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Necesitamos a Kafka, porque Kafka desnuda a un poder que nos impone una pesadilla cotidiana, una barbarie a escala industrial. Esa es la razón por la que su obra sigue sacudiendo saludablemente nuestras conciencias hoy con igual o más vigor que hace un siglo. La imprescindible furia revolucionaria que impregna la obra de Kafka, su afán por señalar a un poder castrador para poder demolerlo, es hoy más urgente.
La antipolítica ha encontrado su mayor triunfo: un apoliticismo político que encarna un rechazo consciente a la política tradicional. Y aquí es precisamente donde la paradoja se vuelve elocuente. La falta de propuestas, los escándalos recurrentes, la constante guerra entre bandos, empuja a un desinterés de la política con nombre y apellidos que desemboca en un afán antipolítico visceral, construido alrededor del rechazo.
No es fácil escribir ni reflexionar sobre abstracciones en días de zozobra y perplejidad. Pero, asimismo, no está de más buscar un cierto distanciamiento de los acontecimientos, para no entrar al trapo de las idas y venidas en la opinión, muy dependientes de valoraciones subjetivas basadas en el desconocimiento o en datos sin contrastar.
Claros y oscuros, trazos detenidos en el tiempo y eternos, realismo y dramatismo, inquietud… os hablo de una obra de arte con la que hoy he tropezado y que no conocía, porque, queridos míos, en este mundo acelerado en el que todos queremos saber de cualquier tema para quedar bien socialmente, se nos olvida que el arte no son datos, son un pasado lleno de recuerdos, vivencias y críticas sociales, sentimientos plasmados por un artista.
En esta vida, desde el lugar de la comprensión de las motivaciones, y no desde el juicio más básico y ramplón, es como se debe actuar. Y eso es básico cuando desde el poder se busca la confrontación entre la ciudadanía por un mero interés político y partidista. ¡Si sabemos que todo se queda en simples promesas, debemos actuar!
En los últimos 50 años, nunca como ahora, la ignorancia, la degradación y el oportunismo llegaron tan alto, ni nuestras instituciones cayeron tan bajo; parece que los cimientos de la decencia han sido socavados por trepadores de toda índole. Las instituciones no tienen alma propia; son simplemente espejos que reflejan el carácter y los valores de quienes las componen.
De manos de mis padres recibí la ilusión de vivir; de sus mismas manos tomé conciencia de la dureza de la vida; de ellas mismas aprendí a caer sobre la tierra, dura pero pletórica de vitalidad y, sujetado a sus manos, aprendí a levantarme. Detrás de ellos se encontraba su fortaleza, abrazada a su fe, a su esperanza y a su gran amor, vestido de sencillez.
Aun recuerdo mis tiempos escolares en los que, al pasar lista, se contestaba con la exclamación: ¡Servidor! O aquél latiguillo que utilizaba López Vázquez: “un esclavo… un servidor”. Este sustantivo se ha dejado vinculado solamente a los distribuidores de Internet.
Se atribuye a Agustín de Hipona aquello de que “la Iglesia persigue por amor y los impíos, por crueldad”. Podría relacionarse tal afirmación con la doble moral o con lo que se ha dado en denominar ley del embudo, pues ambas se antojan óptimas para caracterizar la locución.
Sí, este 4 de setiembre de 2024, en la – las – muchas – todas las TVs de la España confusa y confundida, realizó su apoteósica aparición el jefe. Erguido, bien preparado para mentir y engañar, con disfraz llamativo para ello (corbata verde con chaqueta azul sobre fondo amarillo claro) perfecto camuflaje para un rostro hierático y simulón que oculta la auténtica expresión de auto-incredulidad.
Crear puentes de solidaridad, nos ayuda a reconectar unos con otros, que es como se rejuvenece el espíritu cooperante, en medio de un poder desenfrenado y corrupto, que suele dejarnos dormidos bajo el paraguas de una nueva normalidad traicionera.
«El problema es que el país no es liberal de verdad», dijo en cierta ocasión Benito Pérez Galdós. Todo está condicionado a la ambición personal. Nadie que tenga cierta cultura literaria puede olvidar que el escritor canario creía, ante todo, en la bondad esencial del pueblo español. Y, sin embargo, el pueblo es la principal víctima de los partidos políticos que lo dirigen y del Estado.
Creemos por defecto que doctrinas políticas como el fascismo o el comunismo son de natural antagónicas, y erramos de pleno. Nótese el “por defecto”, y se entenderá mejor mi aseveración. Solo necesitamos repasar las características de una y otra propuesta de poder para percatarnos de que en esencia se nutren de los mismos principios y deseos: el control absoluto de la ciudadanía por parte del Estado.
Es la segunda vez que suena la campanilla por vía electoral, para que sirva de llamada de atención también a los más altos mandatarios, es decir, a los situados por encima de la UE. En este caso, utilizando un símil conocido, resulta no ser la autoridad tradicional la que llama al orden en la sala, sino esos otros a los que la elites tradicionales califican, en privado, de populacho y de ciudadanos, en público, entiéndase, los votantes, a los que no se les reconoce su autoridad.
No estamos afirmándolo, no estamos negándolo, sino planteándonos si las personas en sus relaciones, se crean interrelaciones de influencia y de poder abusivo, y, nos estamos planteando si, a veces, no saben utilizar de forma correcta ese poder o esa influencia. Pero no estamos hablando o dialogando o preguntándonos sobre el Gran Poder y el Poder o Poderes de los Estados, sino el poder entre las personas, en los trabajos, en las familias, en los grupos sociales…
Todos los tiempos y espacios son difíciles, en todos, existe una dialéctica entre las realidades del presente, espacio y tiempo, con las realidades teóricas. Montesquieu es el problema. Montesquieu es la pregunta y la solución. Siempre desde hace dos/dos siglos y medio siglos, Montesquieu es el problema. Quizás, diríamos es la navaja de Occam de la sociopolítica, hasta dónde se llega esa hoja y esa espada o esa navaja. Ese es el problema de siempre, al menos de estos dos/tres siglos.
Hasta ahora, la cultura, en todas sus formas y géneros, era una especie de elite cultural, que se creaban y se transportaban para el presente y generaciones futuras, las obras y elites culturales, que serían los símbolos y paradigmas de cada momento. O, dicho de forma sencilla, se creaban tendencias y estilos e ismos y nombres que eran la escuela que se consagraba, y, por tanto, a través de ella, se movían ideas y afectos y emociones y conceptos a la población en general.
En su libro La insoportable levedad del ser, Milan Kundera escribe una frase que a mi juicio refleja perfectamente la idea del vacío, en su caso, referido a la vida humana. Esta es, dice el escritor checo, «un boceto para nada, un borrador sin cuadro”. Me ha venido a la mente esa idea de vacío al ver cómo ha comenzado la nueva legislatura del Parlamento Europeo.
Reflexionamos sobre una forma particular de percibir el "poder", puesto que éste ha sido un concepto central en la historia de la humanidad en general, pero de la filosofía política en particular, desde la antigüedad. Echaremos mano a pensadores, a los fines prácticos de intentar comprender la naturaleza del poder político en un contexto actual que a la vista de todos destila una decadencia inusitada, específicamente en el caso de las elecciones de los EEUU.
Dice la doctrina capitalista que solo hay un dios, y este es el dinero. A unos les toca engrandecer el material de culto y a otros, en su calidad de fieles, cumplir con aquello de consumir, consumir y consumir. Del cumplimiento de este mandato ha sido encargada la política, en cuanto que dispone de las claves para el ejercicio del poder en el terreno real.
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