Desde sus orígenes, los usuarios del poder, para reforzar su papel dominante, han acudido a la doctrina. Su efectividad ha quedado debidamente acreditada a lo largo de la historia. De tal manera que no ha habido poder duradero sin que intervenga la doctrina, aportando ese matiz legitimador que la caracteriza. Concebida como un producto de la inteligencia minoritaria de grupo, bajo la fórmula de ideología previa, está destinada a reeducar para promover el lavado de cerebro de las gentes, al objeto de alienar la individualidad y conducir la existencia de los afectados, conforme a unos cánones, en la dirección que conviene a determinados intereses.
Partiendo del componente ideológico que la identifica, instrumenta un proceso dirigido a aparcar el sentido común de las personas, falseando la racionalidad; luego lo manipula para derivarlo hacia lo imaginario, haciéndole perder su autonomía personal. De ello se ocupa la educación dirigida, al objeto de suplantar la apreciación personal de la realidad, que ha sido debidamente maquillada, atendiendo a los fines doctrinales. Ausente la autonomía personal entregada a la sinrazón, la creencia impuesta toma su dirección existencial. La verdad oficial pasa a ser absoluta, no admite discusión, por lo que toda doctrina cierra el paso a las verdades alterativas, calificándolas de falsedades. El objetivo es homogeneizar a las masas en el culto a los dogmas establecidos, bajo la amenaza permanente de la violencia. Por otro lado, el aspecto comercial no pasa desapercibido, puesto que de lo que se trata es de vender principios incuestionables, que sirven de soporte a la opresión practicada por el grupo de los tenedores del poder, al margen de los cuales se hace creer a las personas que es difícil la existencia.
Bajo el yugo ideológico, las doctrinas tradicionales venían a invocar como argumento de creencia el panorama escatológico, a veces, metafísico, como punto de retribución a la fidelidad doctrinal. Algo que, a medida que mejora la condición humana, acaba estando abocado a la decadencia. Sin embargo, la nueva doctrina ha cambiado radicalmente los planteamientos precedentes. Tal es así que, aleccionada por las experiencias previas, la violencia, como instrumento de sumisión colectiva, se adapta a la nueva forma de pensar y busca respaldo en el arsenal jurídico, donde permanece en estado de latencia, bajo la forma de fuerza racionalizada. Por otro lado, invita a las gentes a adherirse a algo de singular atractivo, que a pocos deja indiferente, se trata del bienestar material cercano, asistido de un elevado componente de realidad, que fácilmente se puede alcanzar participando en los ritos mercantiles. Toma especial relevancia lo que siempre ha estado presente de alguna manera como expresión del valor social, el mercado, y aprovecha para emerger con fuerza el dinero. Con lo que la creencia doctrinal viene a decir que ese bienestar se alcanza a través del intercambio de mercancía por dinero —un instrumento que permite darle agilidad—. De esta manera el bienestar deja de ser expectante, ya que, concluido el proceso, se ve inmediatamente alimentado. La mercancía adquirida pasa a ser para el consumidor un fetiche personal, cuya tenencia material serena la conciencia, victima de la tensión creada por el propio mercado, reduciendo el estrés y generando un proceso mental, asociado a la relajación y al poder, que permite entender tal estado como bienestar.
Para su más completa difusión, la nueva doctrina se auxilia de instrumentos eficaces, acordes con la situación actual, dado que su meta es la expansión a nivel mundial. Ya no se trata de ir instalando templos físicos estratégicamente situados, hay que considerar que el templo del mercado es único, universal y omnipresente, al que consciente e inconscientemente acuden millones de fieles. Clave para el arraigo doctrinal es contar con un amplio instrumental para dejar constancia de su presencia.
Los medios de difusión de la doctrina han pasado a ser más eficaces, a fin de llegar a todos los reductos. Por una parte, el oráculo moderno, para mayor difusión, cuenta con un amplio componente de virtualizado; mientras que, por otra, la doctrina se sirve a domicilio. Con lo que los usuarios ya no necesitan acudir a la sede tradicional para ser receptores de los mensajes doctrinales y pueden asumirlos sin desplazamiento y cómodamente prescindiendo del ritual, porque el templo del mercado acompaña a la existencia misma. Otra originalidad que aporta la nueva situación es que pueden convivir los oficiantes titulares del rito con los simples meritorios, hasta el punto de que cualquiera, dispuesto a vender algo, puede ser transmisor de la doctrina, De prestar cumplido servicio a la doctrina, junto con la política que dispone del poder ordenador, se ocupan los distintos medios de difusión que, a la par que sirven lo que se llama información o simple noticia, insaculan la doctrina en todo aquello en lo que hacen despliegue de su actividad. Es así como la nueva doctrina se da a conocer en forma de publicidad y propaganda mediante los distintos y amplios medios de difusión modernos.
A través de la doctrina, se ha dirigido la existencia colectiva en una única dirección que conduce al cercado del mercado. Realmente obedece a dar una respuesta a la demanda hedonista de la incesante búsqueda del bienestar inmediato, mientras una minoría de usuarios del poder dirige su existencia. Conforme al dogma capitalista de consumir y consumir, los fieles, alimentados por píldoras doctrinales, se autoconciencian, bajo los efectos de la droga del consumo, de que solamente siguiendo las pautas marcadas por el mercado se alcanza el bienestar deseado, y allí quedan encerrados permanentemente. En la consolidación de la creencia sobre el bienestar mercantilizado hay que destacar la inapreciable contribución de la política a través de los poderes estatales, cuya función no es otra que alimentar con, a menudo, ficciones complementarias —como las libertades, la democracia y los derechos— al sumiso auditorio. Finalmente, la nueva doctrina culmina su labor creando desasosiego en las debilitadas mentes de los considerados infieles a las creencias. De ello se ocupa la publicidad en general, tratando de convencer de que cualquier opción al margen de lo doctrinalmente establecido —en síntesis, consumir, consumir y consumir— solo produce mal-vivir, ansiedad y frustración permanente.
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