Siempre he sido curioso. Está muy bien analizar el porqué de las cosas que cada día ocurren a nuestro alrededor, y ya desde que era un niño me preguntaba cómo es posible que un hombre pueda caminar sobre un cable, o que un barco navegue sin hundirse como si pesase lo mismo que el corcho de una botella de vino. ¡Serán cosas de la ciencia o del instinto de supervivencia...! ¡Qué sé yo! Pero mayores rarezas se ven en esto de la cosa pública y más cuando falta poco o se aproximan convocatorias electorales y se acude a las urnas.
Es verdad que hay muchos que se apresuran a preguntar qué hay de lo suyo para renovar el asiento. Debe de ser algo adictivo eso de mandar y pisar moqueta, pero los hay peores, es decir, los hay que te sueltan que les da igual ocho que ochenta mientras que nadie les toque lo suyo, y que para defenderlo llevan ya un tiempo afilando puñales a fin de ponerlos al servicio de aquel ser superior que les pueda garantizar acomodo para sus nalgas.
Ahora entiendo mucho mejor lo del corcho que flota en el agua: navega en función de la dirección del viento y tiene como destino los escrúpulos. Y si a los puñales les añadimos cierta dosis de intoxicación informativa y de decir en cinco minutos una cosa y la contraria según el interlocutor, el resultado es el reflejo de cómo funcionan muchos políticos.
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