Estamos muy centrados últimamente en las guerras comerciales. No son baladíes, sino sustancia esencial y constitutiva de la realidad geopolítica. La supremacía tecnológica es la antesala de cualquier otra supremacía, resumido ello en lo que se denomina, o al menos se denominaba, hegemonía. En relación con ello, los aranceles están otra vez de moda y, de pronto, nos han transmitido que también la IA puede ser “low cost” sin dejar de ser competitiva, generando ello cierta agitación en los mercados y se dice que asimismo pánico entre algunos inversores. Pero, no sé, tiene uno la impresión de que las reacciones han sido desproporcionadas, demasiado rápidas, desprovistas de un análisis razonable de lo que en realidad está acaeciendo y de lo que, en verdad y de momento, significa el nuevo “chatbot” chino, del que todavía desconocemos su incidencia como amenaza real, más allá de las caídas bursátiles, pues la propaganda, el humo, también forma parte del tinglado, sobre todo cuando una de las partes es un Estado dictatorial como el chino. El asunto tiene la importancia que tiene, pero oscurece otras cuestiones europeas, y escandalosas, como las subvenciones a grupos ecologistas radicales por parte de la UE, en detrimento de la agricultura y sin que haya un debate ni grandes titulares, sino sordina a raudales, ante la impotencia de las gentes del común, las de vino de las tabernas, que diría Machado.
Lo del ecologismo radical, desconozco si existe el ecologismo moderado, pues hace tiempo que no me lo encuentro, nos conduce con frecuencia a la irracionalidad en el pensar y en el obrar. Se aprovechan de nuestro arrobamiento con eso que llamamos naturaleza, a la que sustantivamos, consciente o inconscientemente, como hemos hecho siempre, desde los tiempos del animismo, pasando por el panteísmo religioso, hasta el panteísmo actual, de origen científico, pero de ejercicio más bien cercano, que me perdonen sus estupendos practicantes, a la pseudociencia. Afirmo esto último por su gran contenido ideológico y su uso para teleologías (el término serviría igual sin la segunda sílaba) que fracasaron, por decirlo de manera suave y sin entrar en detalles, con otras apariencias o denominaciones. Dichas teleologías, en realdad teleología, pues es una, resultan vergonzantes si se presentan con su viejo nombre (o igual no, ya no lo sé, pues empieza a valer casi todo). Esa mezcla de anticapitalismo y misticismo, que se plasma en un concepto antiurbano y ruralista (aunque no agrícola, por lo que estamos viendo) recuerda a las utopías anarquistas y atesora un tufillo ciertamente reaccionario, por oposición a lo que denominamos progreso, de cara a una Arcadia controlada y dirigida a la manera de la planificación central. Es decir, reduciendo a cero, además de nuestras emisiones, nuestra libertad, que es de lo que se trata siempre en estos casos.
Frente a ello, vamos asumiendo su lenguaje y confundiendo respeto por el medio ambiente con otra cosa, esa que nos van inoculando, por ejemplo, desde la Unión Europea, que justifica su política por las amenazas ecológicas, frente a los argumentos de los agricultores productores de alimentos; las protestas de estos últimos se diluyen en el marasmo de las noticias de cada día, globales, regionales o locales. Igual la nueva IA china es relevante, pero la manera en que gestionaremos la producción de nuestros alimentos no lo es menos, y preocupa que esté en manos de una burocracia no electiva y guardiana de las esencias (las de ellos).
Volviendo sobre la burocracia no electiva, la misma practica lo peor de la planificación central, lo que supone que la inercia y la ideología priman sobre la innovación, siendo la muestra el asunto de la IA, cuyo desarrollo brilla por su ausencia por estos pagos. Pero, además, esa burocracia, y los partidos que la sustentan, que se llenan la boca de cantos a la democracia inclusiva, no cree, no creen, en el sufragio universal; pero no abren un debate sobre el mismo, que quedaría feo, sino que se limitan a anular procesos electorales cuando el resultado no es el satisfactorio. La inclusión se deja para otras cosas. Y así, de la mano de un colectivismo tácito, aunque más declarado cada vez entre el humo que nos envuelve, vamos avanzando, siguiendo a Marx (Groucho) desde la nada a la miseria total.
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