¡Vaya hábito se perdió cuando se prohibió decir la verdad de las cosas! Hubiéramos avanzado más con una dosis de verdad, que con todos estos años de mentiras disueltas en la olla de la irresponsabilidad política. ¡Con lo fácil que hubiera sido decir que hasta aquí podemos llegar! Pero claro, eso no resulta muy atractivo y es mejor seguir generando expectativas desmedidas, porque, aunque parezca mentira, todavía hoy seguimos hablando de miles de millones y cientos de promesas políticas incumplidas.
No entiendo el empeño en no poder hacer las cosas de manera más sencilla, en ser tan pretenciosos, en no vivir conectados con la realidad, con sus cosas buenas y malas. No se han ido haciendo cosas en la escala que se prometieron, algo ha fallado y si no ha descarrilado el tren ha sido porque se ha instaurado con eficacia el actual arte de la mentira política del que la izquierda es maestra. Esta mentira se ha instalado en el pueblo, y me temo que para siempre, al igual que la indiferencia, es decir, aquello de que cada palo aguante su vela. Con todo ello se demuestra que no somos capaces de articular una respuesta ante la desidia.
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