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Dice Carlos Rodríguez Braun, economista argentino, educado en la Universidad Católica de Argentina, que el abanico antiliberal va desde los fascistas hasta los comunistas. Ambos se sienten atraídos por el populismo, porque ambos padecen el culto a la personalidad. Ambos se dedican en cuerpo y alma a la propaganda y a intoxicar a la población con etiquetas a menudo brillantes, pero siempre simplistas.
Dijo Sócrates, antes de tomarse la cicuta, que la verdad se identifica con el bien moral, es decir que quien conozca la verdad no podrá menos que practicar el bien. Por lo tanto, quien conoce lo recto actuará con rectitud y el que hace el mal es por ignorancia. Sin embargo, el siglo XXI ha perforado todos los cimientos de la cultura clásica. Los pilares sobre los que se habrían ido edificando nuestras creencias en favor de la humanidad, han sido dinamitados.
Aquello de Bush hijo de los buenos contra los malos fue una idea genial. A veces las mentes más simples disponen de los recursos más eficaces. ¿Por qué complicarnos la vida queriendo establecer gradaciones morales condicionadas si todo se resume a eso: a escuchar atentamente a los gurús del pensamiento oficial y seguir sus recetas?
Penoso homenaje a la Constitución. Podrían haberse ahorrado todo el coste añadido que celebraciones públicas acarrean a las arcas del Estado o de las Comunidades Autónomas. Los españoles, todos, menos los utilizados por el poder para entorpecer y enfangar la política de Consensos y Convivencia, estamos hartos de mentiras, promesas incumplidas, juramentos que se lleva el viento, hipocresías...
El panorama político es muy desolador. Si se tira de la manta se descubre mucha mierda. Las cloacas de los partidos políticos ya no pueden absorber más estiércol. No existe efecto sin causa. La causa del descalabro político se encuentra en el hecho de que se actúa de manera horizontal. La política es cosa exclusivamente nuestra y somos nosotros quienes tenemos que levantarla de su caída en picado.
La ciudad de Sevilla, enclave histórico de relevancia mundial, enfrenta en el siglo XXI la necesidad de conjugar su rico legado patrimonial con las demandas de un desarrollo urbano, social y económico sostenible. A lo largo de los últimos 25 años, ha experimentado transformaciones significativas que ofrecen un marco privilegiado para reflexionar sobre su evolución y los retos que aún debe afrontar.
Creo que es la palabra que menos me gusta del diccionario. Su sola mención consigue ponerme nervioso y hacerme perder la paz. Sin embargo estimo que es necesario y que hay que convivir con él. Pero esto no quita que sea el peor mal de la humanidad y la causa de casi todos los conflictos que suceden por el mundo. Todas las guerras que hemos sufrido hasta ahora, incluidas la de religión, tienen un motivo final relacionado con el “mardito parné”.
El liderazgo de las políticas nacionales de comunicación debe superar las nuevas asimetrías informativas que desde hace ya un tiempo han implantado “dictatorialmente” las nuevas tecnologías perjudicando al periodismo informativo de siempre. Este periodismo de antes es lógico que se revele en según qué ámbitos y ramas.
En la convivencia humana se aprecian diariamente "delitos" que no tienen pena legal, pero sí la condena social. También hay faltas humanas de perjuicio casi nulo a la población, que tienen pena jurídica. El ardor de los políticos en tiempos electorales no debería encubrir bajezas como la mentira, que por acumulación y dureza generan un ambiente condenable, indigno de un Estado de derecho con monarquía parlamentaria.
Tenemos unos políticos y escritores aparentemente realistas que viven en el mejor de los mundos, a no ser que sepan algo que nosotros ignoramos. No es que no tengan sueños, el problema es que no tienen pesadillas (que podrían materializarse). En esa página lapa pegada a nuestro ordenador, mezcladas con la información más banal, aparecen noticias tremebundas que mueven a dudar bien de su credibilidad, bien de su cordura, dado el resto de la información.
Hoy vamos a reflexionar sobre un problema político clásico, que ha demostrado no solo estar más vigente que nunca, sino también haberse radicalizado en el caldo decadente de nuestras democracias occidentales. En la historia de nuestras democracias, se ha observado un patrón recurrente: una retórica puritana que clama por la moralidad y la probidad de sus gobernantes, acompañada de una realidad política marcada por el cinismo, la hipocresía y la corrupción.
Una sociedad entra en degradación progresiva debido a una serie de “elementos nocivos”, según las normas y leyes de la naturaleza social, de la naturaleza moral y de los juramentos incumplidos. Es la degradación progresiva de una elite social gobernante que termina destruyen una democracia social conseguida con: honradez, igualdad, moralidad social y libertad social.
La antipolítica ha encontrado su mayor triunfo: un apoliticismo político que encarna un rechazo consciente a la política tradicional. Y aquí es precisamente donde la paradoja se vuelve elocuente. La falta de propuestas, los escándalos recurrentes, la constante guerra entre bandos, empuja a un desinterés de la política con nombre y apellidos que desemboca en un afán antipolítico visceral, construido alrededor del rechazo.
De la alta amoralidad política: “Parece que hay una respuesta fácil al problema implícito en este tópico. Cuando se pregunta si los políticos tienen que ser honestos probablemente se responderá: “¡en principio sí!”. Las dificultades surgen cuando la pregunta se plantea en términos más precisos.
El falso capitalismo inmaterial que predican las izquierdas desde tiempos remotos va acorde con las nuevas demandas de la llamada economía de la cultura: son expresiones múltiples que desarrollan prácticas sociales equivocadas y ejercen no sé qué derechos a la palabra con construcciones discursivas, sin símbolos creíbles.
Tal vez muchos de los que estén leyendo esto no tienen la menor idea de lo que es sentir hambre, pero hambre de verdad. No se trata simplemente de la manifestación fisiológica propia del cuerpo cuando han pasado muchas horas desde la última ingesta de alimentos, sino algo peor, que remite a la desesperación que emana de la insondable fuente de injusticia en la que estamos inmersos.
Con frecuencia me asalta la duda de si los seres humanos hemos perdido la facultad de observación que nos llevaría a establecer con claridad las diferencias entre los comportamientos de las personas a título individual o colectivo para saber a qué atenernos en cualquier momento o circunstancia.
En un juego de poder donde las promesas son solo espejos rotos, la hipocresía política se convierte en el pan de cada día. Tanto partidos de izquierda como de derecha se han convertido en maestros del discurso, pero a la hora de la verdad, sus acciones desdicen sus palabras.
Consejos doy y para mí no tengo. Algo así debió decir el diputado ahora dimitido tras los acontecimientos de abuso y violencia sexual a una mujer que lo ha denunciado en la Policía y a otras, que de momento solo lo hacen en las redes sociales. El comunista “Milhouse” se ha pasado años sin reconocer la presunción de inocencia a Ayuso, a su hermano y a cuantos han pasado por delante de él, de ahí que no espere que la sociedad se lo reconozca, aunque la ley le ampare.
Es un hecho indiscutible que hoy al mismo tiempo que se confunden los viejos principios ideológicos que la sociedad identificaba con el conservadurismo, el liberalismo o el socialismo/comunismo, los intelectuales también se han diluido o confundido en este tsunami de nuevas corrientes costumbristas o de pensamiento. La justicia, la dignidad y la verdad, 'leit motiv' de sus discursos, ensayos y oratorias, han sido aparcadas en aras del relativismo moral imperante.
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