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Qué tiempos aquellos de la burbuja, de la gomina, y de la construcción, en los que los nuevos y fulgurantes ricos entretenían al personal mientras los auténticos poderosos de siempre, los de herencia y colegio inglés, disfrutaban las playas de tantos y tantos paraísos.
En una sala de mármol y luces cálidas, los líderes del mundo brindan. El vino, servido en copas de cristal, tiñe sus labios mientras sonríen, estrechan manos y reparten promesas vacías. Sus palabras resuenan como tambores de guerra, pero no hay sangre en sus trajes impecables. No verán los escombros, ni los cuerpos atrapados bajo ellos.
Con el triunfo del capitalismo burgués, el estado nobiliario donde se refugiaban los selectos de otras épocas, cedió su lugar al ciudadano común, pero la democracia instrumental, en virtud de la representación, pasó a ser la nueva fábrica de elites políticas alimentada por los partidos.
En España se nota que, desde el poder ejecutivo se pone en tela de juicio, cualquier decisión judicial que no está en concordancia, con los deseos de los dirigentes políticos del partido gobernante. Los políticos están sujetos a las leyes, al igual que el resto de los ciudadanos. Y si existen indicios de conductas irregulares o constitutivas de delito, los jueces deben intervenir investigando de manera minuciosa, rigurosa y objetiva.
Siempre he sido curioso. Está muy bien analizar el porqué de las cosas que cada día ocurren a nuestro alrededor, y ya desde que era un niño me preguntaba cómo es posible que un hombre pueda caminar sobre un cable, o que un barco navegue sin hundirse como si pesase lo mismo que el corcho de una botella de vino.
Dijo en cierta ocasión Lord Acton, allá por mitad del siglo XIX, que «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos...». Parece que hoy día a esos «grandes hombres» se les ha investido con una especie de capa de visionario del futuro, de emprendedor de la gloria y, cómo no, de salvador de la humanidad.
No sería exagerado decir que en España vivimos en estado permanente de campaña electoral, y que las campañas electorales, en realidad, desbordan el tiempo legalmente establecido por la ley. A veces uno tiene la sensación de que lo que importa no es tanto buscar el bien de la sociedad y de los ciudadanos, prima el propio interés, y que con tal de alcanzar el poder todo vale.
Los mayores hemos tenido la suerte de conocer las famosas “tiendas del pueblo”. En ellas se vendía de todo... se cuidaba con todo respeto la libreta de “fiar”. Todos sabían lo de la famosa libreta, pero nadie la conocía... En esas “tiendas del pueblo” entraban todos los apellidos, no existían las “clases”. Las realidades vividas años atrás habían unido sentimientos y habían generado realismo...
Donald Trump, el 45 presidente de EEUU, ha sido una figura polémica desde su ascenso al poder. Su enfoque agresivo de la política, su actitud desafiante ante las normas diplomáticas y su necesidad de sobresalir en todo momento, han dado lugar a una imagen compleja de liderazgo. Sin embargo, detrás de sus declaraciones y acciones hay un patrón claro: la obsesión por dominar las naciones y el mundo a su modo.
Las grandes evoluciones del mundo siempre han sido provocadas y preparadas por intereses económicos... en caso de conflictos las armas hicieron el resto. La sociedad, los pueblos, las personas, los individuos siempre han sido meras piezas utilizadas para el puzle de la economía.
Siglos atrás, la actitud férrea de resistencia a los asedios tras los muros, fue realmente de una efectividad casi total ante los ataques de los ejércitos, unas veces cristianos y otros musulmanes. Sólo hay que mantener el hilo con la realidad, no permitir que el cerco de los diferentes padres falsos de la patria nos cierre por completo, pues será entonces cuando hayamos caído en sus manos, pero en las manos de los sarracenos actuales.
Cuando Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos en 2016, muchos de sus votantes lo hicieron convencidos de que su éxito en los negocios sería su mayor fortaleza para dirigir el país. Se vendió como un estratega, un hombre de números y de resultados, alguien que supuestamente sabía cómo hacer crecer la economía y “negociar mejor” para su país. Pero gobernar una nación no es lo mismo que manejar una empresa.
Rafael Domingo Oslé (2025) propone en "Derecho romano y constitucionalismo global" un orden jurídico mundial inspirado en el cosmopolitismo romano, un ideal que resuena con Benedicto XVI y su llamado a controlar los "poderes ocultos" detrás de los gobiernos (Ratzinger, 2009).
Dos rasgos peculiares han favorecido la gestión del comentario de hoy y su contenido. La relectura de un libro que mantengo entre mis preferidos y el acercamiento a la situación real de la presencia humana en el mundo. El libro es “El quinto día”, de Frank Schätzing; nos viene de perlas, para enlazar con una serie de consideraciones relacionadas con las andanzas de los seres vivos en mares y tierras, unas de lo más patentes y otras poco o nada conocidas.
Recuerdo aquellas noches, después de las sencillas cenas de un colegio religioso, cuando salíamos a los patios del Colegio, en realidad las partes traseras del edificio. No olvidaré los paseos en grupo, rodeando a alguno de nuestros profesores. Se hicieron famosos los que presidía un sencillo sacerdote venido de Japón.
En la Puerta del Sol, en Madrid, mi madre acudía con asiduidad a “Los guerrilleros”, una zapatería que, como casi todo de lo que tengo recuerdo, ya no existe. Bajo el eslogan “No compre aquí, vendemos muy caro” estaba siempre llena y vendía bastante calzado. Yo me quedaba perplejo al pensar que mis padres, a los que rara vez les sobraba el dinero, adquirían los zapatos allí, desoyendo el consejo que el propio establecimiento hacía.
A lo largo de la historia, la unión entre el poder político y la riqueza extrema ha sido la fórmula perfecta para la dominación. Pero ¿qué ocurre cuando esta alianza se convierte en un régimen sin límites, sin respeto por los derechos humanos, las leyes internacionales o la ética? El resultado es un sistema donde la impunidad es la norma, la desigualdad se dispara y la democracia se convierte en una fachada vacía.
El orgullo, el egoísmo y la codicia son las mayores amenazas para la estabilidad emocional humana y el progreso ético. Los que ya tienen mucho quieren mucho más, los que han acumulado armas y bombas durante muchos años quieren iniciar una guerra para vender sus productos a otras naciones.
Quisiera comprender la realidad actual de España. Puede me quede poco tiempo para averiguarlo, pero, por lo menos, me gustaría comprender las transformaciones que se han llevado a cabo en el lenguaje, en las ideas, en los compromisos, en las normativas, en los juramentos, en las prácticas religiosas, en la indiferencia social, en el concepto de Estado, de Nación, de presidente, etc.
Jamás pensé que llegaríamos a esta situación política, porque siempre hubo más o menos entendimiento entre los partidos, defendiendo la constitución que tantos años de tranquilidad nos ha dado, y pensando en el bienestar de todos españoles, de la sociedad en su conjunto con sus discrepancias y afinidades, respetando la idiosincrasia de las distintas regiones (comunidades) con sus tradiciones y lenguas, sin imposiciones.
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