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Penoso homenaje a la Constitución. Podrían haberse ahorrado todo el coste añadido que celebraciones públicas acarrean a las arcas del Estado o de las Comunidades Autónomas. Los españoles, todos, menos los utilizados por el poder para entorpecer y enfangar la política de Consensos y Convivencia, estamos hartos de mentiras, promesas incumplidas, juramentos que se lleva el viento, hipocresías...
Las aseveraciones falsas y malignas de algún que otro sorprendente representante de ciertos partidos son graves, porque se hacen públicamente y pagando para que se difunda. Las medidas difusas que proponen muchos candidatos, como por ejemplo bajar precios de alimentos o de combustible, las considero retorcidas en la mayoría de ocasiones. ¡Y nunca se escapa un broche de oro para estos actos o hechos reprobables!
¿Cuántos días han pasado desde que la terrible DANA asoló parte de nuestro suelo, parte de nuestras vidas, parte de muchos sueños...? ¿Cuántas Leyes se han rebuscado para salpicar responsabilidades a terceros? ¿Cuántos leguleyos han llenado las redes sociales de falsas normas, de promesas interesadas, de insultos sin nombre, por si acaso, de mentiras consentidas?
En un juego de poder donde las promesas son solo espejos rotos, la hipocresía política se convierte en el pan de cada día. Tanto partidos de izquierda como de derecha se han convertido en maestros del discurso, pero a la hora de la verdad, sus acciones desdicen sus palabras.
En España, la política se ha convertido en un espectáculo donde las promesas de campaña se quedan en el aire y los debates se asemejan más a un circo que a un foro de discusión seria. Los ciudadanos cansados de ver cómo sus necesidades no son atendidas, observan con frustración cómo los gobernantes se enzarzan en peleas y acusaciones, mientras los problemas reales quedan sin resolver.
En días preelectorales, pienso en Hamlet, personaje universal producto de la inventiva de Shakespeare, siendo, por otra parte, susceptible la obra que lo contiene de interpretaciones y significados varios. Entre los mismos, creo yo, no es poco importante el referido a las relaciones entre la Razón y el Poder, basada la primera en principios y fundamentado el segundo en un ámbito cuya única razón es el poder mismo.
Solemos emplear el término promesa para asegurar algunos deseos que pensamos que serán eternos o que en su defecto, siempre estarán presentes en nuestra cabeza si las circunstancias siguen siendo las mismas. La vida es un cambio constante donde todos debemos adaptarnos. Algunos lo harán mejor que otros pero de una forma u otra, habrá que hacerlo, porque si no será la propia vida la que nos ponga en nuestro lugar.
«Me gustaría saber cuántos diputados hay en la sala», preguntó Juan Carlos Unzué, exjugador de fútbol, y afectado por la Esclerosis lateral Amiotrófica. Debió preguntar que cuántos diputados estaban interesados en el tema por el que estaban allí, así como en redactar una ley que cubra la necesidad o necesidades de esos enfermos. Solo había cinco diputados; es decir, a los demás no parecía interesarlos el tema en cuestión porque no genera comisiones.
Cuando se van agotando los cursos de enseñanza obligatoria, los jóvenes van preguntándose cuántas carreras existen, sus dificultades, sus salidas profesionales y sus posibles emolumentos. Cuando los políticos comienzan a dar los primeros pasos de la larga andadura de esa profesión, nunca imaginan que, pasados los años colmados de experiencia, su carrera se convierte en un sinvivir angustioso.
La ignorancia, en el poder, conduce a la justificación de cualquier decisión; simplemente denominando la nueva realidad (post mentira) como rectificación lógica en el área de la gestión. Clarito como el agua mineral embotellada: prometer, jurar, comprometerse, para Pedro Sánchez son meros conceptos políticos, sometidos a los avatares de las circunstancias de la gobernanza de un país.
Parece ser que el poder, en momentos de elecciones, juega con ventaja; lo que en el juego se llama simulación, luego termina llamándose “señal”, “aviso” para avanzar en la partida. El “poder”, gobernando, utiliza todos los medios posibles que puedan beneficiarle. No hay norma fiscal, ni electoral, ni ética que sea respetada por dignidad personal o de partido.
A lo largo de los últimos meses nos hemos visto rodeados por los mensajes de los diversos partidos políticos prometiéndonos “el oro y el moro” (ojo, esta es una expresión popular nacida de un suceso del siglo XV acontecido en Ronda. Vaya a ser que me tachen de racista. Aunque en Melilla parece ser –presuntamente- que ambos conceptos están bastante relacionados).
El último invento que ha llegado a mis oídos es la promesa de ponernos barato el cine los martes a los mayores. No se si van a rebajarnos dos euros la entrada, o que esta vaya a costarnos solo dos euros. Las residencias de mayores se están preparando para contener la avalancha de “puretas” en busca de los multicines. Se están montando aparcamientos extras para los andadores y los carritos de ruedas en las puertas de las salas cinematográficas.
El plan de vivienda de Pedro Sánchez es meramente electoralista, a la vez que contradictorio y sin garantías de éxito. A algunos, llegadas las elecciones, y ante el nerviosismo de hacer el ridículo, se les llena la boca de pisos y lo mismo les da decir treinta mil que cincuenta mil. Lo que sí se echa en falta es un plan que contenga medidas claras, sin contradicciones y, a ser posible, que esas estén contrastadas.
Davit Kevlishvili es el nuevo fruto del semillero que atesora el judo valenciano. Natural de Georgia, el judoca de 17 años nos cuenta su historia de vida, su adaptación a la ciudad y nos habla de su gran nivel. La promesa del judo español nos recibe en el tatami del Centro de Alto Rendimiento de Valencia para conocer su experiencia y sus objetivos.
El próximo domingo, 19 de febrero, se celebra la 21ª edición de Mercedes-Benz Fashion Talent, el premio que reconoce el talento y la moda emergente. En esta entrega, el certamen cumple diez años desde que comenzó a apoyar y a dar visibilidad a las nuevas promesas del panorama nacional, en la edición de febrero de 2013.
Estamos en plena efervescencia propagandística. El Gobierno se ha lanzado en tromba para intentar, por todos los medios, conseguir cambiar el sentido de lo que se anuncian como evidentes derrotas del partido o partidos gobernantes en los próximos comicios que se avecinan. Promesas y más promesas por parte del Ejecutivo que no mira en gastos cuando se trata de ir comprando votos allá y acullá.
Recientemente el fotoperiodista Javier Bauluz -el primer español que ha recibido un Premio Pulitzer- ha sido penalizado con una multa, siendo uno de los últimos casos conocidos de una larga lista de periodistas que llevan sufriendo la aplicación de la ley mordaza en vigor desde julio de 2015. Y siete años después una ley tan represiva y regresiva sigue en vigor.
Las palabras del Centro Derecha, protestonas, ambiguas, grandilocuentes, serviles de sus escaños: “Prometo que... Aseguró que... No permitiremos que... Iremos a los Tribunales... ¡Oh... Oh...! El aborto, la eutanasia, la "reeducación ideológica", las vendettas radicales, la comercialización del Estado... ¡Poco a poco! ¿De qué sirven en un hemiciclo lo más parecido a un fotograma de los años 30?
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