El final del año 2024 y el comienzo del 2025 han sido bastante particulares: la estable democracia coreana queda perpleja ante el comportamiento del presidente Yoon Suk-yeol, Rumanía se topa nuevamente con su encrucijada, y tanto Alemania como Francia atraviesan unas inéditas crisis políticas. Por su parte, la embrollada guerra civil siria, aprovechando la distracción rusa e iraní, desemboca en una resolución a priori pragmática y sorprendentemente veloz, con la cual Ankara sonríe más que Constantinopla, dado que, a pesar de su elogiable utilización de la mesa, Turquía a veces sufre reacciones intestinales.
DeepSeek de repente iba a sumir al mundo entero en una antiutopía china, pero la batalla internacional por la inteligencia artificial superficialmente sigue pareciendo una competencia de inteligencia artificiosa, la cual se manifiesta a través de vídeos más aterradores que graciosos y desagua en una mayor pereza intelectual.
Mientras tanto, la ultraizquierda se queda varada en un mundo cada vez más pequeño, es decir, en Gaza, aunque no le importa, pues se encuentra con la ultraderecha en ese vasto ciberespacio “alternativo” de huérfanos que se estremecen al añorar aquel padre ruso al que nunca irían a ver fuera de lo virtual. Aquí se ubica un sector de los medios de comunicación que se evacúa desde y hacia las redes sociales: la supuesta guerra cultural continúa su escalada ciega en la cual ya no es importante lo que se defiende, sino aturdir al oponente con una respuesta aún más desmesurada; he aquí la Katalysepolitik.
Ante esto, la prensa tradicional mantiene sus noticias bloqueadas bajo suscripción: la promoción de la libertad de prensa y de la verdad deja de ser libre cuando llega el momento de la verdad.
Con todo, el mejor momento empieza con la inauguración del segundo gobierno de Donald Trump: la catarata de titulares que va dejando se convierte en el sueño dorado de los medios de comunicación; los periodistas se sumergen en un permanente frenesí de redacción y opinión acerca de cada palabra que sale de la boca del mandatario y de sus colaboradores. La puesta en escena de la reunión de Trump con Zelenski es la cúspide, un espectáculo obvio frente a las cámaras de dos personajes fraguados por las cámaras.
Entre el vaivén de amenazantes aranceles y el desconcierto de los mercados, toda imagen y discurso tiembla para permanecer firme en la bifronte superpotencia que al final mira recto. De esta manera, en esta proyección de poder se sigue con atención el comportamiento de los pocos miles de electores de Groenlandia, mientras Canadá se indigna, Centroamérica se sacude desde el canal de Panamá a la megacárcel salvadoreña, México aguanta la respiración (como siempre con mutismo acerca del presente y locuacidad sobre su pasado) y Europa se sobresalta como un aristócrata que recuerda que el portero es el nuevo dueño del edificio.
El periodista invitado a presenciar, en un grupo de WhatsApp del altos funcionarios estadounidenses de seguridad nacional, una conversación acerca del ataque a los hutíes termina simbolizando toda esta contorsión: errores pueriles ensamblados con obsesión comunicacional llenos de verborrea despectiva, pero cumpliendo lo que se debe hacer.
George F. Kennan, el realista promotor de la contención de la URSS, dijo en plena Guerra Fría: “Veo con escepticismo nuestras posibilidades de ejercer una influencia útil a menos que aprendamos a generar un respeto por nuestra posible falta de favor al menos tan grande como el respeto por nuestro posible favor”. Para luego directamente agregar: “Los rusos, como todos sabemos, se han beneficiado enormemente, en el sentido político, precisamente por el grado en que han logrado ser temidos en lugar de amados. No recomiendo que los imitemos en este aspecto. Pero dudo que ninguna política estadounidense pueda tener éxito con respecto a los países que se debaten entre ambos mundos a menos que incorpore, a la vista de todos, tanto los elementos duros como los benignos, con la posibilidad de que ambos se apliquen de forma flexible e intercambiable, e incluso a veces simultáneamente, según lo requiera la situación”.
En tiempos en donde el meme narrativo se traslada ciegamente hasta el cansancio, se puede variar y, en vez de repetir que esta es una época surrealista, expresar que en lo estético este es un período de bastante dadaísmo (si se lo reduce a un movimiento artístico que defendía el caos, la irracionalidad y lo inmediato desde la provocación y el escándalo). Sin embargo, como siempre, más allá de la tecnológica y emotiva confusión del espectáculo, el realismo sigue haciendo su trabajo.
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