradas en el trabajo, de alcohol escanciado para olvidar, de trágicas rutinas de madres luchadoras, de famosas calles como las de Carlos Dickens. Hoy, soberbios presumidos de haber superado dos guerras mundiales y sendas guerras frías, paseamos la vida con enorme indiferencia ante la mayor parte del mundo que desconocemos.
Las promociones de precios especiales y las rebajas pueden dejar “tiritando” nuestros bolsillos. Son muchos los que se dejan llevar por oportunidades de compra tentadoras, reclamos publicitarios atractivos y las crecientes facilidades financieras para comprar a crédito,factores que pueden hacer que la famosa cuesta de enero se convierta en la cuesta de febrero. Pero, ¿por qué tantas personas se dejan llevar por los excesos y luego sufren las consecuencias?
Este año, mi Navidad llega cargada de muchas cosas buenas; un trabajo que me encanta, nuevos proyectos, nuevos estudios, y salud, pero, a pesar de esto, ya sabéis; odio la Navidad. Para los que me siguen en redes sociales, les parecerá extraño que diga esto.
La sociedad de consumo de masas, a la que se impuso la renuncia a la realidad existencial para entregarse a la apariencia, avanzó en la línea de esa euforia colectiva, que la caracterizó desde sus inicios, para promover entre las gentes el consumo desbocado, lo que la definió claramente como sociedad consumista.
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