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El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha encendido las alarmas en el comercio internacional. Su política proteccionista, basada en la doctrina “América primero”, está generando una fuerte tensión con países clave y amenaza con desatar una guerra comercial a nivel global. Ante esta situación, España tiene una oportunidad única para potenciar su autosuficiencia y reducir su dependencia del comercio exterior.
Estamos muy centrados últimamente en las guerras comerciales. No son baladíes, sino sustancia esencial y constitutiva de la realidad geopolítica. La supremacía tecnológica es la antesala de cualquier otra supremacía, resumido ello en lo que se denomina, o al menos se denominaba, hegemonía.
El billete verde se fue apreciando durante casi toda la semana pasada, pues todo iba apuntando a que la imposición de aranceles por parte de la administración Trump era inminente. Durante el fin de semana, de hecho, la Casa Blanca confirmó que se impondrían duros aranceles del 25% a los productos canadienses y mexicanos, salvo al petróleo canadiense, al que se aplicaría un 10%.
La Unión Europea proyecta imponer nuevos aranceles a los vehículos eléctricos fabricados en China a partir de octubre. Si los Estados miembros aprueban la medida, los gravámenes se sumarían a los derechos de importación del 10% que ya se aplican para proteger mediante aranceles la producción local frente a las importaciones chinas injustamente subvencionadas.
La guerra comercial entre las dos mayores economías del mundo ha entrado en una nueva fase con la imposición en octubre por parte de Estados Unidos de amplios controles a la exportación de tecnologías de vanguardia destinadas a su rival asiático. El objetivo de la regulación es limitar las capacidades de las empresas chinas para obtener o desarrollar microchips avanzados que impulsen la innovación en Inteligencia Artificial.
El miércoles el presidente Trump suscribió un acuerdo con China que parcialmente pone fin a la guerra comercial que inició hace un año y medio. En virtud de la llamada “fase uno” del acuerdo, China aceptó mayores protecciones para los derechos de propiedad intelectual y secretos comerciales de las empresas de tecnología de Estados Unidos.
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